Chesterton y El Wado

Mundo Asís

La Constitución, en la justicia, se aplica con severidad al gobierno que se va.

Escribe Carolina Mantegari, Editora del Asís Cultural, especial para JorgeAsísDigital

 

“No se confunda, Carolina”, advierte el Jurista Sabio, un selecto miembro del TAD. Los Transgresores Anónimos del Derecho. “De los 245 tribunales vacantes en juego, al cristinismo le interesa manejar apenas 10. A lo sumo 12. Nada más”. El resto son “tortitas negras”.

Elogio de los Nycs

La estrategia judicial de La Doctora es instrumentada, según nuestras fuentes, por el doctor Eduardo de Pedro, El Wado. El muchacho adquirió últimamente una fuerte visibilidad, gracias a Lanata y Wiñaski. Por desbordes cometidos en su origen. Mercedes. Aún no trascendieron las bajadas de líneas que hace, a jueces y fiscales, en la estación de servicio del Automóvil Club.

Para los “Transgresores” cultivados, la citada estrategia mantiene el sentido estricto de un notable cuento de Gilbert Keith Chesterton. Es La hoja en el bosque. Guarda cierta similitud, en el fondo, con La carta robada, el cuento magistral de Edgar Allan Poe. “Para ocultar una hoja no hay mejor lugar que el bosque”. Es Chesterton. “La carta robada está tan a la vista que nadie la ve”. Es Poe.

Entonces, El Wado, para asegurar la “capacidad ambulatoria”, o La Libertad, de La Doctora (y de otros personajes políticamente salpicados), apunta, en especial, hacia diez vacantes. No más. Para controlar determinados tribunales Federales, Cámaras Federales de Seguridad Social, o de Apelaciones en Lo Civil. O tribunales Penales, sobre todo Cámaras de Casación.

Y elevar, con infinidad de puestos, la base popular de “subrogantes”. Las tortitas negras. Con baluartes ocultos que no necesariamente pertenezcan a La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. Sobre todo porque no tienen, en la congregación estudiada por la señora Russo, tantos postulantes presentables que sepan leer y escribir. Y se sientan en condiciones de juzgar.

Conviene entonces favorecer a Los Nycs. Los Nacidos y Criados en “la casa-casta”. La del Poder Judicial. Muchos de Los Nycs son, por si no bastara, bastante queribles, valorables, aceptablemente eficientes. Sin grandes luces, pero discretos. Aparte ¿para qué sacarse un 10 si con un 4 es suficiente?

Los Nycs son profesionales inapelables de la carrera que hacen, desde hace años, en sitios casi insalubres, el trabajo. Como pueden. Para que lo luzcan, o los cajoneen, otros. Son los “nycs” inquietos que hacen cursos, se perfeccionan como si el país valiera la pena. Se preparan para concursos que siempre se dilatan. Seres que merecen, con todo su derecho, “comer caliente”. Para hacerse acreedores del repentino respeto de la suegra. Y hasta para ser centro de atención de alguna empleada ambiciosa, de aspecto sospechosamente cordial.

Dejar de ser el mero empleado judicial, de los que representa Julio Piumato, El Francés Culto (que para que lo acepten trata de vulgarizarse). Para convertirse, en adelante, el nyc, en “un juez subrogante”. Y ser suplidos, en el abandonado escalón de abajo, por los empleados baratos, más nuevos. Como para evocar aquel poema triste de Mario Benedetti: “Viene contento el nuevo”. O “la nueva” (ver sus “poemas de oficinas”).

 

Dar la talla

Lo contó Rocamora en Meter mano en la Justicia. Fue a partir del retroceso de Los Profesionales Tardíos. Los que fueron raleados por orden de Zannini, El Cenador (a uno de ellos, incluso, intentaron asesinarlo, no ampliaremos).

Entonces El Wado, junto a Julián Álvarez, viceministro de Justicia, El Soberbio de Lanús (que aspira a ser el próximo intendente), se transformaron compulsivamente en los poderosos operadores del Ejecutivo en el Judicial. En principio debieron golpearse las tontas soberbias contra la pared. Por ejemplo, cuando pretendieron puentear al ministro Ricardo Casal, El Peruca, de la provincia inviable, Buenos Aires. Hasta que debieron recomponer. Hoy consultan a El Peruca antes de meterse en el suburbio.

A sus espaldas, abundan quienes se los toman en j… a los muchachos. Los consideran demasiado blandengues para encarar semejante función.  Pero los camporistas inflamados se esfuerzan en “dar la talla”. Aunque la dupla Wado-Soberbio suele equivocarse cuando envían al frente al doctor Picardi. Ocurre que los sobrevivientes de varios gobiernos lo dan vuelta al chico. Como a una media.

Sin embargo el osado que marca el ritmo de la metodología es El Wado. Contiene, incluso, algún arrebato de inteligencia. Pero, por sus dificultades expresivas, quien transmite mejor las ideas de El Wado es El Soberbio.

Consta, por ejemplo, que los dos mantienen un buen trato con los pares del Consejo de la Magistratura. Con el riesgo de convertir las sesiones solemnes, a veces, en una suerte de estudiantina semanal. Entre viejos lobos de mar como el doc Recondo, El Piojo Conducción, o el renovado Fera de Avellaneda. O el temible Fuentes, El Pesado de Neuquén. Debiera rescatarse también la simpatía febril de Fargosi. Es El Crédito del macricaputismo.

 

Oler la muerte

“El mejor juez, para un buen gobierno, es aquel que nunca se designa”, confirma la Transgresora.

“El juez más competente siempre es el vacante. Es el único que seguramente no te va a c…”.

Para los papeles de la teoría: “Nunca va a traicionar aquel que se puso para subrogar”.

“Lo que se quisiera, por ejemplo hoy, Caro, es que las vacancias fueran permanentes”, consigna otro Transgresor.

Como los peronistas y los cuervos, los expertos jueces profesionales saben también oler la proximidad de la muerte. Tienen la pituitaria experimentada. Vieron pasar innumerables influyentes, con sus luces altivas de colores. Ellos suelen jugarse por defender el estado de derecho sobre todo cuando el Ejecutivo agoniza.

Es importante saberlo para interpretar las claves del mecanismo dinámico. Los tiempos de la justicia, con su respectivo retraso, permiten disfrutar de la agonía inexorable de los presidentes.

Traducción: Para pronunciarse sobre las retenciones, Cobos, El Cleto No Positivo, sólo pudo disponer de una noche. La Suprema Corte, para disponer lo mismo, se tomó, en cambio, cinco años. Lo que el político, en el Legislativo, decide en una ráfaga, la Corte puede tomarse cinco años. Para sentenciar que las retenciones nunca deben legitimarse por decreto.

“Esto no es para ansiosos, es para perversos”. Wilde.

Hace falta, en adelante, una ley. Y si algo a La Doctora no le gusta es que le marquen el tiempo. Que se lo tomen, el tiempo, como un jarabe para la tos, de los que promueve Cacho Fontana. Percibe que la sentencia de la Corte es una muestra significativa de su fragilidad.

“El campo no cambió. Lo único que cambió, y para mal, es la situación de La Doctora, como la llaman ustedes en la web”.

La pobre está en franca declinación. Es un plazo fijo. Pasan los días y los meses. Termina. Necesita fueros. Irá como candidata a legisladora bonaerense. Como gobernadora de Santa Cruz. O en la boleta como candidata a la payasada parlamentaria del Mercosur. Una ficción más intensa que las de Chesterton, Poe, Benedetti y Wilde. Por citar sólo los enunciados en este artículo.

Con asombrosa unanimidad, en el Club de Transgresores del Derecho, asoma una regla irrebatible: “La Constitución sólo se le aplica, con firmeza, al gobierno que se va”.

 

Comer caliente

Se explica entonces que El Wado se proponga la estrategia de diluir los 10 tribunales fundamentales, que le interesan, entre los 245 que se propone ocupar. Aunque se hable de 300, pero son exactamente 245.

Meras hojas que se ocultan en el bosque. Chesterton. Carta robada en el espacio más visible. Poe.

Subrogantes Nycs, de “la casa”, también “casta”. Con algún que otro abogado amigo. Un recomendable cuñado o una buena novia que acceda por la ventana a la carrera judicial. Como si fuera también de la “casa-casta”. Y que necesite, también, “comer caliente”. Ser protagonista exclusivo de las tarjetas. Adquirir la importancia personal del “señor juez”. Ser aprobado, incluso, por la suegra. Mirado con respeto por las empleadas de salario justo, las secretarias dulcemente cordiales. Y tratado con ostensible ansiedad por cualquier imputado que “deba prestar declaración”. O pagarla, de contado.