Por: Nicolás Pechersky
Probablemente la mayor enseñanza que nos dejó las elecciones en Venezuela fue que para vencer en las urnas a los gobiernos populistas de nuestros tiempos se necesita la unidad total e innegociable de toda la oposición.
Gobiernos como el de Chávez, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y el de Cristina buscan perpetrarse en el poder con la firme convicción de que son la mejor opción para el país. Tanto se los necesitaría que son capaces de dejar de lado límites constitucionales a la reelección indefinida.
Tal vez Néstor haya sido un gran presidente. Quizás la bonanza económica de su gestión fue gracias a políticas económicas acertadas y no al viento de cola del mercado exterior, hipótesis que no comparto. Pero hayan sido los mejores o no, la justificación del límite a la reelección indefinida no admite excepción. No hay hoy ni habrá mañana una razón para quebrantarlo.
Sea quien sea el candidato el poder se vuelve una enfermedad y más de dos períodos es una monarquía.
Con el tiempo la centralización excesiva de poder en manos de una sola persona termina enfermándola, llevándola a niveles cercanos a la megalomanía donde se pierde la percepción de lo que está bien y lo que no, de lo razonable y de lo demencial.
De repente todos se vuelven peligrosos, un riesgo para el modelo, empieza la desconfianza. Quien no está con nosotros está en contra y debe ser destruido. Se pierden los matices, los grises, las diferencias de opinión. Se pierde el sentido común.
Capriles venció todos estos obstáculos y realizó una elección donde probablemente ganó, y la prueba de esto es la negativa constante del gobierno de Nicolás Maduro de abrir las urnas y contar los votos. Si tan seguro está de su victoria, entonces es inexplicable esta actitud.
Pero Capriles no ganó por Twitter. No ganó por Facebook ni por una agencia de publicidad. Ni si quiera ganó por el apoyo del argentino Ricardo Montaner. Ganó porque toda la oposición se unió bajo la premisa de que la única forma de derrotar a un tirano es todos juntos hasta el final.
No por la unidad electoral. Lo que pesó de esto fue el gesto, el mensaje hacia la gente de que el arco opositor de forma unánime dijo: “Sólo unidos los sacamos”. La supuesta derecha latinoamericana viviendo bajo el lema: El pueblo unido jamás será vencido.
El juego hábil de Néstor, continuado por Cristina, es el de dividir a la oposición. Sumergirla en debates ideológicos imaginarios de estatizaciones y conquistas sociales.
Macri lo propuso en 2011 y lo repite ahora. La única victoria posible contra el kirchnerismo es todos juntos. Una mesa de unidad donde se dejen las diferencias de lado para lograr el bien común, asegurar que sea quien sea el que gane en 2015 asuma en un contexto de paz y de tranquilidad política.
Para sumarse a esta mesa hace falta tanto grandeza como seguridad absoluta de que el candidato de esa mesa deberá ser elegido por el pueblo al que buscan defender y todo el resto deberá acompañar bajo una misma bandera.
A dos años de las próximas elecciones presidenciales parece difícil pero no imposible. Esta semana se juntaron Macri con Moyano, De La Sota, Venegas y De Narváez. Todavía faltan el FAP, la Coalición Cívica y la UCR. Los que formen parte de esta unión serán los que estén dispuestos a todo para salvar al país, el resto será directa o indirectamente funcional al gobierno kirchnerista.