La no-revolución bolivariana

Pablo Díaz de Brito
  Con el trasfondo de la grave enfermedad de Hugo Chávez y el enigma insoluble de su posible sucesión, tal vez sea el momento de hacer un balance del "socialismo del siglo XXI" que proclama el bolivariano, y de las enormes distancias que exhibe con el practicado en el siglo XX por Fidel Castro, a quien él mismo llama su padre ideológico, y por sus antecesores stalinistas.   Pese a esa continua apelación a Fidel, Chávez no hizo la revolución que sí hizo Castro a partir de 1959 en Cuba, y en muy pocos años. Chávez se declara "socialista y revolucionario", dice encabezar una "revolución", pero hace 13 años que está en el poder y no ha hecho una revolución propiamente dicha. La "burguesía", que tanto ha denostado, sigue ahí, porque no la aniquila como hizo Fidel. Es el mismo modelo que siguen Evo y Correa. Por eso los críticos de izquierda del chavismo, como Hans Dieterich, hablan de "desarrollismo burgués", que subsidiariamente beneficia a "las masas".   En esta no-revolución, en este no-hacer-la- revolución a lo Fidel, a lo Lenin, a lo Mao, está la implícita admisión del fracaso de esas revoluciones, del socialismo revolucionario a lo largo del siglo pasado. Por eso son incoherentes las imágenes del Che junto a Chávez, la iconografía revolucionaria y "roja" del chavismo. Es mezclar peras con manzanas, marxismo-leninismo con populismo autoritario y estatista, dos fenómenos y proyectos completamente diferentes.   Chávez ha ido avanzando a lo largo de años contra la propiedad privada. Si bien ha acelerado el paso en estos años, en el promedio de sus 13 años lo ha hecho más lentamente que, por ejemplo, el muy conservador general De Gaulle en la posguerra o que el Laborismo británico en el mismo período. En suma, el "reformismo burgués" europeo ha sido mucho más audaz y rápido a la hora de meter mano en la propiedad de los "medios de producción" que el retórico chavismo-bolivarianismo.   Igualmente, con los años, el resultado en el caso venezolano es calamitoso, especialmente cuando este estatismo se ha aplicado contra grandes empresas de industria pesada o de servicios exigentes, como la telefonía o la electricidad. Por eso se deja sobrevivir a la empresa privada, para que la economía no se desplome. Se admite así, siempre tácitamente, que el estatismo total -que eso fue el socialismo soviético, el comunismo- resultó un fracaso monumental.   Se trata entonces de reiterar el nacionalismo autoritario de los 40-50, pero envuelto en una retórica revolucionaria "roja-rojita", como dicen en Venezuela, filo-castrista pero sólo en el plano retórico y diplomático. Aún hoy, con Chávez en su mayor radicalización desde 1999, sólo estatiza selectivamente. Pero como se dijo, el daño es enorme y lo sufre la economía venezolana, aunque esto es nada si se compara con el daño infligido a Cuba por la revolución castrista.   Existe a su vez el surgimiento de la "boliburguesía", prebendaria, estatista, pero burguesía al fin desde un punto de vista marxista. No son cuadros técnicos del Estado que conducen sectores de una economía 100% estatal, según el modelo comunista. Tampoco acá hay revolución, sino evolución, pésima por cierto, pero no una revolución de tipo bolchevique, rápida y violenta. Aún menos se produce esto en Ecuador, donde Correa tiene una cierta racionalidad económica, en todo caso mayor que la del teniente coronel Chávez, dado que conoce mucho mejor el paño económico. A este conocimiento debe sumarse el corset cambiario y monetario que impone la convertibilidad con el dólar.   Se tiene así un panorama de conjunto que un revolucionario de los años 60/70 no hubiera dudado un segundo en tildar despectivamente como "reformismo burgués". El mismo cuadro se repite en los medios de comunicación. Se los asfixia, como se vio recientemente con el caso del diario El Universo en Ecuador, o con el grupo Globovisión en Venezuela, pero de algún modo la prensa opositora y crítica sobrevive y tiene un considerable margen de acción. Nada que ver con lo hecho por las verdaderas revoluciones que barrieron a la "prensa burguesa" por completo, de raíz. Tuvo que llegar Internet para que en Cuba reapareciera algo parecido a un periodismo independiente, y eso con mil precariedades, limitaciones y hostigamientos brutales. La tarea de los blogueros cubanos es heroica, pero no puede ni compararse, en cuanto a estructura y llegada al público, con las de los grupos de medios independientes aún existentes en las naciones "bolivarianas".   Todo esto marca el límite intrínseco del modelo chavista. Siempre deja la "raíz del mal" viva, y la deja crecer, según criticarían un Mao o un Che Guevara. Y lo hace porque sabe muy bien que la necesita, que el estatismo total es una catástrofe probada. Por eso la retórica de la lucha contra "la burguesía" es incesante, porque esa burguesía nunca es aniquilada, porque se la necesita. También se necesita para hacer funcionar mínimamente al país a esa "pequeña-burguesía" que vota a Capriles. Con el lumpen de remera roja se organizan mitines y se aterroriza a los opositores, pero no se hace funcionar a la expropiada Sidor, por ejemplo.   Chávez odia a ambas clases sociales, burguesía y pequeña-burguesía, pero sin ellas la economía venezolana estaría perdida. Sería como la cubana, una fantasmagoría, un museo, y su popularidad se desplomaría. Por eso también las "nacionalizaciones" de los hidrocarburos de Evo Morales, en mayo de 2006, no fueron expropiaciones al estilo de los 40, sino la imposición de nuevas condiciones y contratos. Ciertamente dañaron al sector y paralizaron las inversiones, pero no lo destruyeron. Y por eso aún están presentes las empresas presuntamente nacionalizadas, como Petrobras, Repsol y muchas más.