Por: Martín Yeza
En su cuenta de twitter, @CFKArgentina, la Presidente dijo que era fanática de la serie Game of Thrones (Juego de tronos) y que su personaje favorito era “La madre de los dragones”, Daenerys Targaryen, quien con el devenir de los capítulos va construyendo un ejército, y a quienes no se unen a ella les envía a sus dragones a que los quemen e incendien sus ciudades. El Juego de tronos tiene un componente interesante, que es cómo se desarrolla el juego por ocupar el lugar central del poder y cómo a quienes están en el poder les interesa “el poder por el poder mismo”.
En el Juego de tronos argentino, vale la pena detenerse en el desarrollo de las últimas cuatro elecciones de recambio legislativo y las rupturas que significaron en la lógica política en Argentina, así los mitos que generaron -difíciles de derribar, que quedan, en el inconsciente colectivo-. A veces ver la realidad con perspectiva histórica permite facilitar las hipótesis y la consideración de distintas circunstancias fácticas.
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En el ‘97 se posicionó la Alianza como potencia alternativa frente al menemismo, que pretendía eternizarse en el poder y una reforma de la Constitución para habilitar un tercer turno presidencial. A partir de allí, la Alianza experimentó una seguidilla de campañas y exhibió un despliegue nacional que procesó sus diferencias con internas en una elección partidaria entre Graciela Fernandez Meijide y Fernando De la Rúa para enfrentarse al peronista Eduardo Duhalde, y terminó con De la Rúa como presidente y Fernández Meijide muy cerca de ser gobernadora de Buenos Aires.
En la “crisis del 2001”, el peronismo asumió el rol y fortalece un mito que hoy nos alcanza, el de “garantes de gobernabilidad”. Con Duhalde a la cabeza, se puso un resorte al desgobierno de la Alianza. A la semana de asumir las nuevas autoridades legislativas se produjeron desmanes y surgieron los “cacerolazos”, De la Rúa renunció y asumieron cinco presidentes distintos en una semana, hasta que el propio Duhalde fue investido en el cargo en enero de 2002. El “piloto de tormentas”.
En 2005 Néstor Kirchner se emancipa de su dependencia política del duhaldismo y empieza a correr al mismo Duhalde como “patrón” indiscutible de la Provincia de Buenos Aires. Valiéndose de una importantísima victoria simbólica, asume la conducción política. En este momento comienza el proceso de crecimiento progresivo de la estructura política del kirchnerismo a nivel nacional.
Ya como presidente del PJ y luego de la “crisis de la resolución 125”, en 2009, el santacruceño encabeza junto al gobernador Daniel Scioli y Nacha Guevara una lista por la Provincia de Buenos Aires, bajo la fórmula de las “candidaturas testimoniales”. En esas elecciones, el oficialismo ordena que todos los gobernadores e intendentes se presenten como candidatos. En esta batalla simbólica Francisco De Narváez, Mauricio Macri y Felipe Solá se unen para poner un límite y propinarle una derrota al kirchnerismo en el distrito electoral más importante del país. Estas elecciones, quizás de las más ajedrecísticas que se hayan visto desde el regreso de la democracia, arrojan un kirchnerismo perdedor, que en lugar de “reflexionar” y conceder en autocrítica decide “profundizar el modelo”. Este “nuevo kirchnerismo” accede, luego de la muerte de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010, a una impactante victoria de Cristina Fernández, quien triunfa con el 54% de los votos para presidente y una oposición totalmente atomizada a casi 40 puntos de distancia.
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Este año vamos a vivir un año electoral que va a tener elementos de las anteriores. Por un lado porque el kirchnerismo buscará obtener la suficiente cantidad de bancas propias y aliadas posibles como para poder llegar a una reforma constitucional que posibilite habilitar un tercer mandato presidencial. Por otro lado, porque intentarán dinamitar a todos los referentes que tengan autonomía política dentro del propio kirchnerismo. Y también poseerá elementos de las elecciones de 2009 y 2001, porque vienen golpeados por una serie de importantes escándalos de corrupción y un desgobierno galopante en casos puntuales de gestión que se traducen en un descontento popular que vuelve a dividir las aguas en un “Ellos y Nosotros” que ya cansa.
Las especulaciones sobre cuáles serán los efectos corre por la interpretación de cada uno, incluso quedan por definirse las candidaturas y ello puede determinar o no qué sucederá. Es cierto que la historia a veces toma giros inesperados, pero no hay nada que impida pensar que estas elecciones arrojarán resultados intrascendentes a los efectos políticos correspondientes.
Parte del desafío consistirá en cómo pensar el poder para la transformación para lograr salir y antagonizar paradigmáticamente con este modelo político, que lejos está de haber sido inventado por el kirchnerismo, sino que obedece a un comportamiento clásico y universal, nada innovador.