ROMA – La encíclica de Francisco, pensada y escrita por su predecesor, no es el único signo de continuidad entre los dos últimos Papas: también sobre la “pobreza” de la Iglesia hay sintonía. Basta volver a leer lo que dijo Ratzinger en Friburgo en 2011, en uno de los discursos capitales de su pontificado.
En los últimos días, dos noticias han arrojado nueva luz sobre la relación que une al Papa Francisco con su predecesor, Benedicto XVI. La primera es el anuncio que el mismo Jorge Mario Bergoglio dio el 13 de junio acerca de la próxima salida de una encíclica escrita “a cuatro manos”: ”El Papa Benedicto me la ha entregado. Es un gran documento, en el que yo diré ‘he recibido esta gran tarea: él la ha hecho y yo la llevo adelante’”.
Es la encíclica sobre la fe que el Papa Joseph Ratzinger tenía previsto publicar después de las dos precedentes, dedicadas a las otras dos virtudes teologales: la caridad y la esperanza. En el momento de su renuncia al pontificado estaba casi ultimada.
Curiosamente, también la primera encíclica de Benedicto XVI, la “Deus caritas est”, había utilizado algunos materiales preparados durante el pontificado anterior; pero su construcción general y, en particular, la primera de sus dos grandes secciones, la más teológica, eran típicamente ratzingerianas.
Esta vez, en cambio, casi toda la redacción de la encíclica es de Ratzinger. Es como si el Papa Bergoglio se limitase a escribir el prefación y la conclusión. Su firma se convierte en el signo de un fuerte reconocimiento al Papa que lo ha precedido.
La segunda noticia se refiere, a su vez, a un libro publicado en Alemania este año, también él escrito “a cuatro manos”: por el cardenal Paul Josef Cordes, presidente emérito de Cor Unum, y por el teólogo y psiquiatra Manfred Lütz, miembro de la pontificia academia para la vida y consultor de varias oficinas vaticanas.
Es un libro que ya desde el título –La herencia de Benedicto y la misión de Francisco. “Demundanización” de la Iglesia– tiene como objetivo delinear una continuidad entre los dos Papas, en especial entre el discurso dirigido por Benedicto XVI a los “católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad” el 25 de septiembre de 2011 en Friburgo, durante el último de sus viajes a Alemania, y las afirmaciones de Francisco sobre la Iglesia “pobre para los pobres”.
Los dos autores le entregaron el libro a Ratzinger a principios de junio, en un encuentro que tuvieron con él en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos.
“Vivo como un monje, rezo y leo. Estoy bien”, les dijo el Papa emérito, según cuanto contó Lütz al semanario Bild del 5 de junio. Y sobre la continuidad entre él y Francisco comentó: “Desde el punto de vista teológico estamos perfectamente de acuerdo”.
El contenido de este encuentro ha tenido muy poco eco en los medios de comunicación. Pero hay que señalar también que el discurso de Benedicto XVI en Friburgo pasó injustamente inadvertido cuando lo pronunció, a pesar de que con el discurso pronunciado en el Bundestag en Berlín era uno de los más relevantes, no sólo de ese viaje a Alemania, sino de todo el pontificado: “Desprenderse con audacia de lo que hay de mundano en la Iglesia…”.
El único vaticanista que desde Roma ha dado importancia a este hecho ha sido Andrea Gagliarducci, en su blog semanal en inglés MondayVatican: Being Christians. Francis’ Church Challenge, Benedict’s Church Challenge.
He aquí, a continuación, la traducción española de su comentario:
SER CRISTIANOS. EL DESAFIO DE LA IGLESIA DE FRANCISCO, EL DESAFIO DE LA IGLESIA DE BENEDICTO
de Andrea Gagliarducci
“En el desarrollo histórico de la Iglesia se manifiesta, sin embargo, también una tendencia contraria, es decir, la de una Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda en este mundo, es autosuficiente y se adapta a los criterios del mundo”.
Y sigue: “Así, no es raro que dé mayor importancia a la organización y a la institucionalización, que no a su llamada de estar abierta a Dios y a abrir el mundo hacia el prójimo”.
Por último: “Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo”.
¿Quién lo ha dicho?
Uno pensaría inmediatamente en Papa Francisco, el cual ha hecho de la Iglesia “pobre para los pobres” su bandera desde su primer encuentro con los periodistas, resaltando varias veces como “las instituciones sirven, pero hasta un cierto punto” y pidiendo incluso a los futuros nuncios “mantener su libertad interior”.
Pero las palabras con las que inicia este artículo no han sido pronunciadas por el Papa Francisco. Son de Benedicto XVI, quien las pronunció en Friburgo el 25 de septiembre de 2011, durante un encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad.
No eran palabras sólo adecuadas para contextualizar dentro de la situación alemana. La Iglesia en Alemania es rica gracias al Kirchensteuer, el impuesto del Estado sobre la religión –que tiene una recaudación considerable–, y ha podido multiplicar estructuras y actividades caritativas, con gran satisfacción de sí misma, pero perdiendo de vista a Dios y convirtiendo en centro a las estructuras.
Lo que hace sufrir, sobre todo, es el hecho de que en las estructuras de inspiración cristiana cada vez se emplean menos cristianos. Pero el cuidado, el amor hacia el prójimo, el sentido mismo de la misión de la Iglesia vienen de la visión cristiana. En nombre del servicio social se pierde una identidad, y al perder una identidad se pierde el sentido de la Iglesia.
Pero como ya hemos dicho, no es sólo un problema alemán. Recientemente, el secretario de la conferencia episcopal italiana, Mariano Crociata, hablando ante más de 400 trabajadores de instituciones sanitarias de inspiración católica, pidió a todos que preservaran la propia identidad, evidenciando la necesidad de tener personal con formación católica en dichas instituciones.
De manera más general, ampliando el radio a todas las estructuras que se denominan a sí mismas de inspiración cristiana, se ha debatido mucho, por ejemplo, sobre el problema de la identidad de las universidades católicas. Una disputa que es muy fuerte en los Estados Unidos y que es llevada adelante, entre otros, por la Cardinal Newman Society, la cual no pierde la ocasión para insistir sobre las injerencias del Estado en la elección del personal de los colegios católicos, pero tampoco de señalar con el dedo a esas universidades que se separan cada vez más de las enseñanzas católicas.
Hay un libro que también habla de esto, escrito por Manfred Lütz junto al cardenal Paul Josef Cordes, presidente emérito de Cor Unum. Se titula La herencia de Benedicto y la misión de Francisco. ‘Demundanización’ de la Iglesia y delinea una cierta continuidad, precisamente, entre el discurso de Friburgo y las palabras del Papa Francisco.
Cordes y Lütz se lo han entregado a Benedicto XVI, el cual habría dicho que sí, que hay un cierta continuidad teológica.
Sin embargo, más allá del eslogan, habrá que ver el modo concreto con el que Francisco llevará adelante este compromiso. Durante su pontificado, Benedicto XVI no sólo sostuvo la importancia de la “demundanización” –que significa, según la interpretación de mons. Ludwig Müller ”separar y unir”– sino que levantó una estructura legalmente fundada para superar el problema de la identidad. La fe, en el fondo, es verdaderamente importante. Pero ¿cómo se puede alimentar la fe si después no se pide una adherencia al Evangelio en el momento de enseñar, de curar, de llevar a cabo obras de caridad en nombre de la Iglesia?
Con Benedicto XVI hubo una reforma de la Caritas Internationalis bajo el lema “caritas in veritate“, la caridad en la verdad (no es casual que sea también el título de la encíclica social de Benedicto XVI), y después del motu proprio “Intima ecclesiae“, que ha regulado las estructuras de caridad diocesanas, reforzando el control de los obispos diocesanos sobre ellas.
El Papa Francisco empieza desde aquí. En el horizonte hay una reforma de la “Pastor bonus“, la constitución apostólica que reglamenta el trabajo de los dicasterios romanos. ¿Su objetivo será una reforma de los corazones o sólo una mera reorganización?
En el fondo, “no se trata aquí de encontrar una nueva táctica para relanzar la Iglesia. Se trata más bien de dejar todo lo que es mera táctica y buscar la plena sinceridad, que no descuida ni reprime nada de la verdad de nuestro hoy, sino que realiza la fe plenamente en el hoy, viviéndola íntegramente precisamente en la sobriedad del hoy, llevándola a su plena identidad, quitando lo que sólo aparentemente es fe, pero que en realidad no es más que convención y costumbre”.
Lo dijo Benedicto XVI en Friburgo, pero nadie pareció darse cuenta en esa ocasión.
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El Papa Francisco ha hecho el anuncio de la encíclica “a cuatro manos” en una conversación mantenida el 13 de junio con los miembros del consejo ordinario de la secretaria del sínodo de los obispos.
En el discurso preparado para dicha ocasión, no leído, se anunciaban “ulteriores desarrollos para favorecer aún más el diálogo y la colaboración entre los obispos, y entre estos y el obispo de Roma”.
Improvisando, el Papa añadió que la exhortación postsinodal que se dispone a escribir concernirá el tema de la “evangelización en general”, no sólo en los países de antigua cristiandad.
El problema de la familia está entre los temas que habrá que afrontar en un futuro sínodo, dado que hoy hay muchas personas que no se casan, conviven y el matrimonio se ha convertido en algo “provisional”.
También ha invitado a reflexionar sobre el “grave problema” de la antropología secularizada. “La laicidad se ha convertido en laicismo”, ha advertido. Y ha alertado contra los riesgos del gnosticismo y el pelagianismo, cuya mezcla da vida hoy en día a una “cultura nueva” que constituye para los católicos “un problema antropológico muy serio”.