Por: Miguel Giubergia
El escenario político de nuestro país, más allá de los resultados de las elecciones legislativas pasadas, nos muestra las diversificación y, al mismo tiempo, la profundización del kirchnerismo.
De un lado tenemos al “modelo” Massa. Intendente exitoso que supo pensar televisivamente la implementación de medidas de seguridad, una de las más importantes preocupaciones de los argentinos. Su paso por la Jefatura de Gabinete dejó perlas imborrables, como la presentación de la Ley de Medios, que hoy critica cada vez que se enciende una luz.
La opción Massa no es otra cosa que una maniobra política, que muchos conocemos y valoramos: el transfugismo. Este estilo incoherente ya es utilizado por diversos militantes de causas nacionales y populares, que ya vislumbran el fin del ciclo del caudillo que supieron abrazar en épocas exitosas. Ya se ven varios ejemplos de hombres de firmes convicciones discursivas que “ahora” descubren al nuevo líder y se abrazan a su “proyecto” para terminar con sus antiguos jefes.
Pero también es cierto que existen otros que, aun en la mala, no dejan de profundizar su ideario oficialista hasta el paroxismo. Para ellos, el kirchnerismo cuenta con el último baluarte de la transversalidad con la que nominaban a la coptación obscena de dirigentes. Gerardo Zamora es uno de ellos.
Fue la Corte Suprema la que tuvo que impedir la inconstitucional movida por la cual el gobernador de Santiago del Estero pretendía vulnerar sus propias decisiones. Pero no es de buen kirchnerista adaptarse a las normas y es allí donde el nepotismo se convirtió en la solución y es la esposa del mandatario la que intentará reemplazarlo en su cargo. Sin derechas ni izquierdas, hoy el oficialismo se divide en los que creen en el final del modelo y abandonan el barco seducidos por una “nueva” figura, y los que, con el firme propósito de perpetuarse en el poder, obran con artilugios medievales.