Por: Pablo Mancini
La guerra sin cuarteles contra los diarios que promueve y financia con fondos públicos el Gobierno no tiene explicación. La presentan como una guerra épica, pero es pura lírica, o mucho menos: un bloque onanista de 678.
Si Cristina hubiera gobernado en los sesenta quizá hubiese sido una gran estadista. Hoy su romanticismo es fatuo.
La guerra contra los diarios y por “la democratización de la palabra” es cualquier cosa menos épica. El Gobierno pelea contra un enemigo insignificante.
Adepa, Asociación de Entidades Periodísticas Argentina, reúne a 141 medios impresos de 22 provincias de la Argentina. La circulación conjunta diaria promedio es de 1,3 millones de ejemplares. Más del 82% de esos medios son pymes con circulaciones de menos de 10.000 ejemplares. Más del 40% no supera los 1000 ejemplares por tirada.
Según los datos del Instituto Verificador de Circulaciones, Clarín, el “gran” adversario del Gobierno, vende en promedio 265 mil ejemplares por día (un poco menos de lunes a viernes, el doble los domingos). El promedio de La Nación es 167 mil. El de la revista Noticias, 51 mil por semana.
La circulación de los medios impresos cae en la Argentina y en todo el mundo. La “gran” guerra épica del Gobierno no es contra un enemigo poderoso, es contra empresas en crisis, que fueron los grandes mayoristas publicitarios del siglo XX, y que hoy son insignificantes en su escala de distribución de información.
Los diarios venden más ejemplares los fines de semana, no sólo porque la gente tiene más tiempo libre, sino porque esos días publican las ofertas de supermercados y de las grandes tiendas. Sí, se compran más diarios no cuando hay mejor información, sino cuando la audiencia sabe que encontrará en ellos ofertas y promociones de consumo.
La presión oficial sobre los supermercados para que no anuncien en los diarios es una doble asfixia financiera: no podrán facturar esa
publicidad y perderán a la audiencia que los compra para ver las ofertas comerciales.
Este movimiento táctico de un Gobierno en guerra dará sus resultados. Pero dudosamente la historia recuerde estas batallas con la épica que son presentadas en el presente.
Las cifras revelan que esta guerra, como todas, es ridícula. No épica. Si ganan, se darán cuenta de que, en realidad, habrán perdido. Si
pierden, sólo les quedará dimensionar el fracaso cultural de esta guerra anacrónica.