Uno de los temas urgentes para el próximo Gobierno será equilibrar y reorientar la política exterior para que responda con mayor precisión y eficacia al interés nacional. Reubicar a la Argentina como país creíble y responsable en el escenario internacional es un desafío cada día más apremiante. Esa necesidad responde tanto a propósitos económicos como políticos para que el país se desenvuelva en las mejores condiciones en el siglo XXI y recupere el lugar que le corresponde para beneficio, en definitiva, de la gente y del aparato productivo, en particular de las pequeñas y medianas empresas, de las economías regionales.
La lista de temas que requieren actualización es amplia. En el ámbito regional el alicaído Mercosur necesita una obvia recomposición. Ya no es posible seguir ignorando los riesgos del creciente deterioro. Menos aún que se siga abstrayendo de lo que ocurre en el mundo. De las numerosas negociaciones multilaterales sustantivas en ninguna participa el Mercosur. Ese aislamiento ha quedado en mayor evidencia con el informe del Banco Mundial, Doing Business in 2016, donde los países miembros se encuentran en un índice muy poco favorable para hacer negocios. El contraste sobresale cuando se compara con la ubicación adquirida por los que integran la Alianza del Pacífico.
Unasur es otro capítulo para la reflexión. En los últimos años el ámbito sudamericano ha quedado reducido a solidaridades que chocan con los propios principios y valores que proclama defender. El caso más patético es Venezuela. Las gestiones diplomáticas ante los excesos del Gobierno venezolano han concluido en actitudes condescendientes con la represión, las violaciones a los derechos humanos y las limitaciones a las libertades individuales. Tampoco Unasur ha probado ser un instrumento útil en términos de integración física y mayor interconexión regional.
La unidad y la cohesión de América Latina y el Caribe también han sufrido una desarticulación preocupante que no guarda relación con la necesidad de mayor coordinación ante los desafíos de la globalización. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que aglutina a 33 países, se ha convertido en un mero recolector de aspiraciones genéricas diversas sin un plan de acción que promueva de manera eficaz su ubicación en el mundo.
La Organización de Estados Americanos (OEA) también ha sufrido las consecuencias de los desvaríos promovidos por varias capitales. Su parálisis es lamentable al ser el único organismo hemisférico que cuenta con un sistema probado y eficaz en defensa de los derechos humanos y la democracia. El resultado ha sido que tanto la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos como la Carta Democrática Interamericana han quedado virtualmente inmovilizadas.
Estos ejemplos reducidos al ámbito regional pone en evidencia, entre otros, la necesidad de encarar una política latinoamericana con visión geopolítica y con ojos más abiertos al siglo XXI. La Argentina no sólo debe salir del aislamiento internacional en el que se encuentra, sino que debería impulsar una diplomacia regional con cristales renovados y estratégicos que proyecte con mayor énfasis y acierto la necesidad de una América Latina abierta e integrada al mundo.