Por: Nicolás Pechersky
Para Cristina hoy no hay nada más importante que controlar el Poder Judicial. Ya sea para promover una reelección vía reforma constitucional, referéndum o atrincherándose en la Rosada al grito de “no nos vamos nada…”, como para asegurarse tranquilidad el resto de su vida si dejara la presidencia en 2015.
Con las últimas elecciones, logró un control total no sólo del Ejecutivo sino también del Congreso con mayoría automática. No tan de a poco sus amigos se fueron haciendo de cada medio grande entre canales, radios, diarios, revistas, periodistas, etcétera.
No sólo se hizo de la máquina de hacer billetes sino que partió a la oposición al medio forzando a los izquierdistas a votar una confiscación encubierta de Ciccone acusando de privatistas a quienes no acompañaran el proyecto.
Los dos límites que le quedan a la segunda persona más poderosa del país son el Poder Judicial con algún margen de independencia principalmente en la Corte Suprema y una clase media que demostró que cuando quiso hacerse oír hasta el más sordo de los fanáticos tuvo que escuchar.
Si hoy quisieran aprobar la reelección indefinida vía reforma constitucional, no le darían los números en el Congreso. Sus propias encuestas indican un fuerte rechazo a la medida incluso entre quienes la apoyan. El único camino que le queda es un referéndum, como hizo Chávez, donde básicamente evitaron la reforma constitucional con una encuesta pública para ver si estaban a favor o no de la reelección. El ex presidente venezolano tuvo que realizarlo dos veces ya que la primera vez perdió.
Con la reforma cambiarían la conformación del Consejo de la Magistratura para llenarlo de aduladores y aplaudidores, quienes tendrían la capacidad de elegir jueces. O sea, los encargados de frenar el referéndum por inconstitucional serían jueces puestos a dedo por miembros de La Cámpora.
Cuando debatimos el rol de la Justicia es difícil conectar con la gente que no labura en política y que sinceramente no le interesa en lo más mínimo. Y tienen razón. Pero no por eso deja de ser importante entender los efectos directos de esta reforma sobre los que simplemente quieren vivir un poco mejor, un poco menos ajustados y con un poco menos de miedo.
Sin una Justicia independiente no existiría la causa Ciccone, y Boudou seguiría siendo el héroe de esta “nueva juventud militante”. Sin Justicia no habría una causa por el desvío de fondos para la construcción de viviendas sociales en manos de Madres. O sea, sin Justicia habría menos casas para los que más las necesitan. Sin Justicia, la mamá de Cristina no hubiera podido iniciar una causa por su jubilación contra la Anses.
Ahora, si queremos ver por una ventanita al futuro, sólo basta con mirar jueces adictos al gobierno como Oyarbide y ver que, si ésta les sale bien, las causas de enriquecimiento ilícito de los políticos se cerrarían en tres meses cuando un juicio de un jubilado dura 10 años o 15 si el pobre fallece y sus hijos deben iniciar un juicio sucesorio.
El 7D Cristina no perdió contra Clarín, perdió contra la Justicia. Ésta parece ser su última gran batalla, la que le allanará el camino hacia la reelección o hacia la impunidad para los años siguientes a su mandato.
Pero la última palabra no la tienen los periodistas ni los jueces ni la corte ni Clarín. La última palabra es de la clase media movilizada el #18A. La última palabra es la de los millones de argentinos levantándose contra una forma de hacer política y de gobernar que se acabó y con ella los que se le aferran para sobrevivir.