Por: Omar Lavieri
Nací en el barrio de Mataderos. Mi viejo vendió carnes y achuras durante toda su vida. Soy hincha de Nueva Chicago. Fui un mediocre jugador de las divisiones inferiores del Club y alcanza pelotas en el primer ascenso, allá por 1981.
Ser hincha del Chicago de acá me hizo ser hincha del Chicago de allá. Así que, cuando en los años 90 los Chicago Bulls brillaban de la mano de Michael Jordan, le tomé cariño al equipo que ganó todo en la NBA y, a la vez, a la ciudad que lo cobija: sí, también soy hincha de Chicago, de la ciudad. La recomiendo. A los que puedan viajar a Estados Unidos y no la conocen, deberían hacerlo. De los argentinos con capacidad para viajar al exterior y a Estados Unidos, muchos van a Nueva York o a Miami, casi por descarte. Y se la pierden.
Chicago, a mi humilde entender y luego de varias visitas, está cerca de Manhattan. Una advertencia: no vayan en invierno ni en pleno verano, las condiciones del clima son realmente extremas. Pero vayan.
En Chicago podrán encontrarse con una arquitectura que impresiona: desde la modernidad más absoluta de los rascacielos de diseño hasta los viejos edificios que recuerdan los años de los célebres gángsters. Por esas calles (tan repletas de tránsito pero mucho menos caóticas que las de Nueva York) anda suelto el espíritu de Al Capone y hay varios tours preparados para conocer los lugares en donde mandaba la mafia.
Es una ciudad llena de música y arte. Los bares de jazz y blues conviven con las esculturas callejeras de Miró o Picasso. Y con el imponente Instituto de Arte de Chicago, considerado uno de los mejores museos del mundo.
Para llevar a los chicos hay lugares increíbles, como el parque de diversiones en Navy Pier (tiene una vuelta al mundo gigante y sillas voladoras para disfrutar una vista única del perfil de la ciudad) y su Museo de los niños (con una oferta de experiencias lúdicas de primer nivel) o el interminable acuario Shedd (además de ver, se pueden tocar algunas especies, como manta rayas y estrellas de mar).
El centro de una visita será el Millennium Park, presidido por una escultura llamada “El poroto” que obliga al turista a pasar una y otra vez por allí. Esta obra gigante del artista Anish Kapoor es un gran espejo de forma “porotoidal” cuya superficie espejada refleja al visitante de cientos de maneras diferentes. Y además devuelve la imagen de la primera línea de edificios de avenida Michigan, una de las más importantes de la ciudad de Barack Obama.
Y hay otras intervenciones artísticas imperdibles en este parque. Una alta pared de ladrillos de vidrio funciona como pantalla de videos que muestra retratos de gente, personas que miran a los ojos a sus espectadores. Pero en realidad es una fuente que cada tanto lanza un gran chorro de agua, justo por la boca del protagonista de turno en la proyección. Un anfiteatro gigante y esculturas de cabezas gigantes, completan la muestra.
Cerca de ahí, la avenida Michigan ofrece su “Milla Magnífica”, donde se agrupan a las grandes marcas en un shopping a cielo abierto. Al que no le interese mucho hacer compras, igualmente va a encontrar ahí algo atractivo para conocer, porque firmas más importantes de la moda se disputan la originalidad en el diseño de los locales y en la presentación de los productos.
En Chicago hay edificios muy altos. Y dos de ellos se reparten a diario la visita de miles de turistas que pasan por la “Ciudad de los vientos”. La torre que antes se llamaba Sears y ahora se llama Willis tiene un mirador en el piso 103. Pero como no se conformaban con hacer que se vea la ciudad desde lo altísimo, construyeron balcones que son transparentes hasta en el suelo. Es decir, uno se para sobre la ciudad, como en el aire, camina sobre el cielo de Chicago y allá abajo, todo se ve pequeño.
Para competir con el Willis, el edificio Hancock ofrece también la posibilidad de ver toda la ciudad -hermosa vista de la costa del lago Michigan incluida- desde el piso 94. Y para ir más allá, inauguraron hace poco una experiencia llamada Tilt. Se trata de un sector de ventanales en el que el visitante puede apoyar todo su cuerpo contra el vidrio y un mecanismo comienza a inclinarlo, moviéndolo hacia afuera de la línea de construcción, hasta quedar a 30 grados. Así, quien experimenta Tilt queda casi acostado sobre la nada misma. Al mejor estilo Superman, es como volar, por algunos segundos, por las terrazas de Chicago. Una sensación espectacular.
En la ciudad de los Bulls, se puede recorrer el limpio Río Chicago en lancha y ver los enormes edificios céntricos con una mirada diferente a la que se tiene desde las veredas.
Algunos la han bautizado “la segunda ciudad” de Estados Unidos. Vayan. No se van a arrepentir. Y al regreso la van a considerar como la primera.
Sí, hago proselitismo. Con la esperanza de que cuando vuelvan enamorados de la Chicago de allá se hagan un poco hinchas del Chicago de acá.