La inflación, como cualquier otro fenómeno económico, ha sido explicada en sus causas por diversas teorías. Sin embargo, a esta altura es reconocido como verdadero que cuando se observa un proceso generalizado y sostenido de aumento en los bienes y servicios estamos frente a una expansión en la cantidad de dinero. ¿Qué significa esto? Que la inflación tiene orígenes monetarios, es decir, que uno debe enfocar sus miradas al Banco Central cuando desde la política se tiene la intención de solucionar el problema.
La fenomenal emisión monetaria de las décadas del setenta y ochenta del siglo XX tuvo como consecuencia niveles de inflación del 400% anual promedio, entre 1974 y 1991. Esos niveles altos de inflación generaron cuatro cambios de signo monetario, eliminando 13 ceros de los billetes; el proceso terminó en la hiperinflación de 1989 con un incremento anual de precios mayor al 5.000%.
Desde 2007 los precios en Argentina han subido, aproximadamente, un 330%, o sea más de cuatro veces. En el mismo período la cantidad física de dinero (base monetaria) creció un 365%, es decir, unas cuatro veces y media. Una gran parte de todo este dinero emitido fue a financiar el gasto público del Gobierno Nacional.
Lo sorprendente de toda esta historia es que, a pesar de la fenomenal suba de la recaudación nacional -aumentó 12 veces desde 2003-, los ingresos del Estado no alcanzan para financiar todas las erogaciones públicas, evidenciando también una “fiesta” del gasto público. Para hacer frente a ese “bache” fiscal el gobierno argentino, por enésima vez durante los últimos 70 años, ha tomado por asalto al Banco Central, obligándolo a emitir dinero para financiar el déficit.
Mientras que la base monetaria era de 80.066 millones de pesos a fines de 2006, para diciembre de 2013 alcanzaba la friolera de 374.056 millones de pesos. De ese incremento de casi 300 mil millones en los últimos siete años, unos 192 mil millones corresponden al financiamiento del Fisco, es decir, el 65% del total emitido. El monto restante -100 mil millones- fue emitido para comprar dólares. Lo preocupante, sin embargo, es la tendencia del proceso: mientras que en 2010 se emitieron 19 mil millones de pesos para financiar el déficit fiscal durante el año que acaba de terminar fueron casi 92 millones, es decir, casi cinco veces más que hace tres años.
Las dos preguntas que tenemos que hacernos es si este “festival” de emisión continuará al ritmo creciente, y de ser así, como terminará la historia. Respecto de la primera, tenemos que decir que la velocidad de emisión dependerá de la magnitud del déficit fiscal, que depende a su vez del ritmo de crecimiento de la recaudación y del gasto público. Lo que sabemos es que en 2013 la recaudación aumentó al 26% anual, y el gasto público (con datos hasta noviembre) lo hizo al 33%.
Si asumimos que la emisión monetaria seguirá acelerándose, el final de la historia es archiconocida por los argentinos: tasas de inflación cada vez mayores, devaluación creciente, caída de la demanda monetaria, pérdida de ahorros y colapso de la inversión y el consumo.
Dado que no es la primera vez que nos enfrentamos con este escenario fiscal y monetario, los partidos de oposición, que serán los que gobiernen a partir de diciembre de 2015, deberían ir dando a conocer cuál es la estrategia para terminar definitivamente con este flagelo recurrente. Esto significa anunciar cómo piensan reducir la brecha fiscal, para evitar el financiamiento monetario del Banco Central. Ya que nuevos aumentos de la carga tributaria no son aceptables por los contribuyentes y no es recomendable la estrategia de endeudar al Estado como en los años noventa, la propuesta de la oposición debería enfocarse en cuál será la estrategia para reducir el tamaño del gobierno en la próxima década.