Por: Muriel Balbi
España- El número de casos no para de crecer. Se denomina “hijos tiranos” o “síndrome del emperador” al fenómeno del maltrato físico o psicológico por parte de niños o adolescentes a sus progenitores. La problemática, que ha ido adquiriendo cada vez mayor presencia en los medios españoles, fue el tema estrella del seminario de Criminología, Seguridad y Derecho Penal que se realizó en la universidad Jaume I de Castellón.
Las estadísticas alarman. Según datos de la Fiscalía General del Estado, de 2.683 casos registrados en 2007, se duplicó a 4.200 en 2008, para saltar a unos 9.000 en el transcurso del año pasado. Vale considerar que estamos hablando sólo de los denunciados, una acotación importante si consideramos las dificultades de hablar del tema, por lo que implica exponer al propio hijo y aceptar que se fracasó en su educación (según el diario El Mundo, sólo 1 de cada 8 padres se decide a pedir ayuda).
En la España de hoy, el robo con violencia es el delito que más cometen los menores. Sin embargo, la violencia familiar infringida por los hijos está creciendo año a año y es un fenómeno que causa mucha preocupación a psicólogos y educadores. Las víctimas son en un 80% las madres; así, el problema se ha ido femenizando ya que también está aumentando el número de niñas agresoras, que ya constituyen un tercio de los casos totales.
Si bien hay pocos estudios científicos sobre los motivos que llevan a un niño a someter y a maltratar a sus padres, los especialistas coinciden en señalar una serie de denominadores comunes. Por ejemplo: la ausencia de límites y la permisividad. Los hábitos familiares, derivados de la escasez de tiempo dedicado a la crianza, generan culpa en los adultos que luego les dejan a sus hijos “hacer lo que quieran”. Los padres se vuelven sobreprotectores o carecen de la energía y de la voluntad que conlleva imponer límites al menor.
A su vez, resulta muy nocivo el cambio de roles entre padres e hijos, ya que el resultado son niños que no respetan ni entienden la autoridad. Esto suele comenzar cuando el padre, frente a un conflicto con el maestro, lo desautoriza y se pone del lado de su hijo. También cuando los padres que se pelean y lo usan al chico como botín de guerra o aquellos que se desautorizan y descalifican mutuamente. Según Roberto Pereira y Lorena Bertino, de la escuela Vasco-Navarra de Terapia Familiar, “una educación liberal demasiado permisiva, en la que los roles y las jerarquías se han borrado, es el lugar ideal para que emerjan este tipo de conductas” y señalan que suele ocurrir en familias en donde padres e hijos están en igualdad y donde las normas no se imponen, sino que se negocian.
En la mayoría de los casos se observan conductas habituales de desafío, chantaje, mentiras y actitudes crueles contra los miembros de la familia, incluido los hermanos. Son chicos con una focalización elevada de metas egocéntricas. Buscan su propio beneficio, sin pensar en los deseos y necesidades de los demás. Según explica Alberto López, director del centro de menores Pi Gros de Castellón, “no suelen tener cultura del esfuerzo, siempre han querido más y ejercen la violencia cuando no han obtenido lo que han querido”. Son personas a las que no se les han dicho casi nunca que no, por lo que no han podido desarrollar tolerancia a la frustración.
Otro dato a tener en cuenta es que la mayoría de los casos se dan en la clase media y media alta. Según observa Javier Urra, director de un programa dedicado a abordar esta problemática y escritor de varios libros sobre la materia, “no se da el caso de un niño gitano que le pegue a su madre, o el de un chico de un pueblo perdido de Castilla, donde los padres son labradores” por la condena social que recibirían al día siguiente. “España salió de una dictadura y acogió con gusto el prohibido prohibir del Mayo del 68. La natalidad bajó hasta el punto en el que el hijo se convirtió en un tesoro al que hay que educar entre algodones” y advierte que “estos son los niños que, cuando tienen dos años, les pides que te ayuden a recoger y no lo hacen. Son los mismos que con seis o siete años acaban enfrentándose con el profesor y el padre se pone de su lado. El pequeño dictador se hace. Hay padres que creen que decir que no a su hijo le creará un trauma. Eso es un grave error: lo que neurotiza es no tener límites. Los niños tienen que aprender lo que es la frustración.”
Como explica Alejandra Vallejo-Nájera, psicóloga y escritora, “la familia no es una democracia. Los menores no pueden ejercer el papel de adultos y los padres tienen que saber poner los límites”. En la misma línea, el presidente de la Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil, Jesús García Pérez, declaró al diario ABC que “hemos pasado de ser esclavos de nuestros padres a ser esclavos de nuestros hijos, sin haber sabido encontrar el término medio”. Según este profesional la principal causa de este fenómeno tan triste es “la crisis de valores fundamentales y morales de estos jóvenes que pueden hacer todo lo que quieran sin que interfieran sus padres, profesores o la sociedad en general”.