Por: Martín Yeza
En el día de ayer, el viceministro de Seguridad, Sergio Berni, dijo que “todos se hacen los distraídos con el vínculo que hay entre el narcotráfico y la bonaerense”, en una declaración que en cualquier país con parámetros normales hubiera sido tapa de todos los diarios, porque es blanquear que el narcotráfico está instalado, que hay connivencia con la policía y esto implica necesariamente complicidad del poder político. Cosa que hasta ahora nadie, del oficialismo, había aceptado. Pero se corrieron todos los parámetros de normalidad.
En medio de la discusión se cruzan chicanas y se preguntan si es una operación contra el gobernador Scioli o si es parte, como indica Jorge Asís, de una “epidemia de honestidad”. También es cierto que en cualquier contexto hubiera sido suficiente para que se terminen de romper las relaciones entre los Estados nacional y provincial y no que se esté hablando de lealtad, traición y ridiculeces del mismo estilo, todas alejadas del asunto principal.
Me pareció interesante el ejercicio de pensar la trampa en la que estamos inmersos: el Estado nacional concentra el 65% de la administración total de recursos mientras el 35% restante debe ser repartido entre 23 provincias y la Ciudad de Buenos Aires, lo cual da cuentas de la hiperconcentración de recursos y el tan pobre como limitado federalismo argentino. Sin embargo sobre esto se ha escrito mucho, sirve sólo para marcar la enorme diferencia de poder “de caja” entre el Estado nacional respecto a los provinciales y municipales.
Néstor Kirchner fue un astuto ejerciendo el poder, y mediante la caja destruyó a los intermediarios. La sensación que causa ver cómo deben rendirle amor al poder central, “al que aman odiar”, un odio que es amor y un amor que es odio, recuerda a la canción de Rob Halford “The one you love to hate”. Bastante patológico.
A los gobernadores se los controló de tres maneras: primero sin permitirles elegir diputados y senadores provinciales propios, quienes deben reportar al Gobierno nacional; segundo, deslegitimando su relación con los intendentes -si los intendentes quieren recursos saben que es preferible tener relación con el Gobierno nacional y no con su respectivo y desfinanciado gobernador-, y es en la tercera donde se desarrolla más perversamente el ejercicio de este poder, cuando se les pide cariño, “bancar el modelo”.
A su vez a los intendentes los controlaron de igual manera, salteándolos, y sin permitirles elegir a sus propios concejales. Si no, se terminan los recursos.
Hay concejales -en todo nivel- que reportan al PJ tradicional, La Cámpora (Máximo Kirchner), Movimiento Evita (Emilio Pérsico) y Kolina (Alicia Kirchner) entre otros. ¿Cómo puede gobernar un intendente en estas condiciones? Todos tienen una orden distinta, es un juego imposible, todos con distintos intereses y referentes políticos, ¡y del propio espacio! Imagine esta situación siendo usted intendente o gobernador.
Desfinanciados y con el poder intervenido, provincias y municipios se enfrentan a una trampa que ojalá sea resuelta por el próximo Presidente en 2015. No hay una real libertad para que intendentes y gobernadores, atados de manos, puedan explicarle a la ciudadanía por qué no pueden resolver sus problemas específicos. Así todos los problemas son absorbidos por gobernadores e intendentes y las pocas soluciones por el Estado nacional.
Difícil pensar, en este contexto, cuál debe ser el rol del Estado nacional, y más difícil aún pensar la democracia como una realidad con estas condiciones objetivas.
Así nos intentan amigar con ideas absolutas, grandes verdades, universalismos, como si todas las municipalidades tuvieran los mismos problemas, las de Mendoza y las de Jujuy o las de Santa Fe y las de Chubut, o las de Buenos Aires y Buenos Aires, donde cada sección tiene sus propias características y municipalidades tienen dimensiones provinciales. Mientras, 6-7-8 dignifica y las dependencias de Anses ofician como unidades básicas millonarias cuyos titulares terminan siendo candidatos a lo que sea.
No sé si los gobernadores e intendentes tienen o deben “romper” con el kirchnerismo, porque eso no los vuelve ni héroes ni villanos y “cada caso es un mundo”. Son cómplices y eso es suficiente para darse cuenta de que esta forma de hacer política nos afecta como sociedad, hay algo que funciona muy mal y con las recetas de siempre no vamos a poder cambiar los problemas de siempre.
¿Quién podría sobrevivir a estas condiciones? Sólo quienes tienen las herramientas para ser parte de una alternativa nacional a este modelo, que pueden ser contados con los dedos de una mano. En este complejo contexto, en el que poco se puede hacer más que predicar con el ejemplo, en un escenario con tanta división y tanto odio hay un desafío importante: hacer las cosas muy distinto a cómo las hace el kirchnerismo y no caer en la trampa de “ser kirchnerista” para reemplazar al kirchnerismo.