Cuando hace un par de días la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró el primer museo nacional de Malvinas que se construye en el país, saldó una cuenta que los argentinos mantuvimos pendiente por más de 30 años. Una reivindicación más que tuvo que esperar a esta década para encontrar justicia.
El día de la inauguración, recordé como se vivió la guerra de 1982 en mi tierra. Vengo de una provincia, Chubut, donde el conflicto no era algo que veíamos por televisión, sino que lo palpábamos en el día a día. Al igual que sucedía en cada provincia de la Patagonia, los chubutenses nos escondíamos debajo de las mesas cuando sonaba una alarma, practicábamos oscurecimientos de nuestras ciudades, veíamos salir –y muchas veces no volver- a los aviones hacia las islas e, incluso, tuvimos caídos en tierra firme, como el soldado Aldo Rubén Canteros, muerto mientras montaba guardia frente a la costa de Puerto Madryn.
Estuvimos también en la primera línea al finalizar el conflicto, cuando nuestros soldados derrotados regresaron al continente y la Junta Militar trató de esconderlos. Ese día, el pueblo patagónico puso justicia y recibió a esos hombres (porque no podemos llamarlos “chicos”) como lo que eran: héroes.
Por esa vivencia patagónica es que en esta oportunidad no puedo compartir en su totalidad la idea de Cristina. Es cierto: la historia no se fragmenta, pero separarla del lugar donde sucedieron los hechos es una manera de hacerlo.
Malvinas es una causa de todos los argentinos, donde cada provincia entregó la sangre de muchos de sus hijos. Pero, en tanto comunidad, nadie como los patagónicos vivimos, sentimos ni sufrimos las situaciones previas, el transcurso y el final de la guerra. Mucho menos el miedo, la angustia y el dolor de los que estuvimos cerca de la primera línea.
No fragmentar la historia es reconocer su carácter federal y no pretender que una simple vidriera en Buenos Aires alcance para representarlo todo, sencillamente porque se dice injustamente que Dios atiende cerca del puerto.
Más allá de los muchos monumentos que hay en toda la Patagonia (incluyendo el que se construyó en el mismo lugar donde volvieron al continente nuestros soldados), el sitio que con más elocuencia recuerda el dolor y la memoria son las 237 cruces del cementerio de Darwin.
Tal vez ese sea el motivo por el cual hubiese preferido que ese museo estuviese en cualquier provincia sureña, cerca de donde se escribieron esas páginas de horror y de patriotismo.