Elisabeth Noelle-Neumann, politóloga alemana, desarrolló una teoría sobre la comunicación y la percepción de la opinión pública que llamó “la espiral del silencio”. Es una buena forma de aproximarnos a lo que sucede hoy con el cambio de la opinión pública en torno al kirchnerismo, sus funcionarios más expuestos, los intelectuales orgánicos y las figuras mediáticas. Veamos de qué se trata.
El común de nosotros —y ello nos involucra a todos, por lo menos, por algún momento— siente temor al aislamiento, miedo a quedarse solo. Es por ello que prestamos mucha atención a la opinión mayoritaria o consensuada en la sociedad y adherimos a ella en búsqueda de un vínculo de pertenencia.
Por supuesto que fuera de la normal o la moda existen influyentes (muy recomendable la investigación The Influentials, llevada a cabo por Edward Keller y Jonathan Berry, quienes definen que existe un 10% de personas que influencia al restante 90%, pero no necesariamente por su nivel adquisitivo o intelectual, sino por su activismo) o formadores de opinión, en temas tan diversos como la política, la moda, la salud o el ocio.
Más detalles poseemos gracias a estudios posteriores, como el de Carol Darr, quien llegó a la conclusión de que en las redes sociales e internet el número de influyentes aumentaba hasta el 70 por ciento. Es decir, según Darr, la formación de la opinión mayoritaria pasa principalmente por internet y las redes sociales, en esta modernidad líquida que tanto ha descrito Zygmunt Bauman.
La información de esa tendencia nos llega principalmente desde la esfera de los medios de comunicación y los canales oficiales de la esfera institucional o gubernamental. O sea, medios y Gobierno. Ambos se disputan una agenda que para unos es mediática y para otros es institucional. Con ciertos temas que siempre están (inseguridad, desempleo, inflación, corrupción, salud, educación, etcétera) y algunos otros que responden a un momento histórico particular.
El kirchnerismo y, luego, el cristinismo han puesto mucho esfuerzo en controlar la información que circulaba por los medios, yendo contra las principales usinas críticas o acomodaticias, en términos de oposición, intentando reducirlas en su capacidad de daño mediático, o expresión misma de una opinión contraria a la hegemónica. Es por ello que hoy, ante un cambio deliberado en la forma de la comunicación oficial de Cambiemos, los contrastes se magnifican (aunque se siga fallando en qué se comunica y cómo).
Volviendo a la teoría, cuando una opinión domina al público en general, la mayoría de las personas que tienen una opinión contraria opta por el silencio; son muy pocas las opiniones que se manifiestan en voz alta. Pero cuando existe un cambio de tendencia y esta está en relación con la percepción de la opinión pública y la permeabilidad que tienen los medios para mostrar ese cambio, entonces las personas que lo advierten y elevan su voz para manifestar su oposición aumentan progresivamente, hasta provocar un cambio de tendencia en la opinión general.
La lógica está a la vista: si se mantiene vivo el relato en los medios con llegada masiva, o si se usan los canales institucionales en forma mucho más asidua, más personas optarán por el silencio de sus opiniones contrarias. Es allí donde puede graficarse un efecto de espiral. Pero si las opiniones contrarias comienzan a trascender el control institucional del Gobierno y su anterior poder sobre la opinión dominante, entonces es porque la espiral del silencio comienza a revertirse con un nuevo cambio de tendencia.
Atacar la espontaneidad —o no— de una manifestación de repudio a funcionarios del Gobierno kirchnerista es ir contra un emergente del cambio de clima en la opinión pública. Por ello, o por temor a que se conozca el know how de estos cambios, se persiguió y fustigó a quienes fueron los primeros abucheadores (también periodistas o referentes sociales —cual nodos— que manifestaban una opinión abiertamente contraria al pasado y sepultado relato hegemónico). Hoy ese ataque ya no es posible, porque han perdido la comunicación de la esfera gubernamental.
El dilema que enfrentaba el oficialismo k ante los primeros escraches, como los que sufrió Axel Kicillof en Buquebus en 2013 (cuando comenzaba a notarse el cambio en la espiral del silencio, ratificado por las marchas masivas desde el 13S), es que, al intentar atacarlos con mayor frecuencia, estaban demostrando una clara tendencia de cambio en la opinión pública. Por supuesto, opuesta a sus intereses de permanencia en el poder.
Sucedió que hoy la espiral del silencio se magnifica sobre la vergüenza y la mentira de haber acompañado un relato que actualmente se cae como un castillo de naipes. La evidencia acumulada y por verificar de una poderosa asociación ilícita organizada y dirigida con un discurso cínico e hipócrita es venalmente condenada y sus efectos se continuarán viendo en cada funcionario sospechado cuando intente vivir la vida desde el llano. O yendo a Miami.