Por: Martín Yeza
El rifle y el crucifijo
La primera vez que lo vi yo tenía 14 años. En Pinamar hay niebla y frío en casi todos los aniversarios de Malvinas.
La Escuela nos había llevado a algunos alumnos a un acto en una plaza en conmemoración de los héroes de la guerra. A esa edad, entendía que lo que me contaban en clase era una historia importante, pero se me hacía difícil imaginar la guerra con caras de verdad, con frío y niebla reales, con la dimensión cotidiana de las cosas que uno toma con el tiempo, para hacerlas verdaderas. “Dios les permite a los hombres/ soñar cosas que son ciertas”, dice Borges en la Milonga del muerto -hay una interpretación muy bella de Eduardo Falú-, con palabras simples, budistas, para mostrar que la guerra pasa en serio.
Eduardo Canitrot nació en Capital Federal, en el barrio de Mataderos, y en el año 1998 decidió ir a vivir a Pinamar con su esposa. Tiene dos hijas y un hijo. Hoy tiene 50 años y es presidente del Centro de Veteranos de Malvinas. En los últimos años empezó a correr en maratones. Trabaja y se mantiene en forma en una ciudad tranquila y hermosa que, dice, le brindó mucho afecto.
Me cuenta que está preparando las palabras para su discurso de hoy. Cada 2 de Abril da un discurso a la comunidad, vecinos y autoridades que se acercan a la plaza. Es una referencia política. Su valor no debe ser explicado, se lo presume. Por eso es importante lo que vaya a decir.
Recordamos el acto del año pasado donde tuvo un intercambio con el cura párroco quien, sin intención de herir susceptibilidades, convocó a cerrar las heridas. Eduardo le dijo que no podía. Estar en una guerra no produce heridas que puedan cerrarse. Eduardo me habla de amigos y conocidos que murieron o se suicidaron. Cada 2 de Abril, se levanta, desayuna, se pone el uniforme y va a la playa a pensar. A pensar y llorar hasta que se hace la hora del acto.
A los 19 años fue parte de una guerra difícil de explicar. Fue soldado conscripto, convocado por ley a pelear en una guerra que “como toda guerra es por y para unos pocos”. (“Oyó las vanas arengas/ de los vanos generales”, dice Borges). Me pareció que su historia era la de muchos otros pibes a los que no les quedó otra que ser parte de ese circo armado por una dictadura militar que necesitaba oxigenar su creciente ilegitimidad y en nombre de un nacionalismo vano mandó a los pibes al matadero.
Se despertaba a las 8 de la mañana y sabía que la primera tarea era fajinar su fusil para luego ir a vaciar los pozos – y nótese que dice “pozo” y no “trinchera”, donde revela su condición no militar – desde los cuales veían si surgía algún movimiento extraño, algo que no tenía mucho sentido, porque el enemigo atacaba de noche y desde esos pozos no se veía a más de diez metros de distancia a causa de la niebla. Se enfrentaban a un enemigo con miras infrarrojas y uniformes térmicos, con los argentinos apenas abrigados, era “como pelearse con un ciego, donde nosotros éramos los ciegos”, dice Eduardo.
Dormía abrazado a su rifle y a un crucifijo, acostado sobre un pedazo de madera que encontró y logró poner a 30 cm de distancia del suelo ya que por la noche el agua subía y la turba se inundaba. A pesar de haber ido alguna que otra vez a la iglesia no era muy creyente, estar allí lo conectó con Dios a quien rezaba en cada mal momento que le tocó pasar. Dice que a la noche siempre lo despertaba el ruido de algún bombardeo, levantaba la mirada y si era lejos volvía a dormir y si no tenía que tomar posición de combate.
Eduardo me dijo que la película que mejor describe la sensación de estar en guerra la vio en Rescatando al soldado Ryan porque se ve la soledad en compañía, la desesperación y el zumbido constante de las balas o las bombas.
Le pregunté si tuvo algún momento feliz en esos 3 meses y me dijo que cuando no podía dormir por el frío cerraba los ojos y se imaginaba en su casa, tirado en el piso, al lado de la estufa mirando la televisión con sus viejos.
Lo más triste y doloroso de estar en Malvinas era saber lo que podían estar sufriendo su mamá y su papá. En el último mes les habían cortado la correspondencia para que no llegaran noticias sobre la derrota desde las islas al Continente. La principal preocupación de Eduardo era la preocupación de sus padres.
La rendición fue un 14 de Junio. A Eduardo le sorprendió el trato de caballeros que le dieron los ingleses en la rendición, con alimentos, abrigo y buen trato que la Dictadura que lo mandó a la guerra no le había dado. Después de todo, los ingleses eran (y son) unos profesionales de la guerra.
Cuando Eduardo volvió al continente, el Ejercito lo llevó junto a sus compañeros a Campo de Mayo y los tuvieron 2 días encerrados lavándoles la cabeza con que al salir no dijeran nada de lo que había sucedido. Los sacaron escondidos, nadie los recibió. Se fueron en tren y bondi a su casa. “No conviene que se sepa que muere gente en la guerra”.
Los padres de los soldados se agruparon alrededor de Campo de Mayo esperando noticia alguna de sus hijos. Nadie les dijo nada.
Eduardo Canitrot es todo lo que se ve. Un hombre endurecido por azar del destino con un costado, que él sabe lo ata a un lado oscuro que todos tenemos y él vio a la cara. Sabe que algún día va a volver a Malvinas.
Héroe, veterano, padre, hijo, trabajador, vecino, argentino. Eduardo Canitrot, el soldado de Malvinas que conocí, tal vez sea el soldado de Malvinas que otros conocen en su pueblo o ciudad, o tal vez el que no les tocó conocer, o imaginaron, o el que podría haber sido, o no haber sido. Eduardo Canitrot es una persona atravesada por el dolor que decidieron otros.
Las Malvinas son argentinas. Recuperarlas es cuestión de tiempo y paz.