África, como se sabe, siempre es el rezago de las noticias internacionales, a menos que haya catástrofes para deleitar a las audiencias. Sudáfrica, como parte de ese continente olvidado, también comparte esa pauta, salvo que existan hechos que conciten el interés internacional de vez en cuando. Si bien pasajero, uno fue en 2010, en ocasión de ser ese país sede de la Copa Mundial de fútbol, por lo que dicho año se habló más de África en general que en muchos otros. El 9 de junio de 2013, el personaje más representativo de esa nación, Nelson Mandela, entró en un declive por su acrecentada edad del cual no se repondría más, para fallecer el 5 de diciembre pasado, a sus 95 años. De nuevo todas las miradas del mundo se dirigieron a su patria para honrarlo como un ícono mundial de la paz y de la reconciliación que, con 67 años de militancia, e incluyendo 27 de presidio, logró superar la infamia racial del Apartheid y alcanzó la unidad de una nueva Sudáfrica democrática de la cual resultó electo primer presidente, y el primer negro al poder de la que denominara “nación del arcoiris” en relación a su diversidad étnica y cultural, y la reconciliación post Apartheid. En otro gesto loable de la talla de uno de los estadistas más admirados del siglo XX, voluntariamente (a diferencia de tantos mandatarios africanos que se enquistan en el poder) cedió el mando en 1999. Finalmente, en cuanto a efemérides, se cumplen 20 años del fin del tan repudiado Apartheid.
Mandela concita la admiración y el respeto en todo el mundo. Su ejemplo en aceptar dialogar con el enemigo, perdonarlo por los agravios del pasado, y pretender la reconciliación, debiera ser imitado en muchos lugares. En América Latina no hay figuras de su talla, y lo más cercano a una homologación fue que al presidente José Mujica de Uruguay lo hayan querido comparar con el sudafricano, pero “Pepe”, con su brutal honestidad, rechaza esa clase de comparación. De modo que lo que urge en nuestra región es la presencia de líderes con gestos conciliadores como el del sudafricano más famoso.
Al momento del fallecimiento de Mandela el presidente venezolano, Nicolás Maduro, comparó su muerte con la de Hugo Chávez nueve meses antes, en el sentido de homologarlos como dos grandes políticos del mundo, pero el fenecido líder bolivariano no tuvo la capacidad de unir la nación como lo hiciera hace 20 años el sudafricano, sino de dividirla, pese a las mejoras a los sectores más postergados antes del inicio de la Revolución Bolivariana. A su muerte, sobrevino el desafío de todo régimen basado fuertemente en el carisma de su líder, preservarlo, misión que le tocó a Maduro, quien se declaró hijo del Comandante. Pero la situación comenzó a complicarse con protestas estudiantiles a comienzos de febrero pasado que desataron un panorama cercano a la guerra civil y que para agosto cerró con un balance lamentable de 45 muertos, cientos de heridos y más de 2.500 detenidos, todo ello sumado a una economía que tambalea, por ejemplo, con la inflación más alta de toda la región. El chavismo, así como la oposición, pierden el desafío de unir a los venezolanos ya que ambos contribuyeron a generar una fractura sin precedentes de la sociedad venezolana de la cual el estado de violencia que la asoló durante gran parte del año es su mejor reflejo. Ni Chávez es Mandela, ni tampoco lo es el referente opositor Leopoldo López, encarcelado desde el 18 de febrero, quien comparó su situación a la del ícono negro por el injusto presidio que sufrió. Para muchos opositores al gobierno, López es un nuevo Mandela, generado por Maduro, ya que el gobierno lo catalogó de golpista y culpó de orquestar la protesta fascista, así como de engendrar la violencia cuando también el gobierno la promovió, por ejemplo, a través de los motorizados y la represión estatal. Como sea, y más allá de la discusión eterna entre diversos actores que se endilgan culpas, no hay espacio para ningún gesto reconciliador y menos uno a la altura de Madiba, el apodo clánico del primer presidente negro de Sudáfrica.
El contexto argentino, si bien no tan ríspido como el venezolano este año, tampoco ofrece una figura reconciliadora de la talla de Mandela ni mucho menos. Los cruces entre oficialismo y oposición son permanentes y muchos subidos de tono. Hace unos días el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, en conferencia de prensa llamó a un periodista opositor “marmota” en un juego de palabras por unas críticas efectuadas y el piquetero oficialista Luis D´Elía, con su verborragia habitual, pidió simbólicamente en una pica la cabeza del juez Claudio Bonadío, magistrado que pidió investigar un activo de la presidenta Cristina Fernández. La oposición no se queda atrás. El periodista y conductor televisivo Jorge Lanata, que el pasado 20 de febrero comparó a Leopoldo López con Perón y Mandela en relación a su arresto, con el tono incendiario y displicente que lo caracteriza, hace unas semanas cargó contra todos los referentes opositores acusándolos de inútiles. La oposición y el oficialismo podrían llenar capítulos de libros con episodios infantiles de cruces verbales y peleas para todos los gustos.
Con tantos ejemplos a la vista de confrontación y odio, tanto en Venezuela como en Argentina, es claro advertir que no resulta fácil vislumbrar algún fenómeno similar a lo ocurrido en Sudáfrica en cuanto a reconciliación nacional, ni en los demás países de América Latina. Estamos muy lejos de tener nuestro propio Nelson Mandela.