Por: Nicolás Pechersky
Nuestro fanatismo por el pasado, no así por el estudio de la historia per se, puede tener un montón de razones. Desde el vamos nos dicen que todo tiempo pasado fue mejor, y viendo 40 años de decrecientes indicadores de desarrollo, parece algo al menos lógico.
También puede tener que ver con que los argentinos somos los mejores del mundo. Jugamos al fútbol como Brasil. Hacemos política como Europa pero nuestra democracia es directamente, del pueblo, Atenas con derechos humanos. Y si fallan, les damos clases de economía.
Nos burlamos de la educación estadounidense porque somos re Cuba. Y nos subimos al tren del progreso latinoamericanista de los petro y soja-dólares, mientras Paraguay y Uruguay trabajan de verdad y exportan más carne que nosotros. Pero qué carne trucha debe ser y seguro no saben cocinarla como un argentino, aunque el mundial de asado también lo perdimos.
Reivindicamos a Yrigoyen y cómo no hacerlo si él también tenía un diario tipo 678, pero de papel, donde le decían lo que quería escuchar. Pero Yrigoyen gobernó otro país. No había música portátil, no había Twitter ni Facebook. No había guerras por el petróleo. Las mujeres no votaban. Casi nadie votaba.
Los argentinos la tenemos clara. La viveza criolla. El tango. La birome que supuestamente es argentina aunque la haya inventado un húngaro. Pero peor es nuestro ministro de facto de economía y su pasión marxista. Ahí sí que nos pasamos. ¿Cómo vamos a dejar que nos dirija ese pibe molesto con remera del Che que a los 20 entraba al aula a interrumpir la clase para promover una revolución que ni él entendía? ¿Cómo defendés la dictadura del proletariado cuando la última vez que viste a un trabajador fue desde un helicóptero volviendo de tu casa en Uruguay?
Marx fue un pensador, un intelectual. Un tipo que entendió al capitalismo y al estudio de la historia como pocos. Un tipo que vivió en una época donde no había autos o internet. No existía el petróleo ni la soja. Estamos dejándonos gobernar por un tipo que vivió otro mundo, otra realidad.
Será por eso que nos venden un congelamiento de precios donde hay 18 marcas de vino y ni una sola leche materna. Será también que las políticas para la clase baja las escriben detrás de un escritorio personas que no pisan un supermercado hace décadas.
Lo peligroso de este despotismo ilustrado que de ilustrado tiene poco es el abuso de los títulos de los pensadores que dicen entender. Cuando Marx dice que la sociedad avanza a través de la lucha de clases, los pensadores del monotributo lo siguen a rajatabla y dividen al país.
Lo dividen cuando agarran chicos de jardín y les ponen una pechera de La Cámpora para escupir fotos de periodistas. Lo dividen cuando te hacen creer que la culpa de la inflación es de los supermercados, cuando los chinos laburan 15 horas por día 7 días a la semana y se van a tener que bancar un pendejo prepotente que probablemente gane más que él por no laburar.
Lo dividen cuando financian programas de bajísimo nivel intelectual y periodístico dedicados a insultar y difamar. Cristina hace años dijo que iba a hacer un censo de los ricos. Ahora me gustaría que lo haga. Y que dejemos de escuchar a los que entraron a la era kirchnerista como simples empleados estatales y diez años después se volvieron megamillonarios. Dejemos de escuchar a los ladrones de siempre, a los brutos, a los mediocres. Y escuchemos a los que saben de verdad.
Preguntémosle al tachero cómo funciona el tránsito. Al almacenero qué es la inflación y a la señora que empezó a usar un carrito ecológico (50 años antes de que se invente Greenpeace) qué tal anda el Anses y el PAMI. Argentina es un país con buena gente. Sólo falta que esa buena gente nos gobierne.