Los peregrinos del nuevo milenio son jóvenes, activos, instruidos. Van poco a misa, pero admiran a los santos y creen firmemente en la resurrección. Ese es el perfil del moderno devoto de San Antonio de Padua.
En Italia “existe en el pueblo cristiano un difundido tesoro de heroísmo humilde y cotidiano, que no es noticia pero construye la historia”. Esto ha dicho en el sínodo el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Agregó que de todas maneras “la gente que encontramos en nuestras comunidades muchas veces debe redescubrir la fe o descubrirla”.
Se publicó en estos días una investigación sociológica que dice mucho sobre este cristianismo difundido y de formas múltiples que caracteriza “la excepción italiana”, pero no sólo eso. La investigación tiene como sujeto a los peregrinos que se reúnen en uno de los santuarios más visitados en el mundo: la basílica de san Antonio de Padua.
A lo largo de un año son cerca de 4 millones los visitantes de este santuario. Pero la investigación examinó una porción precisa. Se concentró sobre esos 200 mil peregrinos que desfilaron frente al cuerpo del santo en los seis días de febrero del 2010, desde el lunes 15 al sábado 20, en los que eso se tornó excepcionalmente visible.
Eran días fríos de invierno. Pero la fila de ingreso a la basílica era larguísima y el camino duraba horas. Concurrían personas en un número mayor respecto al de la anterior exposición del cuerpo del santo, en 1981. En ese momento habían sido 22 mil por día, ahora eran 33 mil por día.
El perfil socio-religioso de estos peregrinos revela rasgos sorprendentes.
El primero de estos rasgos remite a la edad. Los que prevalecen no son los ancianos, sino la edad intermedia, entre los 45 y los 59 años de edad, el 36,6% del total. Pero sobre todo hubo fuerte presencia de personas de edad más baja, entre los 30 y los 44 años, lo cual constituye el 26,4%, y jóvenes, entre los 16 y los 29 años, el 14,1%.
Respecto a los católicos practicantes que en Italia van a misa todos los domingos, de edad medio-alta –dos de cada tres son mujeres-, los peregrinos de San Antonio aparecen entonces decididamente más jóvenes, y sin diferencias de relieve entre los sexos.
El segundo dato sorprendente es la instrucción. Los visitantes del santo resultan más instruidos, tanto respecto al promedio de la población italiana como, y en medida todavía más marcada, respecto a los practicantes regulares. Uno de cada cuatro se ha graduado, y cuatro de cada diez son diplomados. Además, casi todos están participando en una actividad laboral.
Tercer dato. Una gran parte de los peregrinos, casi la mitad, van a misa en forma salteada: en Navidad, en Pascua y en otras raras ocasiones.
Pero, al mismo tiempo – cuarto dato, el más impresionante – muestran que creen en las verdades centrales del cristianismo en medida mucho mayor a la de los practicantes regulares. El 83,4% cree en la resurrección de Jesús y de todos. Por el contrario, cuando en la diócesis adyacente de Rovigo una encuesta análoga ha encontrado que cree en la resurrección sólo el 31,4% de la población, y sólo el 58,5% de los católicos que van a misa todos los domingos.
Quinto dato de importancia, los peregrinos se llegan a san Antonio no tanto para implorar una gracia o un milagro, sino simplemente para agradecer, o bien porque buscan en él una protección espiritual.
La investigación es más rica. Pero bastan estos cinco rasgos para configurar un perfil de peregrino que refleja una condición muy moderna del creer, la que salió a la luz en la obra capital del canadiense Charles Taylor: La edad secular.
Es la condición del creyente en una sociedad en la que la fe en Dios es sólo una posibilidad entre otras, y en la que esa libertad de elección no disminuye la fragilidad y precariedad de lo humano.
“En una época en la que hay una creciente individualización del creer – comenta el profesor Alessandro Castegnaro, a cargo de la investigación –, no sorprende que se desarrolle una religiosidad que quizás no es sin Iglesia, pero ciertamente es con poca Iglesia”.
Es una religiosidad que se define como “popular”, pero que no es un residuo del pasado. Tiene rasgos nuevos y modernos. Quizás poco elaborados pero simples y fuertes, como la fe en la resurrección y la búsqueda en el santo de un faro en el camino de la vida, más que de un taumaturgo.
Es una fe simple, configurada como un contacto directo con lo divino, con epicentro en los santuarios, en la que las instituciones territoriales de la Iglesia Católica, las diócesis y las parroquias, se relacionan con dificultad.
Pero es un desafío que obliga a toda la Iglesia a una nueva capacidad inventiva, porque se trata de fenómenos en parte nuevos. Castegnaro concluye así su análisis, en el volumen con muchas voces que presenta los resultados de la investigación: ”Es muy probable que estas formas de religiosidad, como han tenido un pasado, tengan también un futuro. Pero ellas, por su configuración antropológica y porque Taylor tiene fundamentalmente razón, en los países occidentales están destinadas a interesar a las minorías, aunque relevantes y siempre en condiciones de dar vida a fenómenos de masas. Difícilmente será ‘la religión del pueblo’, como Pablo VI aconsejaba llamar a la religión popular. Más bien será la religión de una parte del pueblo, una de las numerosas figuras que asume la religiosidad en el interior del proceso más general de pluralización de las formas del creer”.