Una reciente investigación llevada adelante por el Reino Unido a través de la Universidad de Cardiff, en colaboración con las de Cambridge, Rochester y Essex —y que será publicada en el mes de diciembre en la revista Bioscience—, plantea que la pérdida de contacto con la naturaleza a la que las sociedades contemporáneas estamos sometidas podría ser mucho más grave que lo estimado. Hay datos bien documentados acerca de los efectos de la falta de espacios verdes sobre la salud humana. Por ejemplo, en Estados Unidos se demostró en 2014 que la eliminación de la contaminación por parte de los árboles salva 850 vidas y previene 670 mil casos de síntomas respiratorios agudos cada año, lo que permite ahorrar a los estadounidenses la suma de 6.800 millones de dólares anuales en salud pública.
Pero, hasta la fecha, no había ningún estudio que analizara cómo impacta en una sociedad su grado de contacto con la naturaleza. El trabajo utiliza datos nacionales del Reino Unido y un riguroso modelo de pruebas para correlacionar datos objetivos, como el porcentaje de espacios verdes, con datos más subjetivos, como el contacto con la naturaleza, la cohesión de la comunidad, y los crímenes y la delincuencia en la zona de estudio.
Los resultados son bastante contundentes. La calidad de los espacios verdes y la cantidad de tiempo que se pasa en ellos están correlacionadas positivamente con una mayor cohesión en la comunidad y, según interpretan los autores, esa cohesión aumenta el bienestar individual y la responsabilidad social en el cuidado ambiental y de la propia comunidad. Por otra parte, cuanto mayor es la cohesión social generada por la presencia de espacios verdes numerosos y de buena calidad en los que la comunidad interactúa, menor es la criminalidad y la delincuencia en el área de estudio.
Las conclusiones sustentan lo que se conoce como la hipótesis de la biofilia, que sugiere que el cerebro de las personas está estructurado para prestar una atención selectiva a otros tipos de vida y que, como resultado del contacto con otras especies, animales o vegetales, pueden producirse importantes influencias en el conocimiento, la salud y el bienestar.
El análisis de los datos permite concluir que la cohesión social generada por los espacios verdes públicos mejora la cotidianidad de los individuos, ya que su cantidad y su calidad están asociadas con mayores niveles de felicidad, mayor productividad y menor tiempo de exposición a la televisión. Y en cuanto a la relación espacios verdes-criminalidad, se vio que cuanto mayor era el porcentaje de espacios verdes en un área determinada, menor era la tasa de criminalidad. Aquellas sociedades más cohesionadas se protegen mutuamente y tienen mayor capacidad para organizarse, comunicarse y tomar medidas preventivas.
Uno de los aciertos del trabajo es que, si bien es sumamente original en su abordaje, en sus conclusiones marca fuertemente las posibles limitaciones del análisis realizado. Los autores proponen profundizar muchos de los temas en abordajes diferentes y multidisciplinarios. Se tuvieron en cuenta muchos posibles factores de interferencia en el estudio, tales como la depresión socioeconómica, la densidad de la población, las tasas de desempleo, el estatus socioeconómico o los salarios semanales. Algunos interrogantes que aún quedan: ¿Los distintos tipos de ambientes (jardines, praderas, bosques o lagos) tendrán el mismo efecto? ¿Generará la misma cohesión social un ambiente natural cuanto menos intervenido por el hombre esté?
Los científicos deben seguir profundizando estas investigaciones, pero la clase política y el resto de la sociedad deben tomar nota de este tipo de estudios y estimular el cuidado y la creación de espacios verdes públicos. La tendencia hacia la urbanización y la construcción indiscriminada —cada vez más exacerbadas— impacta negativamente en lo ambiental, en la salud y en la cohesión social. La inseguridad se aborda desde muchas aristas, no debemos dejar de lado lo que la investigación científica puede aportar, sobre todo para pensar políticas a mediano y largo plazo.