Por: Martín Yeza
La cultura persa ha incorporado a Alejandro Magno como propio. Alejandro Magno, griego, discípulo de Aristóteles, “dormía con La Ilíada y la espada bajo la almohada” y era conocido como Alejandro Bicorne. Su casco lucía dos cuernos, uno por ser el conquistador del mundo occidental y el otro por ser el conquistador del mundo oriental. Una versión de la historia dice que una vez el conquistador afirmó: “Si no hubiera sido Alejandro me hubiera gustado ser Diógenes”, ¿Quién es Diógenes?
Diógenes es el fundador del cinismo. Vivió en la Grecia antigua y vivía en un barril. Así es como se gana el mote de kynicos, que es la expresión del griego para referirse a “perro”: Diógenes, el filósofo perruno.
Diógenes tenía una filosofía particular que sienta las bases para una influencia que dominará a grandes pensadores y filósofos (entre ellos Marco Aurelio, Epicteto, Kant y Kelsen), el cosmopolitismo. En la misma versión en la que se afirma que Alejandro dijo que le hubiera gustado ser Diógenes, se dice que una vez se encontraron y Diógenes no estaba en su barril habitual sino en un agujero en el suelo. Alejandro, siempre respetuoso de los filósofos, le pregunta si puede hacer algo por él, a lo que “el perro” responde: “Claro, puedes apartarte del sol”. Diógenes no veía con buenos ojos a Alejandro, a pesar de que este fuera discípulo de Aristóteles. No podía ver con buenos ojos a nadie que quisiera dominar el mundo y menos a través de la violencia.
De Diógenes, al igual que de Sócrates no se tienen referencias por escritos propios más que por relatos ajenos. Lo que se sabe es que estaba en contra de la idea de un gobierno mundial. Así como parte de su razonamiento sienta las bases para que en la modernidad pensemos la idea de una “ciudadanía global”, en la que todos nos entendamos conciudadanos. Aceptar ideas provenientes de todo el mundo, y no sólo las de nuestra sociedad.
Diógenes fue ciudadano de mundo cuando el mundo aún era muy reducido.
Un estudio de 2005 sostiene que sólo el 3% de los ciudadanos del mundo vive fuera de su país, así como la mayoría nace, se desarrolla y muere en un radio de 500 km. Así y todo, la globalización ha transformado muchas de las formas en que tradicionalmente nos relacionábamos entre nosotros y con el mundo. La idea de vivir en un lugar ha quedado relativizada con Internet. Con sólo quererlo -y tener una conexión a Internet, claro-, podemos navegar y explorar el inmenso universo de posibilidades que se abre cuando uno se decide a encontrar distintas culturas y formas de pensamiento.
El kirchnerismo cree en la emancipación latinoamericana. Una emancipación que desconozco, no se de qué se trata. Sí sé, que la emancipación como respuesta nacional y autóctona resulta más la búsqueda de algo que nos permita darle clases al mundo y el regocijo personal que para cambiar la vida de nuestra ciudadanía.
Los países existen, las líneas que separan países y las guerras y declamaciones que se hacen en su nombre son bien reales y algunas son más o menos fundadas. El Estado existe para fines prácticos, no requiere necesariamente la existencia de una homogeneidad cultural. Es por esto que el cosmopolitismo es una filosofía basada en la falibilidad, que podemos equivocarnos, en sabernos influenciables, y que si no lo somos debemos hacer el ejercicio por lograrlo, permitir que lo ajeno pueda enriquecernos. El cosmopolitismo no intenta que todos seamos lo mismo, de aquí que se dice “es universalidad más diferencia”.
Es por esto que no sea un elemento menor asumirse cosmopolita en la Argentina actual que pretende darle clases al mundo, en especial a los países más desarrollados. Países en los que no se descarrilan trenes, la moneda es estable, la clase media puede proyectar y si quieren pueden entrar y salir libremente de su país. Donde se puede pensar distinto.
El cosmopolitismo es una oposición al Estado paternalista. Parte de la base de que el mayor sentido común sobre qué es lo mejor para uno mismo no debe ser determinado por el Estado sino por uno mismo. Esto no debe ser confundido con el interés de determinados grupos económicos, poderosos, que conforman una minoría en términos demográficos. Se trata de la inmensa mayoría, de los que no somos poderosos más que estando todos juntos, si se quiere el pueblo, o la ciudadanía.
A veces quienes nos encontramos en espacios políticos queremos convencernos de que no hay discusiones ideológicas reales. Yo creo que aquí hay una. El cosmopolitismo puede ser parte de la discusión que se necesita para ofrecer una opción alternativa a la ciudadanía sobre cómo nos entendemos a nosotros mismos y cómo nos gustaría relacionarnos con el mundo.
El kirchnerismo ha dado reiteradas muestras de que la “emancipación latinoamericana” y la construcción de un “modelo nacional” deben ser las bases para relacionarnos con el mundo y entre nosotros mismos, planteando un “ellos” y un “nosotros”.
Quienes tenemos vocación por presentar un proyecto nacional alternativo debemos renunciar a esa lógica y persuadir a la ciudadanía de que sólo hay un “nosotros, con diferencias”.
El cosmopolitismo es una forma concreta de emancipación, que consiste en vaciarse, despojarse de certezas. Ser más abiertos. La falibilidad hace que debamos ser una sociedad más ordenada. El verso más grande del latinoamericanismo es que se pelea con un mundo que no está mirando.
Ser capaces de mirar con ojos nuevos el mundo y ser vistos por el mundo. Celebrar el intercambio no es fácil; una clave para el progreso puede estar en que lo intentemos.