Por: Patricia de Ferrari
Este diciembre nos dolió a todos los argentinos. Volvimos a ser testigos de imágenes que nos llevan a momentos tristísimos de nuestra historia. Vimos momentos en los que el Estado, que debiera ser el principal garante de nuestros derechos, mostró su negligencia y la peligrosidad que significa para el país las prácticas abusivas de una administración mezquina.
Y esto se evidenció a nivel nacional, pero también provincial, como sucedió en mi Córdoba natal, cuando una administración que se dice distinta que el kirchnerismo actuó del mismo modo en que actuarían luego otros gobiernos justicialistas: abandonando a la gente y sometiéndola a la violencia que significa dejar que algunos decidan instaurar el miedo a otros miles, mientras el Estado observa, pasivo y cómplice, hasta que muchísimas (demasiadas, sin dudas) horas después decidió actuar.
Sin salir del estupor, y en medio de protestas en la Capital y en todo el país, vimos cómo dos gobernadores que demostraron no saber, querer o poder reaccionar a tiempo ni a la altura de los acontecimientos, se juntaban para arreglar la interna de su partido y sacarse una foto. Esto pensando en un 2015 sólo cercano para algunos dirigentes políticos, pero totalmente ajeno a la realidad de millones de compatriotas que luchan a diario por sobrevivir con la enorme inflación que los afecta, en medio de saqueos, apagones y falta de salud y seguridad.
A pocas cuadras, la ciudad ardía, las provincias también, había periodistas y fiscales apretados por investigar al poder. Con hospitales y miles de argentinos sin luz, solos frente a empresas entregadas por un gobierno de este mismo color político a quienes las desmanejaron beneficiándose de los subsidios millonarios que recibieron de esta administración sin invertir adecuadamente. En paralelo, quienes se dicen adalides de los derechos humanos nombraban a Milani al frente del Ejército, omitiendo su oscuro pasado, y dándole la espalda a los millones que dijimos que no lo hicieran. Agravado todo porque hay una Presidente parece serlo sólo para las poco felices fotos de bailes y festejos en la “cubierta del Titanic”.
Estoy convencida de que, en momentos como éste, el rol de todos los argentinos debe ser claro y contundente. Tenemos que exigirle al Estado su presencia. Pero no a cualquier costo: hay que exigirle que respete la institucionalidad de los poderes, que construya consensos, que garantice los derechos de todos los ciudadanos y, fundamentalmente, que respete la Constitución Nacional.
Hay que dejar atrás el relato, ya insostenible, que quisieron hacernos creer. Ya no pueden decirse progresistas, nacionales, populares ni defensores de los más débiles, porque la realidad destruye las palabras.
Tenemos un desafío por delante, para dejar atrás la tristeza que provoca que a 30 años de la democracia que tanto nos costó conseguir, sigamos con muchísimas deudas sociales sin saldar. Y ese desafío es construir una Argentina mejor, con un Estado presente que resuelva y proteja a todos los ciudadanos, porque por más que quieran hacernos creer otra cosa, la Argentina somos todos.