Por: Samuel Cabanchik
Interpretar la orientación del voto supone siempre optar por alguna clave y hacer pie en el contraste apropiado en función de la misma. La que nos interesa en el contexto de este artículo no deja de poner el foco en la fotografía de los resultados de las PASO, pero lo hace sobre el fondo de la película de elecciones pasadas, intentando aferrar la imagen o el sentido político de la voluntad social implicada. En resumen, quisiéramos determinar qué ha cambiado y qué no en la articulación de la sociedad con su representación política electoral.
El panorama que se nos presenta de inmediato es una suerte de paradoja: en un contexto en el que la sociedad argentina parece inmersa en un debate político cambiante, al ritmo vertiginoso de una confrontación permanente entre antagonismos irreconciliables, por debajo de los, a menudo, fuegos artificiales de las opiniones, se vislumbran con nitidez ciertas constantes de nuestra historia, incluso tomando en cuenta no sólo las elecciones del ciclo democrático desde el ‘83 sino anteriores.
Tales constantes muestran un electorado mucho más apegado a sus identidades tradicionales de lo que supondría la agitación de superficie. En todo caso si algo ha cambiado es que la debilidad de las filiaciones partidarias se ha incrementado, extendiéndose la “interna” peronista en territorio bonaerense hasta un grado inusitado. En efecto, los resultados de la votación en la provincia de Buenos Aires manifiestan que las formaciones que se reclaman peronistas cubren aproximadamente el 80 % del electorado, pero a la vez profundizan la mimetización directa de ese movimiento político con la gestión del Estado, asociado a poderes sectoriales de la producción y del trabajo, un rasgo ciertamente que ya es tradición.
El voto peronista se compone habitualmente de grandes sectores de los trabajadores y de capas medias de los populosos centros urbanos, pero esta sumatoria aparece ahora dividida, lo que no ocurre solamente en Buenos Aires. Por ejemplo en Córdoba, el FpV quedó en cuarto lugar, repartiéndose el grueso de los votantes entre el peronismo y el radicalismo de siempre. Si a esto sumamos la aparición del candidato del PRO, que probablemente incluya más peronismo que otra cosa, obtenemos más del 60%. (Cabe preguntarse si el FpV debiera computarse también como peronismo en esa provincia, lo que en ese caso haría ascender esa cifra a más del 70 %).
Si seguimos pasando revista a otras de las grandes provincias argentinas, las constantes siguen apareciendo. Por ejemplo en Santa Fe, más allá de la gran elección del frente conformado mayoritariamente por el socialismo y el radicalismo, la sumatoria del peronismo y del PRO supera en más de 5 puntos lo obtenido por la lista de diputados encabezada por Binner. Por otro lado, distritos como Mendoza y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires volvieron a mostrarse esquivos con el peronismo a favor de expresiones radicales o cercanas al radicalismo.
En lo inmediato, después del desgaste que suponen diez años de gestión a nivel nacional, el FpV retuvo un importante caudal de votos, el 26 % tomando el total país. Es, no obstante, una disminución significativa que no se fundamenta, como se suele pensar, en factores económicos y en los intereses de ese orden atribuibles a los diferentes grupos sociales, sino más bien en una quiebre del partido de gobierno con los sectores medios de los grandes centros urbanos, altamente beneficiados directa e indirectamente por la generosa política de subsidios que se mantiene desde hace años.
Hay también fenómenos locales que expresan una combinación de desgastes naturales con la división del peronismo, como en San Juan, en La Rioja, en Chubut y en Santa Cruz, por citar sólo algunos ejemplos. Estos datos más los arriba reseñados no pretenden ser exhaustivos pero son suficiente muestra de que la voluntad política de la sociedad argentina no ha sido masivamente afectada en su esencia por la polarización dominante en la opinión pública y publicada.
Por otra parte, las PASO como mecanismo de fortalecimiento y renovación electoral de la política argentina no se constituyó aún en un instrumento válido, ya que los espacios políticos más significativos no lo han utilizado y donde se lo ha hecho, paradigmáticamente en la Ciudad Autónoma, no estableció todavía una identidad consolidada, menos aún homogénea e integrada desde el punto de vista ideológico.
En síntesis, desde la perspectiva del sistema de representación política en su articulación con la sociedad, permanece como problema a resolver la reconstrucción de identidades sustantivas, sean éstas partidos, alianzas o frentes, que aumenten la competitividad en términos reales y no a través de los imaginarios reciclados dentro de la sociedad del espectáculo.
Por ello, cabe concluir, queda indeterminado de que modo los grandes cambios generados en distintas dimensiones por el FPV redundarán en una transformación del juego electoral de la democracia argentina. ¿Terminará esta expresión, claramente no coextensiva con una parcialidad peronista, diluyéndose mayoritariamente en el peronismo tradicional o logrará consolidar una opción estable hacia el futuro? ¿Volverá el peronismo a unificarse detrás de un liderazgo verticalista único, profundizando su eterna metamorfosis sostenida en la gestión del Estado o terminará por diversificarse en nuevas identidades políticas?
Por el lado de la UCR, ¿asistimos realmente a su reunificación o sólo a una pausa favorecida por el antagonismo reinante, que terminará en nuevas o viejas fragmentaciones? (La pregunta es legítima, pues la foto misma de los referentes distritales reúne en su podio a quienes hasta hace muy poco se asociaron a diversas expresiones del peronismo, como ocurrió con el radicalismo de Mendoza y de Buenos Aires).
Finalmente, la foto de las PASO, reinsertada en la película, sugiere que estamos más o menos en el mismo lugar, sin identidades partidarias sólidas que canalicen la expresión política de la población, sin que por lo menos se intenten formular proyectos de gobierno que ofrezcan a los argentinos opciones reales en términos ideológicos y de orientaciones que definan las cuestiones estratégicas que hacen a la organización de la sociedad. Éste es el desafío principal que tenemos por delante. Para alcanzarlo, se requiere mayor responsabilidad de todos los actores relevantes: la dirigencia política, empresarial, sindical y comunicacional, pero también una mayor y mejor participación de la ciudadanía en su conjunto, que a la hora de transformarse en sujeto político dinámico, sigue encontrándose aún en una impotencia significativa.