Por: Martín Yeza
En España, luego de 39 años, abdicó el Rey Juan Carlos I. Entre sus logros se cuentan el impulso por tener una constitución española y el vuelco democrático que tuvo a Adolfo Suarez como primer Presidente luego de la prolongada dictadura franquista.
En Argentina, Amado Boudou, luego de su paso como Ministro de economía y devenido Vicepresidente de la Nación, enfrenta una denuncia que lo acusa de haber querido apropiarse mediante terceros de la Calcográfica Ciccone, encargada de imprimir los billetes del tesoro nacional.
Mientras en Argentina algunos piensan sobre cómo puede ser que en Europa subsistan las monarquías, algún otro en Europa podría pensar sobre cómo puede ser que en Argentina “los Boudou” ocupen tantos espacios y con tanto poder. Esto no significa que solo en Argentina existen los corruptos, pero sí que tenemos muchos, demasiados.
Podría ser una fina ironía que quien puede mantenerse eternamente en el poder dé un paso al costado y que quien fue electo provisoriamente se aferre a su cargo ante una denuncia de tanta gravedad. Lo cual hace dudar de por qué no ha sucedido pero que a su vez revela un dato de nuestra patológica cultura política, donde son contados los casos de los políticos capaces de pensarse fuera de las estructuras de poder.
El caso Boudou, nos trae nuevamente una lección -y ojalá sea la última- sobre cómo actúa el kirchnerismo: al kirchnerismo le gustan los eslóganes.
En este caso la asociación Boudou-Ciccone se convirtió en un eslogan, que evita pensar más en el producto que en el envase, y en este sentido es pertinente la duda sobre si Amado Boudou pudo haber avanzado sobre la Calcográfica Ciccone sin el aval de Néstor y Cristina Kirchner.
Lo mismo sucedió con Guillermo Moreno y Ricardo Jaime, quienes terminaron funcionando como obstáculos para ver lo evidente que resulta el hecho de que fueron seleccionados por las mismas personas.
Separar a estos funcionarios del binomio matrimonial/presidencial es mínimamente inocente y refuerza uno de los vicios de la política argentina, que está en creer que el de al lado es un “gil” y que las cosas pasan por “mala suerte”.
El kirchnerismo, entre cuyos logros del primer mandato presidencial figura la jerarquización de la Corte Suprema, en su último mandato y medio intenta maniatar persistentemente al poder judicial para poder garantizar espacios de impunidad para sus funcionarios. Es en este contexto en que se produce una desnaturalización, en la que miembros del poder legislativo deben acudir en ayuda del poder judicial para equilibrar fuerzas contra el poder ejecutivo. Con cierto optimismo hasta se podría decir que dentro de lo malo, se prueba que la fórmula republicana de la división de poderes tiene pleno sentido y vigencia.
Uno de los desafíos para la oposición estará en el hecho de que ese necesario equilibrio a realizar frente al poder ejecutivo no lo convierta en aversión por el mismo, y no pierda de vista el esfuerzo necesario que hace falta para convertirse en alternativa electoral que represente progreso e institucionalidad y quiebre de una vez por todas con esta lógica política que, como los virus, ante cada adaptación parece regresar cada vez más agresivamente.