Por: Martín Yeza
No, no tiene que ver con la película.
Hace unos años, en su columna semanal “Plop”, Roberto Pettinato escribió “Siempre digo lo mismo: la Argentina es el único país en el que sólo tenés que complicar una causa y todo queda en la nada. Si hubiesen encontrado 3 mails contra Jaime, ya estaría preso. ¡Pero no! ¡Tenían que ser 26.500!”. No, tampoco tiene que ver con Pettinato, ni con Ricardo Jaime.
No obstante, siempre me pareció que esto que decía Pettinato guardaba algo más, hasta que di con el trabajo del sociólogo Barry Schwartz “La paradoja de la elección, por qué más es menos”.
En “La paradoja de la elección”, Schwartz cuestiona la idea de que “somos más libres mientras más opciones tenemos”. Su trabajo se basa en la demostración de que esta idea opera como una de las principales contradicciones de la sociedad occidental, que se caracteriza por ser de consumo industrial. Sostiene que mientras mayor es la oferta, menos se disfruta de lo consumido y que incluso la abundancia de opciones causa parálisis, en donde la incapacidad para tomar una decisión desmotiva y genera un efecto diametralmente opuesto al de “libertad”, en el que el individuo se ve incapaz de elegir.
Esto desmotiva y llega a generar una sensación de que sea cual sea la decisión nunca se podrá tomar la mejor, siempre existirá la posibilidad de haber podido elegir mejor. Barry Schwartz explica que desmotiva tener que elegir entre más de 100 jeans cuando se ingresa en un shopping, o los más de 6.5 millones de tipos de estéreos que existen en el mundo.
En la política argentina opera algo parecido. Hay más de 10 precandidatos a Presidente y, si se tuviera que trazar un mapa de diferencias, llamémosle ideológicas, sería muy difícil determinar diferencias generales. Casi todos estarían a favor de “lo bueno” y en contra de “lo malo”. Hay un enorme desafío aquí a la hora de trabajar mejores maneras de representación democrática.
Los dos grandes movimientos estéticos de las democracias occidentales se dan alrededor de la tensión entre las ideas de igualdad y libertad. Sin embargo, esta tensión no es antagónica, no es que se trata solamente de igualdad o solamente de libertad, son integrativas, preferenciales pero complementarias una con la otra, no se anulan. Aquí en Argentina esta relación está totalmente desbalanceada. Casi todas las propuestas son variaciones sobre la igualdad y del otro lado alguna posición muy marginal alrededor de la idea de libertad.
Esto es claro en la popular declaración de principios de la Revolución Francesa, quizás una de las más hermosas de las revoluciones democráticas: “libertad, igualdad y fraternidad”. Y quizás en la idea de “fraternidad” se podría encontrar una pista que nos ayude a pensar mejor la necesaria complementariedad entre igualdad y libertad. Sin embargo también hay una declaración de principios no tan recordada aquí –bastante despreciada con motivo de ciertas nociones ridículas y porque la verdad no es tan “marketinera”-, como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América del Reino de Gran Bretaña:
“Concebimos como evidentes por sí mismas dichas verdades: Que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Hay una bella hipótesis que sostiene “no se elige Presidente, se elige a quien mejor sabe representar el progreso”. En la búsqueda de la felicidad parece haber un secreto guardado, y un enorme desafío para toda la clase política.