ROMA – La apuesta más fácil es que el próximo Papa no será italiano, pero tampoco europeo, africano, asiático. Por primera vez en la bimilenaria historia de la Iglesia, el sucesor de Pedro podría venir de las Américas. O, si se quiere intentar una previsión más certera, de la Gran Manzana.
Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York, 63 años, es un hombretón del Midwest de sonrisa radiante y vigor desbordante, precisamente ese “vigor tanto del cuerpo como del espíritu” que Joseph Ratzinger ha reconocido haber perdido y que ha definido necesario para su sucesor, con el fin de bien “gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio”.
En el acto de renuncia de Benedicto XVI ya estaba el título del programa del futuro Papa. Y a muchos cardenales les volvió rápidamente a la mente la vivacidad misionera con la cual Dolan desarrolló precisamente este tema, con su italiano “primordial”, palabra suya, pero entusiástico, en el consistorio de hace un año, cuando él mismo, arzobispo de Nueva York, se preparaba para recibir la púrpura: “La proclamación del Evangelio hoy“.
Fue un consistorio muy criticado, el de febrero de 2012. Desde hacía semanas, documentos candentes salían volando desde las estancias vaticanas, e incluso desde el reservado escritorio del Papa, lanzando al público avideces, contrastes, fechorías de una curia a la deriva.
Sin embargo, entre los nuevos cardenales creados por Benedicto XVI un buen número eran italianos, pertenecían a la curia y, lo que es aún peor, estaban estrechamente vinculados con el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, universalmente considerado el principal culpable del mal gobierno.
El Papa Joseph Ratzinger modificó esta situación unos meses después, en noviembre, con otros seis nombramientos cardenalicios, todos ellos no europeos, incluido el del astro naciente de la Iglesia de Asia, el filipino de madre china Luis Antonio Gokim Tagle.
Pero la fractura permanecía intacta. Por una parte los feudatarios de la curia, en su infatigable defensa de los respectivos centros de poder. Por la otra, la ecúmene de una Iglesia que ya no tolera que el anuncio del Evangelio en el mundo y el luminoso magisterio del Papa Benedicto queden oscurecidos por los tristes relatos de la Babilonia romana.
Es la misma fractura que caracteriza el inminente cónclave. Dolan es el candidato tipo que representa el cambio purificador. No es el único, pero ciertamente es el más representativo y audaz.
En el frente adverso, sin embargo, los magnates de la curia se unen y contraatacan. No empujan hacia adelante a ninguno de ellos, saben que así el partido estaría perdido de antemano. Observan el ambiente que hay en el colegio cardenalicio y también ellos apuestan lejos de Roma, más allá del Atlántico, pero no en el norte, sino en el sur de América.
Miran a San Pablo, en Brasil, donde hay un cardenal hijo de emigrantes alemanes, Odilo Pedro Scherer, 64 años, que en la curia conocen muy bien, que ha estado durante años en Roma al servicio del cardenal Giovanni Battista Re cuando éste era prefecto de la congregación para los obispos, y que hoy forma parte del consejo cardenalicio de vigilancia sobre el IOR, el “banco” vaticano, reconfirmado hace pocos días, con Bertone como su presidente.
Scherer es el candidato perfecto de esta maniobra, toda ella romana y curial. No importa que en Brasil no sea popular, ni siquiera entre los obispos los cuales, llamados para elegir el presidente de su conferencia hace dos años, lo rechazaron sin apelación. Ni que tampoco brille como arzobispo de la gran San Pablo, capital económica del país.
Lo importante, para los magnates curiales, es que sea dócil y gris. La aureola progresista que cubre su candidatura es debida a una derivación puramente geográfica, pero es útil para encender en algún purpurado ingenuo la presunción de elegir al “primer Papa latinoamericano”.
Del mismo modo que en el cónclave de 2005 los votos de los curiales y de los partidarios del cardenal Carlo Maria Martini se destinaron todos ellos al argentino Jorge Bergoglio en el intento, fallido, de bloquear la elección de Ratzinger, también esta vez podría suceder una unión análoga. Curiales y progresistas unidos en el nombre de Scherer, con lo poco que queda de los ex partidarios de Martini, desde Roger Mahony a Godfried Danneels, hoy ambos en el punto de mira por su dúctil conducta en el escándalo de los sacerdotes pedófilos.
El Papa que gusta a los curiales y a los progresistas es, por definición, débil. Gusta a los primeros porque les deja libres de actuar, y a los segundos porque deja espacio a su sueño de una Iglesia “democrática”, gobernada desde “abajo”.
No sorprende que el historiador Alberto Melloni, exponente puntero del catolicismo progresista mundial, haya pronosticado en el Corriere della Sera del 25 de febrero que del próximo cónclave saldrá un “Papa pastor” y no “un Papa sheriff“, que también se haya burlado del cardenal Dolan y que haya indicado precisamente a cuatro magnates de la curia como los cardenales que son, en su opinión, los más “capaces de comprender la realidad” y de determinar “el éxito efectivo del cónclave”: los italianos Giovanni Battista Re, Giuseppe Bertello, Ferdinando Filoni “y, obviamente, Tarcisio Bertone“.
Es decir, exactamente los que están orquestando la operación Scherer. A estos cuatro habría que añadir el argentino de curia Leonardo Sandri, de quien se dice que será el futuro secretario de Estado.
Para una curia semejante, la sola hipótesis de la elección de Dolan es presagio de terror. Pero Dolan Papa sacudiría también a esa Iglesia hecha de obispos, de sacerdotes y de fieles que nunca han aceptado el magisterio de Benedicto XVI, su enérgica vuelta a los artículos del “Credo”, a los fundamentos de la fe cristiana, al sentido del misterio en la liturgia.
Dolan es, en la doctrina, un ratzingeriano total que posee, además, el don de ser un gran comunicador. Pero lo es también en la visión del hombre y del mundo, como también en el papel público que la Iglesia está llamada a ejercer en la sociedad.
En los Estados Unidos está a la cabeza de ese equipo de obispos “afirmativos” que han marcado el renacimiento de la Iglesia católica tras decenios de temor a las culturas dominantes y de hundimientos ante la propagación de los escándalos.
En Europa y en Norteamérica, es decir, en las regiones de más antigua pero decreciente cristiandad, no existe hoy una Iglesia más vital y reflorecida que la de los Estados Unidos. Y también más libre y crítica respecto a los poderes mundanos. Ha desaparecido el tabú de una Iglesia católica americana que se identifica con la primera superpotencia mundial, y que por lo tanto no podrá nunca generar un Papa.
Al contrario, lo que asombra de este cónclave es que los Estados Unidos ofrecen no uno, sino incluso dos “papables” verdaderos, porque además de Dolan está el arzobispo de Boston, Sean Patrick O’Malley, 69 años, con sayo y barba de bravo fraile capuchino.
Su pertenencia a la humilde orden de San Francisco no es un obstáculo para el papado y tiene precedentes ilustres, porque también el gran Julio II, el Papa de Miguel Ángel y Rafael, era franciscano.
Pero lo que más cuenta es que Dolan y O’Malley no son dos candidatos contrapuestos entre ellos. Los votos de uno pueden converger en el otro, si fuera necesario, porque ambos son portadores de un único diseño.
Comparado con Dolan, O’Malley tiene un perfil menos decidido en lo que concierne a la capacidad de gobierno. Y ello podría hacer que fuera más aceptado por algunos cardenales, lo que le permitiría cruzar ese umbral decisivo de los dos tercios de los votos, 77 sobre 115, que podría en cambio estar excluido al más enérgico, y por consiguiente más temido, arzobispo de Nueva York.
El mismo razonamiento se podría aplicar a un tercer candidato, el cardenal canadiense Marc Ouellet, también él de sólida matriz ratzingeriana y lleno de talentos similares a los de Dolan y O’Malley, pero aún más incierto y tímido que este último en las decisiones operativas. En un cónclave que tiene muchas de sus expectativas puestas en la reordenación del gobierno de la Iglesia, la candidatura de Ouellet, si bien considerada por los cardenales electores, parece la más débil de las tres norteamericanas.
Con su mirada puesta, desde Roma, más allá del Atlántico, el inminente cónclave toma nota de la nueva geografía de la Iglesia.
El cardenal Ouellet de joven fue misionero en Colombia. El cardenal O’Malley habla perfectamente español y portugués y ha tenido siempre como actividad preminente el cuidado pastoral de los emigrantes hispánicos. El cardenal Dolan es la cabeza de los obispos de un país que ha alcanzado a las Filipinas en el tercer lugar en el mundo por número de católicos, después de Brasil y México. Y son “latinos” un tercio de los fieles de los Estados Unidos; es más, la mitad de los que tienen menos de 40 años lo son.
No sorprende que los cardenales de América Latina estén dispuestos a votar a sus hermanos del norte. Y con ellos otros purpurados de peso como el italiano Angelo Scola, el arzobispo de París André Vingt-Trois, el australiano George Pell.
Una vez cerradas las puertas del cónclave, en el primer escrutinio podrían caer sobre Dolan ya muchos votos, tal vez no los 47 de Ratzinger en la primera votación de 2005, pero siempre muchos.
Lo que seguirá es una incógnita.
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LA LECCIÓN DEL CÓNCLAVE QUE VOTÓ A RATZINGER
El dicho “Quien entra Papa sale cardenal” ha sido casi siempre desmentido en los cónclaves del último siglo.
Para quemar la segura elección como Papa del cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, en 1903, fue necesario el veto del emperador de Austria-Hungría.
En 1939, fueron necesarias sólo tres votaciones para que Eugenio Pacelli fuera elegido Papa con el nombre de Pio XII.
Un poco más incierta fue la elección de su sucesor Juan XXIII, en 1958, con los votos; él mismo confió más tarde “que subían y bajaban como garbanzos hirviendo en una olla”.
Pero Pablo VI no tuvo contendientes en 1963. Y tampoco Juan Pablo I en 1978, elegido en un cónclave fulminante.
Sobre Karol Wojtyla no hay certeza, pero hay quien sostiene que también él salió con fuerza desde el primer escrutinio.
Joseph Ratzinger fue elegido en menos de veinticuatro horas.
El funcionamiento del cónclave de 2005 es ejemplar para entender los mecanismos de voto. Los votantes eran 115, como hoy, con el umbral de los dos tercios en 77 votos.
Según las indiscreciones hasta ahora filtradas, en el primer escrutinio Ratzinger obtuvo 47 votos, 10 el argentino Bergoglio, 9 Carlo Maria Martini, 6 Ruini, 4 Sodano, 3 Maradiaga, 2 Tettamanzi.
Ratzinger apareció enseguida, por tanto, como el único candidato fuerte. En consecuencia, en la segunda votación, los cardenales que no lo habían votado fueron inducidos a decidir si apoyarle u oponerle resistencia. Los votos de Ruini y de otros confluyeron sobre Ratzinger, que subió hasta los 65 votos, mientras los votos de Martini y otros oponentes fueron a Bergoglio, que llegó a 35.
En el tercer escrutinio la polarización se acentuó. Ratzinger obtuvo 72 votos y Bergoglio 40. Al primero le faltaba poquísimo para alcanzar el quorum, pero los 40 votos de Bergoglio eran suficientes para bloquear su elección. Si hubieran sido confirmados en escrutinios sucesivos, la candidatura de Ratzinger no habría tenido más futuro.
Pero la cosa no fue así. Los 40 votos de Bergoglio eran tan heterogéneos que, con la misma rapidez con que habían confluido sobre él, se desmoronaron.
En la cuarta votación Ratzinger alcanzó los 84 votos, mientras Bergoglio había bajado a 26. Y fue fumata blanca.
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Los dos artículos de Sandro Magister han sido publicados en L’espresso n. 10 del 2013, de venta en los kioscos a partir del 8 de marzo.
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Entre los italianos, los “papables” que más sitio han encontrado en los pronósticos de primera hora han sido el arzobispo de Milán, Angelo Scola, y el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del pontificio consejo de la cultura.
Pero ambos, a medida que el cónclave se acerca, han entrado poco a poco en la sombra.
La candidatura de Ravasi, en realidad, ha sido únicamente un producto mediático. Entre los cardenales nunca había cobrado fuerza.
Aun apreciando, de hecho, la maestría con la cual Ravasi actúa en el campo de la cultura, en muchos cardenales últimamente han crecido las reservas por el modo cómo guía la iniciativa de diálogo con los no creyentes denominada “Atrio de los gentiles”.
A muchos les ha parecido que los encuentros se reducían a una simple exposición de visiones culturales distintas, sin un esfuerzo evidente de “llamar en causa a Dios”, despertando una elección hacia Él.
Y muchos han leído en el mensaje dirigido por Benedicto XVI al “Atrio de los gentiles” de Lisboa del 13 de noviembre de 2012 una corrección en la ruta, como explicado en este servicio de Chiesa: Aviso de restauración en el “Atrio de los gentiles”.
Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.