Por: Nicolás Pechersky
En esta obra increíble el genial Mario Vargas Llosa cuenta la historia del ex dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo. Un personaje que amasó fortunas incalculables para él y sus amigos. Reprimió y asesinó a miles de opositores e inmigrantes haitianos, pero también logró niveles de crecimiento y desarrollo que el país nunca volvería a ver.
Gobernó durante 30 años ininterrumpidos en los cuales la única constante fue su figura, y los grandes líderes de su movimiento fueron subiendo y bajando, creciendo y estrellándose, día a día, a orden y capricho del dictador.
En este culto a su persona, su juego consistía en levantar personas cercanas y bajarlas sin explicación ni razón aparente. De esta forma, por un lado medía la lealtad de los que de repente perdían todo y, por el otro, mantenía a todos alertas y asustados, nunca demasiado cómodos en un cargo ni con demasiado poder.
En definitiva. Nadie podía ganar más que él ni tener mejores posesiones. Nadie podía levantar la cabeza ni brillar demasiado. Poderosos y lacayos, todos sirvieron de títeres de un tipo que supo mantener el poder por un período mucho más largo que el normal para las dictaduras contemporáneas latinoamericanas.
Con diferencias y semejanzas, vemos muchas cosas en común con el gobierno kirchnerista que supo y sabe mantenerse en el poder muy por encima del promedio. Con tres gobiernos consecutivos, sin posibilidad de re reelección y con los propios sin saber si quedarse o saltar al barco tentador de los ex funcionarios que ahora son opositores, empezamos a ver algunas paranoias propias de líderes como Trujillo.
Tal vez la salida de Guillermo Moreno sea una de ellas.
Algunos suponen que se tuvo que ir por el hartazgo de la gente. Por una mala imagen cosechada con decisión tras decisión contra la clase media. Si bien este es un gobierno que vive de las apariencias, nunca se caracterizó por elegir a sus personajes por cómo medían, ni a mantenerlos o sacarlos por cansancio. Si no ya habrían pasado a retiro a D’Elía, Oyarbide, Kicillof, Cabandié.
Otra posibilidad es que Cristina se haya cansado y haya culpado al ex superministro de los fracasos en materia económica desde la imposición del cepo cambiario. Pero tanto Néstor como Cristina se jactan de saber de economía y de ser la última voz en la materia. Por más poderoso que se vuelva un secretario de Comercio Interior de un país que se propone vivir con lo propio, se entiende que él, con mayor o menor iniciativa y poder de decisión, estaba cumpliendo órdenes.
Lo que nadie parece cuestionar, desde adentro y desde afuera, es que fue un soldado del proyecto del matrimonio K, que siguió órdenes sin cuestionar, que gritó cuando había que gritar, que trabajó cuando había que trabajar, que se peleó con cuanto empresario había que pelearse, ya sea por razones honestas o por broncas personales de sus jefes.
Parece contradictorio que el ejemplo de militancia, de compromiso, de lealtad, de honestidad y sobre todo, de ultrakirchnerismo, pueda ser exiliado a la fuerza a un cargo de segunda línea en una embajada que ni si quiera es de las 2 o 3 más importantes.
Pero más contradictorio, y más triste aún, fue ver a la tribuna de aplaudidores y militantes del monotributo festejar con orgullo y nostalgia a su luchador incansable contra los monopolios y las corporaciones, a saludarlo en su partida. Y no ver a ninguno cuestionar a su presidenta por echarlo como a un perro, sin explicaciones ni recompensas, sin premios ni agradecimientos. Simplemente por dejar de ser útil para este reinado que ya duró demasiado.