Por: Mundo Asís
Macri, el bronce, y las ilusiones de la Argentina blanca
escribe Carolina Mantegari
Macri -o El Mauri- va razonablemente por el bronce.
Confirma que quiere “gobernar para todos”. En especial “para los que menos tienen”. Se impone creerle.
Sin embargo, entre los fastos puntuales del traspaso, pudo percibirse que el corte es transversal.
Es social, es económico, pero sobre todo es cultural (entonces el director le encarga el artículo de sociología cotidiana a esta cronista).
Gente linda, contenta y blanca
Toda gente linda. “Gente como uno”. Tanto adentro como afuera.
Movilizada por sus propios medios. Sin necesidad de alquilar micros. Sin distribución de choripanes.
Gente en general bien vestida, contenta y blanca.
Sin presencias de pobres. De desposeídos. Sin un morochito -siquiera- para disimular. Revisar material gráfico y filmografías.
Los cristinistas se enojaron cuando se les dijo, desde aquí, que un gobierno no podía sostenerse con el apoyo exclusivo de los que sacan.
Y enfrentado, para colmo, a los que ponen. Los sutiles ciudadanos silenciosos que pagan impuestos, terapias, consumen pasajes, prepagas, y mueven la economía. Aunque no inviertan. Por desconfianza.
Son los entusiastas que protagonizaron las ceremonias colectivas de los cacerolazos. En España, con mucha menos concentración de multitudes, sus promotores crearon Podemos. Hoy disputan el poder. Aquí, en cambio, sus promotores, los ingeniosos programadores de la improvisación, consiguieron, a lo sumo, empleos como prenseros. Y fatigan las redes sociales.
Hoy todo cambió. El mecanismo es a la inversa. Gobierna la algarabía de los que ponen, y a lo mejor por la confianza en Mauri pueden invertir alguna parte, aunque sea ínfima, del “canuto”. A pesar que El Mauri, en su tránsito hacia el bronce, mantiene intenciones de favorecer a los que sacan. Cambiarles la vida para que no necesiten sacar más.
Ripioso camino el del bronce. Con precipicios a los costados.
Lo importante es que la Argentina blanca disfruta de su fiesta postergada. De su “esperanza”. Del contagioso optimismo que se transmite, en circuito cerrado. Del reencuentro con las ilusiones que se suponían irrecuperablemente extraviadas.
Por la certeza de disponer de un gobierno que la representa. Y que se propone trascender (es la idea fija del bronce).
Con la incorporación del desplazado a la alegría colectiva. Para que aparezca, al menos de refilón, en la foto actual.
El fracaso de la virtud
Eufóricos transgresores blancos se fotografiaron burlonamente con “las patas en la fuente” de una plaza. No fue en la Plaza de Mayo. Como en la evocación del poema de Alfredo Carlino. O de Leónidas Lamborghini.
Pero el efecto buscado se logra: consiste en burlarse del peronismo -por fin- vencido.
Abundan los leñadores de árboles caídos. Como otros transgresores que prefieren discutir si La Doctora se vuelve a Santa Cruz en clase turística, o en exclusiva. O si el pasaje entero estuvo reservado para la militancia, para evitar sorpresas, abucheos. Como el abucheo que se divulga con más entusiasmo. Es un video de 30 segundos, donde se puede ver a osados vecinos de Recoleta, honorablemente irritados, bien curtidos con experiencias en aquellos cacerolazos.
Le gritan a coro “¡Chorra, chorra!”.
Conste que fueron años de rencor sigilosamente acumulado.
La presencia de La Doctora, en aquel rincón elegante de Juncal, ya no es bienvenida. Como cuando la aceptaban.
Entonces La Doctora criticaba a Menem en los canales de cable. Y las señoras que viajaban a Miami sin visa se encontraban oportunamente hartas de la cultura menemista. Ya “no garpaba”. Coincidían esos sentimientos con las posiciones de La Doctora. Por lo tanto era una peronista perdonable, presentable, hasta simpática. Como Bárbaro lo es hoy. Un peronista perdonablemente pintoresco que entretiene.
Los venerables vecinos, inoculados por la pasión del neogorilismo, liberan el resentimiento contenido. Pero desconocen, en simultáneo, la importancia energética que transfieren. La representación del Mal.
Y aquí se equivocan los vecinos enfurecidos porque el Mal, a la larga, atrae. Sobre todo porque lo que siempre fracasó, en la Argentina, es la virtud.
No sin razón, en la más ajustada de sus versiones, el peronismo es catalogado como el “fenómeno maldito del país burgués”. John William Cooke. Alguien para colmo muy leído, en los 70, por Jaime Durán Barba.
Cierto intelectual, un desaprensivo “ideólogo de la barbarie”, después del nuevo fracaso de los virtuosos, dijo:
“¿Qué m… pasa en este país para que nosotros, que somos lo peor que hay -repito, lo peor que hay- tengamos la obligación moral de resolver todos los problemas de esta sociedad?”.
El gran drama en la Argentina no lo produce la presencia del Mal. Sí suele producirlo el fracaso de la Virtud. El verdadero desafío de Macri y sus gerentes consiste en evitar otro fracaso de la virtud.
Aceleraciones, excitaciones
Los kirchneristas también se enojan cuando se les dice, desde aquí, que instalaron una Revolución Imaginaria. Que pese a la recitación de los adelantos sociales, la marginalidad es más grave que en el 2001 (cliquear).
Para colmo la marginalidad también está acelerada. Excitada por la fantasía de la inclusión. Por la creencia que el gobierno (popular) les pertenecía.
Una marginalidad franeleada por la fábula de la inclusión. Mientras, en la práctica, se los excluye. O a lo sumo sólo se los contiene.
Por lo tanto los pobres, los morenitos, los desposeídos, nada tienen que celebrar entre los fastos del cambio.
Los excitados de hoy son también aquellos caceroleros virtuosos. Los que creen disponer del gobierno que les pertenece.
Curiosamente es más fuerte el deseo de denostar aquello que se va que exponer la bienaventuranza de lo que posiblemente viene.
Sostenido, sobre todo, por el hartazgo que produjo el que se va.
La intolerancia minoritaria de los caceroleros sensibles -los precipitados de decepción fácil- amaga con convertirse en un obstáculo para la cercana estrategia del nuevo presidente. El Mauri que llega para conquistar el bronce. Para hacerle una muesca a la historia. Y gobernar para todos. En especial -nunca olvidarlo- para los que menos tienen.
Los que hoy desaparecen transitoriamente de la pantalla del festejo. Son muchísimos, y sin embargo esperan.