Por: Pablo Mancini
El viernes pasado estuve en la Favela Santa Marta, en el barrio de Botafogo, en el sur de Río de Janeiro. Hasta el 2008 estaba controlada por los narcos. Fue la primera en ser intervenida por las Unidades de Policía Pacificadora.
Entré con un grupo de periodistas y con desconfianza, sí, pero no tuvimos miedo en ningún momento. Bajamos casi sin hablar, caminando por corredores húmedos y apretados, sin sol, entre viviendas precarias con antenas satelitales de TV que apuntan al perfil derecho del Cristo.
Lo sorprendente para muchos de nosotros, en especial para los argentinos, fue que no nos sentimos inseguros.
Los sentimientos son inapelables. Por eso el Gobierno habla de “sensación de inseguridad”: no discute lo que sentís porque, suponen, la realidad es otra cosa, algo no tan inseguro o, al menos, sin relación con lo que sentís.
Y eso es lo discutible: la idea de que la realidad es “otra cosa”, distinta a lo que se siente. ¿Desde cuándo la realidad es algo ajeno a lo que sentimos y percibimos? ¿Desde cuándo el hambre es una “sensación”? ¿Desde cuándo el frío lo es? ¿El dolor no es real? ¿El amor tampoco? ¿La paz? ¿La tristeza no es real? ¿La violencia? ¿La tranquilidad?
La retórica del “progresismo” K, que iguala sensación a ficción, funciona hasta la frontera. De ahí en adelante, esa retórica se vuelve estafa, fraude, mentira y espectáculo patético de fin de época.
En Ezeiza, mientras esperaba durante más de una hora y media que la gestión de La Cámpora despache las valijas, entendí que el Gobierno no pone obstáculos para viajar al exterior con el fin de limitar los opulentos viajes de la “puta oligarquía”. Lo hace para que no conozcamos otras realidades, para evitar que experimentamos otras sensaciones. Como la sensación de seguridad.
Lo que aterra al Gobierno no es que vayamos a un shopping a dilapidar dólares. Es que veamos cómo evoluciona el mundo, cómo una favela pasa de ser un nido de narcos a un barrio obrero.
Lo que sentimos es real. Lo que nos dicen es propaganda descarada.
Aceptar la construcción de la realidad que hace el Gobierno, y sus intelectuales encadenados al salario estatal, es tercerizar los sentimientos: es aceptar el peor capitalismo posible.
No pueden evitar que sientas ni que imagines, pero sí pueden restringirte el mundo para que no compares. Por eso restringen la información. Por eso nos cobran cada vez más impuestos para salir del país.
No conozcas, no compares, no entiendas, no imagines. Mucho menos un mundo mejor.