Por: Martín Yeza
El 28 de mayo de 2012, el economista Luis Rappoport publicó una interesante columna, “Con el síndrome del quebrado”, que a su vez fue tomada por Mariano Grondona para plantear una duda: ¿qué es peor, engañar o engañarse?
Rappoport planteaba la siguiente hipótesis: “Unos comerciantes veteranos que se juntaban en la vieja confitería Richmond contaban la historia de un empresario que pidió plata a un amigo e inició un negocio. Como el proyecto no era viable no pudo devolver el préstamo. Resolvió el problema con un pagaré y con información falsa sobre su negocio. Cuando venció el pagaré, simuló optimismo y, para ganar tiempo, cambió el pagaré por un cheque diferido de su mujer. Al vencer el cheque, el amigo enojado quiso iniciarle una demanda, y como nuestro héroe había falsificado la firma de su esposa, no tuvo mejor idea que matarlo. Ya en la cárcel –abandonado por su familia– se ahorcó con una media”.
Para Rappoport el problema está en que el hombre mintió desde un inicio, por lo que concluye: “la verdad, aunque es dolorosa, es siempre reparadora”. Grondona, explorando la misma hipótesis, se detuvo sobre los efectos que produce el proceso de la mentira mientras se desarrolla y cómo se sostiene en base a otras mentiras que conforman una red de autoengaño que dificulta el progreso. Por supuesto, esta hipótesis se vincula análogamente con la relación que tiene el Gobierno nacional con las estadísticas oficiales.
Friedrich Nietzsche sostenía, en Más allá del bien y del mal, en un capítulo de aforismos, que “no existen los fenómenos morales sino una interpretación moral de los fenómenos”. Por supuesto, en la misma línea que Rappoport y Grondona y que cualquier persona de bien, creo que la verdad es importante, fundamental, y más cuando se trata del Estado. Las estadísticas oficiales ofician como motivaciones que producen decisiones individuales en la ciudadanía, organizacionales para las empresas e inversionistas y estaduales para quienes quieren plantear marcos ideológicos y políticos de solución. Si se miente es más difícil.
Sin embargo también me planteé imaginar la historia de Rapopport como una especie de enigma, porque es en definitiva una parte del enigma a resolver por la clase política argentina, que es cómo progresar.
Creo que la trampa de este enigma está, como en la mayoría de ellos, en el principio. El momento en que el hombre debe decir la verdad o mentir es ya parte de la consecuencia de lo que para mí es más importante: que su proyecto no era viable.
Pensar en que un proyecto sea viable es pensar en el progreso. Se han agotado casi todos los lugares comunes para hablar del progreso, de un lado y del otro, y en general siempre utilizando a la pobreza como excusa, pero poco de cómo progresar.
En Investigaciones sobre el entendimiento humano, el filósofo escocés David Hume escribió, acerca de los conceptos de idea e impresión, que las impresiones son experiencias que surgen de la observación de la realidad y que las ideas son pensamientos producidos por impresiones, que es más importante la impresión que la idea. Es en ese sentido que se abre un universo enorme cuando nos decidimos a observar los fenómenos que ocurren en el mundo y de esa manera permitirnos ser impresionados.
Más acá, el ex ministro de Planificación Estratégica de Lula Da Silva, Roberto Mangabeira Unger, dijo al asumir y ser consultado sobre qué hacer con la selva amazónica: “Debemos ser capaces de romper las fronteras de la imaginación”, convocando a abandonar el pensamiento binario estéril que por un lado sostenía que había que tirar la selva entera abajo, mientras otros decían que no había que hacer absolutamente nada. De este modo, comenzó un proceso de innovación proclive a entender a las tecnologías como aliadas para realizar un desarrollo sustentable y un uso eficiente de los diversos recursos que genera “el pulmón de la tierra”, intentando perjudicar menos y progresar más. Así evitó todos los dilemas binarios clásicos, en los que a veces se enquistan las discusiones políticas en América Latina.
Tenemos muchas fronteras de la imaginación por resolver y seguramente muchas de ellas impliquen un ejercicio reflexivo honesto que parta de la base de que la verdad es importante y la mentira entorpece todo. También tenemos fronteras de la imaginación que requieren, además de la proposición y un ánimo optimista por solucionar las trampas que se le plantan al progreso, pensar soluciones prácticas e ideas innovadoras para enfrentar a los problemas de siempre.
Sinceramente, creo que el problema del empresario del que habla Luis Rappoport hubiera corrido una mejor suerte si hubiera vencido las propias fronteras de su imaginación y entendido que las ideas pueden ser muy poderosas, que pueden cambiar vidas.