Por: Martín Yeza
La espada que supo forjar el kirchnerismo en estas elecciones es que va a ser una fuerza que en 2015 posiblemente oficie como unidad de medida para el que venga. En ese sentido, Martín Insaurralde fue un experimento que permitió demostrar que en dos meses es posible instalar un candidato casi completamente desconocido en alguien capaz de obtener 30% de votos en el distrito más complejo del país. Esto fue criticado por Mariotto porque “asimilarnos a la estética del adversario es darle la razón al adversario”, tampoco le gustó que Insaurralde ahora se vaya a pasar Halloween a Miami.
Por vez primera en diez años no figuró el apellido Kirchner en ninguna boleta del país. El kirchnerismo perdió algo más que las elecciones, pese a los forzados intentos por mostrar que en realidad salieron más airosos que en 2009, perdió la identidad.
También quedó demostrado que el partido de gobierno tiene un piso alto y un techo muy bajo.
La estrategia oficial quedó evidenciada en los discursos de dirigentes, periodistas militantes y afines que con el anhelo por reconstruir el 2009 trabajaron la repetición de dos ejes básicos, por un lado que en realidad no están tan mal porque obtuvieron algunos diputados más a nivel nacional respecto de 2009 y por el otro lado que son la primera minoría a nivel nacional.
Esta estrategia, que posiblemente guarde algún sentido comunicacional, tiene el defecto de perder de vista que en 2009 se votó otra cosa y en otro contexto, alguien que pusiera un freno al kirchnerismo, que cada tanto dijera que no y algunas cosas más. Así se dio que gente que pensaba bastante distinto sobre algunas cosas estuviera casi obligada a ponerse de acuerdo para poder lograr su cometido electoral.
Hay una verdad oculta en la extraña exaltación de Boudou; la tristeza inocultable de ese bunker apagado; el avejentado entorno; un Scioli derrotado por 12 puntos, sensatamente enojado y ofuscado por haber perdido en su provincia; Insaurralde que a la espera de su viaje con Jessica Cirio no pudo tomar el micrófono para saludar a su adversario; o un Filmus que debió soportar lo impensado en una competencia que lo tenía voto a voto por conseguir la tercer banca de senador por la Capital; que sin el apellido Kirchner -o acaso el Estado- en el medio no tienen nada que ver entre sí.
Fuente: agencia DyN
En 2009, luego de la derrota del 28 de junio decidieron profundizar el modelo y aplicar lo que se conoce como el “método Clinton”, que consiste en tomar la idea del otro, darle matices propios y presentarla como propia pero desnaturalizada -caso Asignación Universal por Hijo, que debería ser una ley del Congreso de la Nación y no un decreto presidencial como es hoy-. Esta vez, seguramente intenten cambios en el gabinete, o vuelvan a intentar profundizar el modelo, o hacernos creer que han “reflexionado” y no gritar por un rato. Quizás se reconozcan la inflación y también la inseguridad pero en la cola vendrán el desempleo, la crisis energética, la informalidad laboral en un supuesto gobierno peronista, la corrupción, el inocultable rencor por la opinión del otro y el intento por mantenerse unos años más en el poder. Todo producto del aburguesamiento, de la conversión de un espacio que nace contestatario en uno que muere repitiendo una y otra vez lo que hicieron años anteriores, que se duerme en sus laureles.
Hoy ya no tienen astucia ni margen para hacer algo parecido y ser creíbles. Néstor ya no está, Cristina se va en 2015 y el ciclo termina, ya no hay Kirchner, ya no habrá kirchnerismo. Es por ello que la manera más elegante que había para dar la última estocada a un espacio político que hizo del antagonismo su identidad era morir.
En 2013 se deberán exigir espacios institucionales concretos, como la Presidencia de la Cámara de Diputados, y la necesidad de establecer una agenda de consensos posibles sobre asuntos que debieran trascender a cualquier gobierno. Sentar las bases para una continuidad de políticas que se encaminen a mantener el compromiso democrático de los principales espacios políticos argentinos.
El desafío será, para todos nosotros, olvidar al kirchnerismo como un límite mental para pensar el presente y el futuro. Nace la oportunidad de construir una cultura política más tranquila e integral, con mejor calidad democrática.