Por: Martín Yeza
Un día escuché una idea que me hizo repensar sobre muchas convicciones que hasta el momento tenía, que los espacios políticos que gobiernan son los que mejor representan el progreso. Me pareció simple y bella.
Aquí no se trata de decir si hubo alguna vez o no progreso, sino de quién lo representa mejor. Que en nuestra cultura y vida cotidiana lo que se busca es progresar y ahí es donde el Estado puede cumplir un rol para que eso ocurra por acción u omisión.
Las recientes manifestaciones estuvieron dotadas de múltiples causas que tienen un factor común, problemas para progresar. La Presidente se las ingenió para armar un modelo en el que se nivela para abajo, en el que es más importante la asistencia social que fomentar el trabajo, en el que es más importante gritar que escuchar y en el que es más importante la cantidad de personas que las ideas que éstas tienen. En el que parece más importante la repetición que la reflexión.
Es incorrecto hablar de una carrera política de aquí a 2015, lo que se ha iniciado desde el #18A es una maratón política, que requiere constancia, concentración y esfuerzo.
El kichnerismo ha cedido el lugar que ocupaba como representante de la idea de progreso y se produjo un vacío en el que surge un desafío del que ellos también van a ser parte. También es cierto que parte de la oposición cedió parte del espacio de la normalidad por las exigencias que a veces demanda enfrentarse a un régimen cada vez más abocado a una serie de proyectos profundamente anormales. Ese espacio debe ser recuperado rápidamente para conectarse con la idea de progreso. Normalidad y progreso.
Han decidido abocarse a asuntos que sólo les interesa a ellos por los motivos que ya todos conocemos: salvarse, confundir, sobrevivir, perpetuarse.
El problema es cuando se creen la propia mentira. También es grave la mediocridad, la incapacidad de dar respuesta a problemas concretos, diarios y nada nuevos, que vienen arrastrados de hace años y cada vez se va produciendo una bola de nieve más grande. Preocupa también la inacción, porque ni siquiera es que se puede decir “al menos intentaron X medida”.
Se enfocaron en dos proyectos que los tienen alunados: la ley de medios, que nace llena de nobles motivos como democratizar las voces y combatir monopolios a través de la consigna “Clarín miente”. Sin embargo, con la ley implementada y el kirchnerismo avanzando en la compra de canales y medios de comunicación, no se puede responder a una pregunta muy sencilla que es: ¿qué medio lee un kirchnerista para encontrar la verdad?
El otro proyecto es el más reciente, denominado “democratización de la justicia”, que directamente no tiene ningún motivo noble más que el slogan que representa el título. Un argumento en sí mismo, que genera el sentido de que estar en contra es estar en contra de la democracia, que a su vez implica ser golpista, destituyente que sólo quiere viajar a Miami y toda una serie de desvaríos sólo defendibles por gente de convicciones presupuestarias como bien definiera Cayetano Asís a La Cámpora -hoy tal vez, el prisma a través del que se puede entender al kirchnerismo-. La apología de la repetición y la burrada.
Una de las claves para no entrar en la trampa sembrada en el campo es no vivir este contexto con goce de partido de fútbol. Armarse de paciencia y de memoria, recordar, sobre todo recordar.
También es importante que la política sepa recoger de los recientes reclamos, una agenda menos grandilocuente que a pesar de las bellas discusiones que nos perderemos a los que nos gusta la política se ocupe de conectarse sensiblemente con los problemas populares que a esta altura ya son obvios para todos. O más sencillo, la vida es demasiado compleja como para que el Estado sea el que te la complica en lugar de darte una mano. El progreso.