A medida que pasan los días y la comunidad internacional se mantiene inactiva con Libia, crece el espacio para la guerra civil y gana fuerza Khadafi. Las informaciones son cada vez más partes de guerra y menos sobre hechos políticos. La política se retira y gana la fuerza. El vacío es obvio y estridente. La desopilante intervención de Chávez es otro indicador de que, ante el vacío de política internacional, cualquiera se anima a intentar ocupar ese lugar resignado. EEUU -que sigue siendo la única superpotencia global- no actúa por su inhibición post-Irak. Se trata a la vez de un consenso doméstico -nadie en ese país quiere otra guerra- y de no verse nuevamente ante el mundo como invasor de un país árabe. Por esto EEUU hasta ahora no ha superado la línea de acción de cualquier país europeo, sólo preocupado por evacuar a sus ciudadanos y ejercer cierta presión meramente declarativa sobre Khadafi. Las declaraciones, además, son contradictorias y tímidas. Desde hace semanas los funcionarios de EEUU y Europa hablan de una ''zona de no vuelo''. Pero se atajan: en la ONU no hay consenso, ni China ni Rusia darán el sí en el Consejo de Seguridad. Mientras, los tanques y aviones de Khadafi se hacen una fiesta con los civiles y los rebeldes mal armados y ganan posiciones día a día. Las fuerzas de Khadafi dominan el aire y además las carreteras en todo el oeste y centro del país. El almirante Mike Mullen, jefe de estado mayor de EEUU, adujo que una zona de no vuelo sería algo muy complejo, y su superior, Robert Gates, recordó que implicaría atacar las bases aéreas libias, es decir, una operación de guerra. Ayer la Casa Blanca volvió a relativizar esta alternativa: ''No es un videogame''. Pero la zona de ''no vuelo'' es la única medida eficaz para frenar al autócrata libio y a su clan de jóvenes criminales. Sería, además, una solución de compromiso, dado que no pondría tropas en el terreno, el gran tabú que sobrevuela este debate. Se limitaría a impedir que los MIG y los helicópteros artillados de Khadafi se ceben con los civiles y los rebeldes montados en camionetas. Europa se muestra aún más refractaria y apática. Durante los primeros 15-20 días del alzamiento en Libia se la vio casi exclusivamente preocupada por la provisión de gas, mientras la matanza alcanzaba su clímax. Ahora Europa tiembla ante la perspectiva de un éxodo masivo de refugiados, y se niega a ocuparse activamente de controlar al ''perro loco'' de Trípoli (así lo llaman) y los desequilibrios que surgen en la ribera sur del Mediterráneo. Es evidente que el problema libio supera totalmente a la vieja Europa, como ya pasara antes con Túnez. Pero estos dos actores, EEUU y Europa, son los únicos con ''proyección estratégica'' en el Mediterráneo, y por lo tanto los únicos con capacidad para hacer algo más que hablar e indignarse o votar resoluciones más o menos abstractas en la ONU. Rusia y China no son actores directos: el Mediterráneo es, se supone, una región de influencia europea y estadounidense. En tiempos de la URSS, Moscú hubiera tallado con mucha más fuerza, cuando tenía en el Mar Negro una flota imponente y disputaba el Mediterráneo oriental a la Otán; hoy sólo puede mostrar su poder de veto en la ONU y, eventualmente, asustar a Europa con cortale su provisión de gas. Pero esto es totalmente innecesario: los europeos se inhiben solos. El problema fundamental, entonces, es esta falta de voluntad para hacer política internacional de EEUU y Europa que deja el escenario vacío. Así la iniciativa en Libia está en manos de Khadafi, mientras los rebeldes claman en vano por una ayuda que no llega, por aquello del ''videogame''. En cuanto al resto de la comunidad internacional, es tan tibia que se niega a reconocer como gobierno provisional al Consejo Nacional creado por la rebelión en Bengazi.