Por: Mundo Asís
El “crimen de Ferreyra”, la extorsión de la izquierda y el rol del Estado-Pilatos.
Minoritaria y vengativa, la izquierda vuelve a imponer, a la sociedad rehén, sus códigos.
La plácida versión de la historia, acomodada a sus intereses ideológicos. La habilidad para la extorsión cultural resulta efectivamente admirable.
Con (el caso de) Mariano Ferreyra, el militante asesinado, se reiteran los acontecimientos derivados de la desgraciada muerte de Carlos Fuentealba, El Profesor.
Pero con un epílogo -en lo que atañe a la Justicia- probablemente más auspicioso para la militancia.
Por lograr, con José Pedraza, la destrucción que no pudo alcanzarse totalmente con Jorge Sobisch.
Más que penalizarse un “homicidio en riña”, en “Ferreyra” vuelve a rescatarse el atributo feliz del militante. La competencia tácita para interrumpir las comunicaciones, con pretextos relativamente admisibles.
Así se trate de cortar una ruta clave, en la antesala del feriado largo de Semana Santa (Fuentealba).
O de cortar las vías suburbanas del ferrocarril, durante cualquier mañana vulgar (Ferreyra).
Ambos casos marcan, con sus diferencias, la imposibilidad, en la Argentina, de asumir el rol disuasorio del Estado. Con sus riesgos.
O -si es que cabe- el ejercicio constitucional de la represión (palabra horrible para desterrar del vocabulario).
Aquí prefiere exaltarse el favoritismo, la simpatía social hacia aquel que corta. Al que obtura, interrumpe los pasos del que decide libremente circular.
Al que impone, por razones sectoriales, arbitrariamente, su problema a la comunidad-rehén. La cual debe padecerlos, silenciosamente. Con devota resignación.
Con el peso del Estado Pilatos se castiga al marginal que lo evite. Pero siempre y cuando haya algún muerto.
Si no hay muertos, no pasa nada. “Dale que va”. Pasa.
Rehenes anónimos
El terror de criminalizar la protesta derivó en la patología de consagrarla.
Hasta transformarla en algo irracionalmente natural. Gasto de representación de la democracia participativa.
Más que garantizar la protesta, en la Argentina caótica se la impulsa. Hasta casi glorificar la obturación de la libertad de desplazamiento del pobre semejante.
Es un tributo hacia la “lucha por un mundo más justo, mejor”. Una concesión hacia la izquierda que suele conquistar, en la ocupación de las calles, lo que no supo conquistar -hasta aquí- con las elecciones.
De todos modos, los “luchadores” se las ingenian para trasladar la emotividad de las consignas hacia la acción. A pesar de la ciudadanía aburguesada, que porta el pecado de carecer, con todo su derecho, de la alucinante conciencia social.
A pesar del rehén anónimo que mantiene el lícito interés de contemplarse el ombligo. Y no tiene tampoco el menor deseo de interesarse, en la víspera del feriado, en las apasionadas reivindicaciones de los docentes (Fuentealba).
Porque es un individualista condenablemente mezquino que sólo encara la osadía de llegar, en su automóvil, a Villa La Angostura.
O más grave aún, porque el rehén anónimo apenas pretende llegar, en el ferrocarril más piadoso, a Berazategui. Sin que le importe el mínimo pepino el dilema laboral de los “tercerizados” (por los que se batieron Ferreyra y sus muchachos, con hondas románticas que despedían tuercas, como perdigones brillantes).
Orquesta de Señoritas
Debe rescatarse la cobardía moral del oficialismo que se evade del sentido de la responsabilidad (Ferreyra).
O debe destacarse la insignificancia estructural de los profesionales de la política.
Los que no se atreven a sostener, en público, lo que confirman -conmovidos- en privado.
Y ni se compadecen por haberse arrojado, a la hoguera, al gobernador Sobisch (Fuentealba).
O debe resaltarse el oportunismo explicable de los administradores de la Justicia.
Los que no tienen ninguna obligación de ser valientes. Ni de enfrentar la fogosidad del apriete.
Ni siquiera deben incinerarse con el progresismo atmosférico que con festiva frivolidad los rodea.
Juristas que se ven presionados a dictaminar, entre las concentraciones de los radicalizados que espantan la serena lucidez. Que les lanzan consignas.
O hasta les estrenan oportunos films (Ferreyra). Muestra ejemplar que la estética del compromiso, también, se encuentra de su lado.
O acaso debe celebrarse la indiferencia temerosa del desaparecido poder sindical.
A la hora de la salvación individual, los sobrevivientes del sindicalismo burocrático sólo atinan a cuidar que no le manoteen las cajas.
A no ser confundidos -sobre todo- con nada que huela a “patota”.
Entonces contemplan, arrinconados, el asedio. Con temor a que les toque. Los roce el avance “de la justicia independiente”.
Aquellos que solían presentarse como poderosamente guapos, pesados imbatibles, no vacilaron en entregar, sin un miserable esbozo de queja, a Juan Zanola.
Aunque Zanola fuera bancario. Del gremio distante de las camisas blancas y las uñas limpias.
“Nadie me miró con tanto odio”, cuentan que dijo el juez Oyarbide. Por Zanola.
Tampoco el sindicalismo ahora va a hacer nada, según nuestras fuentes, ninguna inquietante movilización, para impedir la condena del “ferroviario” José Pedraza.
Por “empresario”, vaya y pase. Por haberse enriquecido sospechosamente y mostrarlo, vaya y pase. Por gustar del buen champagne, disponer de la compañía de una mujer atractiva y vivir, por si no bastara, en Puerto Madero. Vaya y pase.
Perfecto, elementos todos condenables, nada originales. Pero distan de ser motivos irrefutablemente valederos para tirarle, por la cabeza, al “compañero” Pedraza, la “autoría del crimen” de Ferreyra.
En realidad, el pobre Pedraza tiene algo que es verdaderamente insultante. Insoportable para la izquierda.
Es la carga de haber sido, también él, hasta bastante grandecito, de izquierda.
“Que se j…”. Por haber dejado de serlo. Traicionado las banderas de la Revolución. “Mundo mejor”.
Como el mar del film olvidado de Tyronne Power, la izquierda no perdona.
Después de todo, tampoco es grave. Ni siquiera es riesgoso encerrarlo a Pedraza.
Con la hegemonía del kirchner-cristinismo, la temible corporación sindical se transformó en algo similar a aquella amena pieza teatral de Jean Anhouil.
“Orquesta de Señoritas”.
Obscenidades
Con parámetros semejantes, nada le costó, a la izquierda sabiamente apretadora, instalar que Sobisch pudo haber sido “el autor intelectual del crimen” de Fuentealba.
Se explica que, como proyectaba ser presidente, pudo haber planificado: “Mando matar un docente, quedo para la sociedad como un duro y entonces me votan”.
Cierra. Clarísimo. Blanco y jarra, es leche.
La explotación obscena de la muerte del profesor Fuentealba le costó a Sobisch algo mucho más doloroso que resignar un proyecto político.
El suicidio de su mujer. Pero, a esta altura ¿a quién le importa? Apenas son daños colaterales.
Hoy, cuando se evoca su nombre, aquellos que fueron sus pares suelen mirar hacia abajo. Para aceptar, culposos, lejos de los micrófonos:
“Lo que hicieron con Sobisch fue una barbaridad”.
Gobierno de “compañeros”
Por su parte, antes de la fatalidad de octubre de 2010, cuando aún vivía El Furia y Pedraza era un sindicalista aceptablemente normal, pasó el mensaje, hacia arriba.
Mandó, según nuestras fuentes, a avisar. Al que creía, después de todo, “su gobierno” (como también lo creyó Zanola). Compuesto, supuestamente, por “compañeros”.
(Abundan las fotografías y las ceremonias de aplausos al respecto. El que las utilice es un destituyente).
“Mañana cortan las vías” -les dijo Pedraza, a dos o tres ministros. “Por la cuestión de los tercerizados” (ampliaremos, sólo si viene al caso).
Había que impedirlo. Pero como el kirchnerismo “no criminalizaba la protesta”, no podía evitarse frontalmente el corte.
Asomó la misma pregunta que supo formularse el camarada Ulianov Lenin: “¿Qué hacer?”.
¿Acaso podían enviar, al Puente Avellaneda, al ministro Tomada, que lo conoce tan bien?
¿O a los ministros-compañeros De Vido, Schiavi, Aníbal?
¿Acaso podían enviar a los persuasivos exponentes del colectivo Carta Abierta?
¿Aunque sea al Implacable Abalito? Al menos a las fuertes señoras de la causa, como Conti, Alicia o Lubertino.
Para decirles a los trotskistas encendidos:
“Compañeros, pese a nuestras diferencias metodológicas, si nos cortan las vías, el modelo de inclusión no cierra”.
Para impedir la patología del corte, no quedaba otra alternativa que conseguir algunos muchachos fortachones. Con deseos de hacer méritos, más que daños.
Todos debían ser asesores equilibrados de imágenes. Sensibles lacanianos, físicos cuánticos, actores de vanguardia, inquietos asistentes a peñas culturales (como la de El Descuidista).
Había que enviar una pesadita para persuadirlos. Y evitar, como dicen en la jerga íntima, “el corte de los zurdos”.
Hacer -en fin- lo que no se atreven, vergonzosamente, los irresponsables que deben asumir el rol del Estado.
Pobre Mariano Ferreyra, del Bolívar, ex Canadá, Mitre casi Acha, Sarandí.
De militante franco pasó a ser un emblema. Pretexto movilizador para producir cartelones. O prendedores para lucir, como muestra de compromiso, en televisión.
Final con presos
Después de todo, lo que la izquierda quiere son presos. Se conforma con poco.
El Furia lo aprendió muy pronto. Era lo suficientemente rápido como para adquirir, de pronto, una nueva identidad.
Entonces a la izquierda había que entregarles presos. Cantidades.
Total se trata de presos que no presentan mayores inconvenientes. Son cómodos. Baratos.
Por el apriete eficaz, nadie los va a defender. Están miserablemente regalados. Son meros obsequios de la casa.
Con la izquierda contenida y conforme siempre se puede recaudar mejor.
Recaudar tranquilos. Medrar en paz.
Oberdán Rocamora
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