Cristina obliga a barajar y dar de nuevo

Raúl Aragón

Si algo es constante en la gestión K es la tremenda capacidad de Cristina Fernández de Kirchner para sorprender. Es más, cada vez que sorprende, redibuja el tablero.  La designación de Carlos Zannini como compañero de fórmula de Daniel Scioli, con la consiguiente desaparición de la carrera presidencial de Florencio Randazzo, obliga al PRO a repensar su estrategia. Hasta hace dos días todas las encuestas mostraban a un Mauricio Macri como el candidato singular más votado en escenario de PASO. Hoy, como único candidato del FPV, Scioli ocuparía ese lugar. Y esto resulta complejo para la dirigencia del PRO. Sólo bajando las candidaturas de Ernesto Sanz y Elisa Carrió podría Macri tener alguna posibilidad de disputar esa cucarda. Y quizás una decisión de semejante magnitud podría hacer temblar la estructura de Cambiemos y destruir su propósito original.

Pero además adelanta la polarización que se insinúa en la primera vuelta, tras unas PASO en las que sólo aparezcan con posibilidades dos candidatos, al escenario de esas elecciones primarias.

Más allá del efecto que esta decisión tiene sobre otras fuerzas políticas, dos preguntas recorren los medios y los bunkers: ¿la inclusión de un K de paladar negro como Zannini resta o suma votos a la candidatura de Scioli? Zannini es una figura política de escasa exposición mediática, rara vez se lo ve en los medios y nunca como un defensor desaforado de alguna medida del gobierno de CFK. Es decir que es, de los miembros de la mesa chica, el que menos componente K le agrega a la fórmula presidencial de Scioli. Pero, por otra parte, nada le agrega en términos de votos. Scioli, en ausencia de Randazzo, retiene todo el voto K puro, porque ese voto no tiene otra opción políticamente válida para migrar. Y resulta altamente improbable que Zannini pueda sumar voto independiente o voto PJ aún no decidido. Así, su inclusión en la fórmula presidencial tiene escaso efecto electoral y no debe ser interpretada como una decisión electoral sino política.

Esto último nos lleva a la otra pregunta: ¿será Zannini el comisario político, como algunos insisten, que garantice la continuidad del “modelo” bajo la conducción de Scioli? Sólo alguien que desconozca los mecanismos del poder puede sostener esa hipótesis. Un comisario político lo es en tanto custodia el cumplimiento de la voluntad de un poder vigente. Zannini sería el comisario político de la ex Presidenta. O sea, no representaría ningún poder vigente, más allá del hecho de que un vicepresidente carece de todo poder. Es sabido que aun a la hora de armar quórum en el Senado de la Nación la discusión es entre los jefes de bloque, una discusión en la que rara vez interviene el vice. Si a esto le sumamos la total ausencia de poder territorial de Zannini, resulta claro que éste no podría determinar ni controlar las decisiones de Scioli.

La verdadera función -y en esto aparece una de las verdaderas razones para su designación- de Zannini será la articulación con La Cámpora. Es una maniobra de unificación antes que una imposición condicionante. Señala, sí, que el próximo periodo presidencial conservará, si Daniel Scioli es presidente, una relativa impronta K. Pero por sobre todo confirma que cada vez que La Señora mueve, hay que barajar y dar de nuevo. Esto, tras casi ocho años de gobierno, es una proeza que, al menos en nuestro país, nunca antes tuvo lugar.