Habiéndose cumplido un nuevo aniversario del golpe de Estado del 28 de junio de 1966 y habiendo aparecido en distintos medios valiosos artículos reivindicatorios de la acción de gobierno del presidente Arturo Illia, me pareció adecuado aportar algunas ideas al respecto para complementar dichos análisis.
Elegido en comicios viciados, con el peronismo proscripto, en 1963, la administración radical tiene, desde un inicio, una impronta partidocrática que parece buscar “borrar” todo lo actuado por el gobierno frondicista. Así, frente a la espectacularidad del desconcierto desarrollista, Illia impone un estilo de gobierno lento, carente de vértigo en el que, por caso, sólo hubo un cambio de gabinete en casi tres años. Deshacer el camino recorrido por Arturo Frondizi es la nota central de la administración de Arturo Illia. Por ello su primera medida trascendente es la anulación de los contratos petroleros firmados por el gobienro desarrollista, en apego a la tradición estatista radical y sin tener en cuenta el costo económico que dicha medida -sin duda anacrónica- significó para el país.
Obsesionado en cumplir con su plataforma, el presidente radical decretó cancelar obligaciones que el país había asumido, sin medir el daño que dicha decisión supondría para la Argentina. Sin embargo, aun hoy se habla de Illia como ejemplo de austeridad y gobierno honesto -sin duda lo era en términos personales- olvidando el costo de tal anulación de contratos. Empeñado en gobernar tan sólo con sus correligionarios, Illia olvidó que era presidente de veinte millones de argentinos y terminó siendo funcional a la estrategia golpista de las corporaciones que rápidamente se colocaron en una actitud francamente desestabilizadora de su administración.
La anulación de las concesiones petroleras es, a nuestro juicio, un fenomenal error histórico. Implica el primer desconocimiento de obligaciones por parte del país y significa el inicio de una larga sucesión de incumplimientos contractuales que le costarán caro a la imagen y al crédito de nuestro país. Significa también la dificultad que reptidamente afecta a la clase dirigente argentina de desconocer el hecho de que lo actuado por gobiernos anteriores -nos guste o no- establece una línea de continuidad histórica que no puede alterarse mediante la sola apelación al recurso infantil del voluntarismo político. ¿No es acaso un vicio repetido el no interpretar que determinados hechos existentes al momento del inicio de un gobierno constituyen hechos consumados que imponen, independientemente de su valoración, puntos de partida inexorables y nuevas plataformas en el proceso histórico?
La medida tiene por su parte el sello distintivo de la falla de origen del partido radical: la incapacidad notoria por comprender las grandes tendencias económicas mundiales sino con atraso. Sucedió con el yrigoyenismo, volvió a suceder con Illia y ocurrirá en los años 80 con el alfonsinismo. Curiosamente, los dos gobiernos de origen radical que sí entendieron el momento histórico en el que les tocó gobernar (Alvear y Frondizi) han sido expulsados por los herederos de Alem y condenados al olvido o al mote de traición.
No obstante la calamidad de haber anulado los contratos petroleros en 1963, el gobierno de Illia no merecía -visto hoy- el trágico final al que la sociedad (no sólo las Fuerzas Armadas) lo condenaron. El desenlace de junio de 1966 parece ser una suerte de “venganza” de los azules por no haber podido imponer al general Juan Carlos Onganía tras los conflictos internos de las Fuerzas Armadas en 1962/63 y el resultado de advertir las Fuerzas Armadas el hecho objetivo de que el peronismo ganaría las elecciones que se debían celebrar en 1967 y 1969. El golpe, injustificado evidentemente, se produce en momentos en que la economía argentina crece a tasas importantes y en un clima de bonanza y desplaza a un gobierno que, quizás mediocre y sin lustre, sin embargo no merecía un desenlace de tales características, sumando un nuevo episodio a la penosa lista de interrupciones institucionales inauguradas en 1930.
En síntesis, he querido aportar una visión distinta sobre el gobierno de Illia sin ánimo descalificatorio sino a los efectos de complementar su análisis histórico, que, como todos, tiene por fin comprender el pasado para interpretarlo y construir una plataforma de partida inteligente para el futuro del país.