La Iglesia se renueva siempre, renace siempre

Sandro Magister

ROMA, 10 de febrero de 2013 (*) – Al igual que otros años en la fiesta de la Virgen de la Confianza, también esta vez Benedicto XVI se llegó hasta el Seminario Mayor de Roma para celebrar una “lectio divina” con los aspirantes al sacerdocio.

El papa Joseph Ratzinger habló con palabras improvisadas, teniendo en frente solamente un bloc de notas, además del texto bíblico elegido por él.

Cuando habla en forma improvisada, pone de manifiesto sus pensamientos en la forma más transparente y sincera, como bien se puede ver en la transcripción literal de sus palabras, generalmente difundidas uno o dos días después, revisadas y autorizadas por el autor.

Esta vez Benedicto XVI eligió comentar la primera epístola de san Pedro –definida por él como “casi una primera encíclica, con la que el primer apóstol, vicario de Cristo, habla a la Iglesia de todos los tiempos”, en particular los versículos 3-5 del capítulo 1:

“Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo; en su gran misericordia él nos ha regenerado mediante la resurrección de Jesucristo entre los muertos, para una esperanza viva, para una herencia que no se corrompe, no se mancha y no se contamina. Se conserva en los cielos para vosotros, que por el poder de Dios sois custodiados mediante la fe, para vuestra salvación, próxima a revelarse en los últimos tiempos”.

Pero ante todo el Papa se detuvo a considerar el remitente de la epístola, el lugar de envío y sus destinatarios.

- El remitente, es decir el apóstol Pedro, pero no como individuo –explicó– sino como alguien que habla “ex persona Ecclesiae” y con la ayuda de amigos no sólo suyos sino también de Pablo:

“De este modo los mundos de san Pedro y de san Pablo van juntos: no es una teología exclusivamente petrina contra una teología paulina, sino que es una teología de la Iglesia, de la fe de la Iglesia, en la que hay diversidad –ciertamente– de temperamento, de pensamiento, de estilos en el hablar entre Pablo y Pedro. Es bueno que existan también hoy estas diversidades de carismas, de temperamentos, pero que no se contradicen y se unen en la fe común”.

- El lugar de envío, es decir, Roma, llamada en la epístola con el nombre de Babilonia, la capital del imperio en la que el apóstol se había radicado en la parte final de su vida y en la que fue crucificado:

“Pienso que, yendo hacia Roma, san Pedro […] se acordaba también de las últimas palabras que Jesús le había dirigido a él, relatadas por san Juan: ‘Al final, irás a donde no querrás ir. Te atarán y extenderán tus manos’ (cfr. Jn 21, 18). Es una profecía de la crucifixión. Los filólogos nos muestran que este ‘extender las manos’ es una expresión precisa, técnica para designar la crucifixión. San Pedro sabía que su fin sería el martirio, sería la cruz. En consecuencia, al ir hacia Roma ha ido ciertamente también al martirio: en Babilonia lo esperaba el martirio. Quiere decir entonces que el primado tiene este contenido de universalidad, pero también un contenido martiriológico. Desde el comienzo Roma es también lugar del martirio. Al ir a Roma Pedro acepta de nuevo estas palabras del Señor: va hacia la Cruz, y nos invita a que también nosotros aceptemos el aspecto martiriológico del cristianismo, el cual puede tener formas muy diversas. La cruz puede tener formas muy diversas, pero nadie puede ser cristiano sin seguir al Crucificado, sin aceptar también el momento martiriológico”.

- Los destinatarios, es decir, “los elegidos que son extranjeros peregrinos”:

“Elegidos: éste era el título de gloria de Israel. Nosotros somos los elegidos, Dios ha elegido a este pequeño pueblo no porque seamos grandes –dice el Deuteronomio– sino porque Él nos ama (cfr. 7, 7-8). Somos elegidos: esto san Pedro lo traslada muchas veces a todos los bautizados, y el contenido propio de los primeros capítulos de su primera epístola es que los bautizados participan de los privilegios de Israel, son el nuevo Israel. […] Quizás hoy estamos tentados de decir que no queremos estar alegres por haber sido elegidos, porque eso sería triunfalismo. Triunfalismo sería si pensáramos que Dios me ha elegido porque soy muy grande. Esto sería realmente un triunfalismo erróneo. Pero estar contentos porque Dios me ha querido no es triunfalismo sino gratitud, y pienso que debemos volver a aprender esta alegría: […] estar alegres porque me ha elegido para ser católico, para ser en esta Su Iglesia, en la que ‘subsistit Ecclesia unica‘. […]

“Pero ‘elegidos’ está acompañada de la palabra ‘parapidemois‘, peregrinos, extranjeros. Como cristianos somos peregrinos y somos extranjeros: vemos que hoy en el mundo los cristianos son el grupo más perseguido porque no cumplen, porque es un estímulo, porque está contra las tendencias del egoísmo, del materialismo de todas estas cosas. […] En los puestos de trabajo los cristianos son una minoría, se encuentran en una situación extraña; causa asombro que hoy alguien pueda todavía creer y vivir de ese modo. Esto pertenece también a nuestra vida: es la forma de estar con Cristo crucificado; este ser extranjeros, no viviendo según el mundo en el cual viven todos, sino viviendo –o al menos buscando vivir– según su Palabra, en una forma muy diferente a cuanto dicen todos. Precisamente esto es lo característico para los cristianos. Todos dicen: ‘pero todos hacen así, ¿por qué no yo?’ No, yo no, porque quiero vivir según la voluntad de Dios. San Agustín ha dicho una vez: ‘Los cristianos son los que no tienen las raíces hacia abajo como los árboles, sino que tienen las raíces hacia arriba y viven esta gravitación, no la gravitación natural hacia lo bajo’. Recemos al Señor para que nos ayude a aceptar esta misión de vivir en cierto sentido como peregrinos, como minoría; de vivir como extranjeros y sin embargo ser responsables por los demás y, precisamente así, fortaleciendo al bien en nuestro mundo”.

Después de esta amplia premisa, al llegar “finalmente” al párrafo seleccionado, Benedicto XVI enfocó su atención en tres palabras claves: regenerados, herencia, custodiados por la fe.

Sobre la segunda dijo:

“Herencia es una palabra muy importante en el Antiguo Testamento, allí donde se dice a Abraham que su descendencia será heredera de la tierra, lo cual ha sido siempre la herencia para los suyos: ustedes tendrán la tierra, ustedes serán herederos de la tierra. En el Nuevo Testamento, esta palabra se convierte en palabra para nosotros: nosotros somos herederos, no de un determinado país, sino de la tierra de Dios, del futuro de Dios. Herencia es una cosa del futuro, y así esta palabra dice más que nada que como cristianos tenemos el futuro: el futuro es nuestro, el futuro es de Dios. De este modo, al ser cristianos, sabemos que nuestro es el futuro y el árbol de la Iglesia no es un árbol que muere, sino el árbol que crece siempre de nuevo. En consecuencia, tenemos motivos para no dejarnos impresionar –como ha dicho el papa Juan– por los profetas de desventuras que dicen: la Iglesia es un árbol surgido del grano de mostaza, crecido en dos milenios, ahora tiene el tiempo detrás suyo, ahora es el tiempo en el que muere. No. La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. El futuro es nuestro.

“Naturalmente, hay un falso optimismo y un falso pesimismo. Un falso pesimismo que dice: el tiempo del cristianismo ha concluido. Pero en realidad no: ¡comienza de nuevo! El falso optimismo era el del posterior al Concilio, cuando se cerraban los conventos, se cerraban los seminarios y se decía: no pasa nada, va todo bien… ¡No! No va todo bien. Hay también caídas graves y peligrosas, debemos reconocer con sano realismo que así no va, no va allí donde se hacen cosas erróneas. Pero también debemos estar seguros, al mismo tiempo, que si aquí y allá la Iglesia muere a causa de los pecados de los hombres, a causa de su no creencia, al mismo tiempo nace de nuevo. El futuro es realmente de Dios: ésta es la gran certeza de nuestra vida, el gran y verdadero optimismo que conocemos. La Iglesia es el árbol de Dios que vive eternamente y que lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna”.

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(*) La presente es una crónica de la “lectio divina” de Benedicto XVI en el seminario romano mayor, en la tarde del viernes 8 de febrero. Publicada por el sitio web Chiesa, del diario L’espresso, dedicado a temas eclesiásticos. Traducción al español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina. 

Para la transcripción íntegra, en italiano, del las palabras del Sumo Pontífice, ver: “È per me ogni anno una grande gioia…“.