Por: Martín Yeza
Hay un cuento maravilloso de Borges, incluido en El hacedor, en el que traza un paralelo entre Julio César asesinado por su protegido Marco Bruto y la muerte de un gaucho también asesinado por un ahijado para concluir: “Lo matan y no saben que muere para que se repita una escena”.
21 de diciembre de 2001, Larroque, Kiciloff y Recalde, dirigentes universitarios, golpean las furiosas cacerolas de la Plaza de Mayo contra el gobierno de De la Rúa exigiendo su renuncia ante su incapacidad de respuesta frente a la crisis absoluta que afectó a los sectores más vulnerables y medios de la sociedad. Se comprometieron. Fueron parte de la solución.
Es posiblemente la juventud más relevante de los últimos 30 años. Ha puesto a los dirigentes juveniles de la mayoría de los partidos políticos en la contradictoria posición de tener que explicar a sus referentes (críticos de la juventud oficialista) que no hay que parecerse siquiera a ellos. Conducida por Máximo Kirchner, tiene un comando de élite que incluye diputados nacionales, provinciales y cargos de rango ministerial en todas las órbitas del Estado. Son un pulpo.
Son parte del signo de muchas cosas que están mal de la lógica populista latinoamericana. Por otra parte, se percibe un genuino interés por la cuestión social, relativizado cuando creen cínicamente que “Cristina dignifica” y que los humildes tienen que exclamar su nombre para recibir una mano.
No sé qué habrá quedado del Larroque que militó en las villas y quería cambiar el mundo en lugar de insultar a mujeres a los gritos, o del Kiciloff marxista que hubiera tenido algo para decir cuando el vicepresidente de la Nación sostuvo que la “dispersión de precios (inflación) afecta a las capas medias y altas de sociedad”, o del Mariano Recalde, hijo del importante y conocido abogado de la CGT que basó su prestigio en la defensa de los derechos de los trabajadores cuando hoy la mitad de los jóvenes de entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja.
Tal vez sea el aburguesamiento, el conservadurismo, el apego por la comodidad y la tranquilidad de saber que “están hechos”. Incluso resulta preocupante el llamativo aumento patrimonial de algunos. Sin embargo, nada de esto es tan grave como no haber propiciado las bases para que una generación política entienda que más importante que gritar y quedarse con la última palabra es escuchar y ser sensible a las problemáticas sociales provengan de donde provengan.
Un día defensores del derecho igualitario, como el caso del matrimonio entre personas del mismo sexo; y al otro abogados de la necesidad por acordar con Irán, donde ser homosexual es un delito castigado con la pena de muerte por motivos tan “estratégicos” como desconocidos. Unos barriletes, unos cínicos.
Hay una frase de Néstor Kirchner sobre el “pejotismo” en la campaña de 2003 que puede ayudar a comprender el “fenómeno camporil”: “Es la antítesis del verdadero peronismo, el pejotismo es la claudicación, el aparato corrupto, la traición y la transformación de un movimiento revolucionario en una estructura conservadora”.
El problema de los dirigentes de La Cámpora es que creen que la revolución en el siglo XXI pasa por parecerse al Che Guevara. Les cabe, tal vez, la sentencia de Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, aquello de que la historia se repite, “una vez como tragedia y la otra como farsa”.
Novias, esposas, hermanos, primos y sobrinos como candidatos y contratados, cuando uno de los grandes logros de la democracia fue vencer al nepotismo de la realeza. Se convirtieron en lo que odiaban.
La historia de La Cámpora es como una película de acción de Hollywood, mal actuada, con mucho fuego y un alto costo de producción, con un guión nulo y previsible suplido por una serie de grandes tomas que nos distraen un rato pero que al rato de haber terminado nos deja gusto a poco. Y así será.
8 de noviembre de 2012, los sectores medios y más vulnerables de la sociedad movilizados masivamente a nivel nacional contra el Gobierno de Cristina Fernandez exigen tranquilidad y un freno en los avances contra las distintas formas de libertad. Larroque, Kicilloff y Recalde son parte del Gobierno Nacional. Se aggiornaron al poder. Son parte del problema. Están cómodos.
Les dan poder y luego se lo sacan para que se repita una escena.