La generación camporista

Martín Yeza

Hace unos años vi una película muy mala sobre los Beatles en la que una chica, al ser entrevistada, dijo: “lo que tenés que entender es que yo crecí junto a ellos, somos la misma generación, maduramos juntos”.

A casi todos los que somos más o menos jóvenes y participamos activamente de la vida política nos pidieron que armemos algo parecido a La Cámpora. Algunos logramos evitarlo.

Configuran un fenómeno extraño que se da en el contexto de un gobierno con matices populistas que hace de la lucha, la mística y la militancia valores en sí mismos. No importa tanto por qué luchen, ni en qué se basa esa mística ni qué ceden a cambio de aceptar ser militantes.

Creer que La Cámpora ha sido -o es- un fenómeno solo explicable sólo por su acceso a recursos resulta una explicación del montón. Han logrado generar mística y hasta han sabido crear mitos en cuestión de meses; han calado hondo con una concepción política sensual para el joven que quiere participar en política que me parece bastante patológica. “Esto es política”, “es el poder”, “hay que bancar el proyecto nacional y popular”, “Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”, “vos porque sos gorila”, “no tenemos la misma ideología”.

El episodio que sucedió hace unos meses y que fue utilizado este fin de semana en el contexto de una campaña política contra Juan Cabandié y Martín Insaurralde es una pieza documental alrededor de la cual los historiadores podrán figurar una imagen sintética de qué fueron estos años.

Sin ánimo de demonizar, lo que se vio era un Cabandié enojadísimo, con tono amenazante, apelando a su condición de hijo de desaparecidos y a que tiene que pelearse con nosotros -los hdp que no nos gusta tanto la forma en que el kirchnerismo gobierna-, para terminar en un llamado para que a una chica que trabaja de gendarme a la noche controlando autos se le aplique un correctivo.

Hoy hay una generación de pibes –por suerte una minoría- a quienes les encantaría hacer lo que hizo Cabandié. El problema es que a Cabandié lo pescaron con una cámara, pero no es la primera vez que se escucha sobre un político que chapea, de hecho, algunos incluso sienten que llegaron cuando pueden hacer eso.  Hoy quizás no lo hagan más, no tanto porque sientan que esté mal hacerlo como el miedo que pueden tener a ser expuestos ante la opinión pública.

La macana de Cabandié es que es calentón y gritón, y ese es el mal de La Generación Camporista, que piensan que gritar y enojarse mucho configura una virtud. Una generación que alcanza tanto a kirchneristas como a detractores.

Cabandié es el producto de esta generación y yo, como muchos otros, de una manera u otra nos vemos afectados, porque es el espejo en el que nos tenemos que ver para preguntarnos si somos mejores y sobre el que debemos dar explicaciones sobre por qué somos distintos. A veces no es un ejercicio simple.

Intento pensar cómo actuaría un camporista si Juan Cabandié hubiera sido un político opositor, y en esa conducta que imagino pienso que es bastante parecido a como se actuó desde la oposición o la gente que no quiere tanto al kirchnerismo. Que 6 7 8 lo hubiera pasado 678 veces, en Duro de Domar se habría debatido durante 20 minutos sobre la actitud gorila en contra de la trabajadora y hasta hubiéramos leído twitts de la Presidente hablando del modelo de país que ella y Néstor soñaron y el que quieren las corpos y sus marionetas de “la opo”.

Intento pensar cómo deberíamos haber vivido esto en un país normal y lo primero que creo es que Juan Cabandié nunca hubiera hecho eso, porque es un hombre público, con una historia que lo obliga a ser respetuoso y tranquilo; que el compañero de la gendarme no hubiera filmado el episodio con su celular y que de haber sucedido habría salido a la luz espontáneamente y no aparecido misteriosamente en todos los medios de comunicación mediando una campaña electoral. También pienso que se hubieran pedido disculpas ambos públicamente y le habrían pedido perdón a la ciudadanía que paga sus impuestos para que el Estado funcione como un garante de derechos y no como una plataforma de telenovelas.

El kirchnerismo contagió masivamente el virus del enojo y la lucha, situando a la democracia en el extraño lugar de ser el sistema político mediante el cual se valida cada cuatro años una forma totalizadora de ver la vida.

Lo admito, durante un tiempo aprendí algunas cosas de La Cámpora mientras maduró como un espacio político juvenil. Hoy ya no.