Por: Martín Yeza
En el Museo del Prado en Madrid hay una vasta muestra de cuadros entre los que se encuentran algunas populares y geniales pinturas como “Las meninas” -nombre por el que es conocida- de Velázquez o “El jardín de las delicias” de El Bosco; brilla también la exposición de Francisco Goya, en especial un cuadro que pasa desapercibido en su serie de “pinturas negras”: “Saturno devorando a su hijo”.
Goya toma la interpretación histórica en que se comprende mitológicamente a Saturno como la versión romana de Crono, el dios griego del tiempo. Saturno, quien controlaba el tiempo, había sido advertido que uno de sus hijos lo iba a destronar y que ello no debía suceder porque sería condenado a algo peor que la muerte: la intrascendencia. Así fue como Saturno devoró uno a uno a cada hijo suyo que nacía, hasta que su esposa logró salvar a uno de ellos: Júpiter, el dios romano del trueno, quien efectivamente lo enfrentó y derrotó.
La pintura es terrible, desgarradoramente violenta. Muestra con total crudeza aquello a lo que se puede estar dispuesto a hacer con tal de no perder el poder. De eso trata la pintura: el temor a perder el poder. También a la ignorancia de quienes se encuentran en el poder sobre un punto: que el paso del tiempo es inevitable. Que el poder no tiene nada que ver con el control del tiempo más que en lo formal, y esa es la lección que recibió Saturno, quien por gobernar el tiempo, creía que gobernaba.
Es por esto que creo que el poder sólo ocupa una dimensión espacial y no temporal como podría pensarse. Quienes aspiran a ocuparlo deberían estar entrenados para entender tranquilamente que es un espacio que se vacía tan rápido como se llena. A pesar de que lo más común es no poseer siquiera un poco.
El problema en Argentina no es la sucesión de la Presidente. El problema está en creer que devorando a quienes pueden eventualmente sucederla va a evitar que la sucedan. Hasta este punto ha llegado la democracia, que en ciertos casos se parece a un cachorro al que se lo abraza tan fuerte que se lo asfixia.
La Presidente tuvo en su poder la posibilidad de quedar en la historia como un horizonte político a alcanzar, una referencia cultural que por el peso de su palabra se convierte en fuente de consulta. En lugar de ello eligió hablar todos los días, incluso de la poda de árboles de una avenida. También eligió mandar a retar gobernadores, controlar a intendentes y limitar a los medios de comunicación, atacar a políticos opositores y periodistas no afines.
Eligió no gobernar, no gestionar, no trabajar en equipo, no coordinar, no planificar: estar sola.
Debe creer que el poder tiene que ver con el paso del tiempo y que esto se puede evitar; tantos años con tanto poder deben haber generado alguna idea extraña.
Si pudiera aconsejarla en algo le diría que el truco para no perder el poder está en concederlo y hacer todo lo posible por hacer que ello suceda cuando corresponda. Sería un detalle de grandeza, en lugar de enviar voceros gubernamentales a ventilar la “necesidad de una reforma constitucional para un tercer mandato” y “profundizar el modelo”.
“En el conocimiento perfecto está la fuerza para el bien y para el mal”, escribe Joseph Conrad en “La laguna”. En el conocimiento imperfecto sólo hay fuerza accidental para el bien pero principalmente para el mal.
Prefiero creer que las cosas las hacen mal por desconocimiento y no por maldad. Durante muchas mañanas me quise convencer de que “hoy van a intentar hacer las cosas bien”. No se si es demasiado temprano o demasiado tarde, pero veo cada vez con más desesperanza la posibilidad de que no intenten profundizar “el modelo” y la Presidente entienda que si en 2015 nos deja una Argentina tranquila y en armonía, es suficiente.