Fresco su nombramiento y con el cónclave a sus espaldas, el nuevo Papa (*) tiene por delante una agenda que hace temblar. Ese “vigor en el cuerpo y en el alma” que, al ir apagándose, indujo a su predecesor a retirarse, le será necesario para gobernar la Iglesia.
Y precisamente el actual “quién es quién” de Joseph Ratzinger será su problema más inmediato, sin precedentes en la historia de la Iglesia.
De un lado están quienes ven y quieren en Benedicto XVI a un Papa “para siempre”, también después y a pesar de su renuncia, con el riesgo de un enfrentamiento permanente entre el viejo Papa y el nuevo, para alguno directamente entre el Papa y el antipapa, en una Iglesia con dos cabezas.
Y del otro lado, por el contrario, están quienes ven en la renuncia de Ratzinger un vaciamiento saludable de la figura misma del Papa, en el umbral de un papado más “moderno” y más “humano”, porque ha sido rebajado a la dimensión de un obispo cualquiera y con el paso del tiempo ha de limitar su duración, al igual que para el administrador de una sociedad terrenal por acciones.
Los dos Papas
La función de reconocer a su predecesor viviente será una de las primeras decisiones del nuevo electo, aparentemente mínima, pero
grávida de consecuencias históricas.
Rechazado con firmeza por los canonistas, el título de “Papa emérito” aplicado a Benedicto XVI sí ha sido ingenuamente alentado por quienes están más cercanos a Ratzinger en su retiro, pero es también más funcional precisamente para quienes quieren derribar teológica y jurídicamente al papado, desde afuera y desde adentro de la Iglesia.
La nueva edición oficial del Anuario Pontificio, que además del status archiconocido del nuevo Papa deberá definir también el de su
predecesor, será un test de primera importancia.
La Curia
El descuido del Derecho es efectivamente desde hace al menos medio siglo uno de los puntos de crisis de la Iglesia Católica. La idea
según la cual “la Iglesia no debe ser una Iglesia del derecho sino una Iglesia del amor” – idea enunciada con fuerza pero con poco éxito por Benedicto XVI – ha alentado no solamente el sueño utópico de un cristianismo espiritual sin más jerarquías ni dogmas, sino también, más materialmente, al mal gobierno de una curia vaticana abandonada a sí misma, es decir, también a sus intrigas, a las ambiciones, a las malas acciones y a las traiciones.
Los cardenales que lo han elegido esperan del nuevo Papa que intervenga de inmediato y con decisión para volver a poner orden en la curia. Entre un Papa y otro los jefes de varias oficinas decaen. Lo que espera la mayoría es que la reconfirmación de la rutina no frustre el “sistema de premios por los servicios prestados”, tal como ha ocurrido casi siempre. El primerísimo acto de Juan XXIII como Papa fue el nombramiento del nuevo secretario de Estado: el más que idóneo Domenico Tardini, diplomático de primer orden. Del nuevo Papa se espera lo mismo.
El IOR
La curia, con sus hombres y sus estructuras, “no debe ser como la coraza de Saúl, que el joven David se calzó y le impedía caminar”, dijo alguna vez Ratzinger. El Instituto para las Obras de Religión, el “banco” vaticano, es uno de estos hierros viejos sin los cuales la Iglesia sería más libre.
En el pasado, cuando operaba como un paraíso off shore, el IOR ofrecía a sus clientes de todo el mundo oportunidades que otros no daban, en el bien y en el mal.
Pero cuando Benedicto XVI quiso que se sometiera a los criterios estándar y a los controles de los países de la “lista blanca”, se terminó su sello distintivo. Su cierre le proporcionaría a la Iglesia solamente ventajas.
La colegialidad
Una curia más esbelta permitiría también un vínculo más directo entre el centro y la periferia de la Iglesia, entre el Papa y los obispos.
Es el capítulo de la “colegialidad”, escrito por el Vaticano II pero que permaneció en buena medida en vías de realización. Así como el Papa es el sucesor de Pedro, de la misma manera los obispos son la continuación del conjunto de los doce apóstoles, y junto a él deben gobernar la Iglesia.
Los criterios para la elección de los obispos será otro de los puntos que se espera haya innovaciones. Una plétora de nombramientos mediocres fue uno de los motivos de la decadencia de la Iglesia en numerosos países, mientras que ocurrió lo contrario allí donde fueron puestos a la cabeza de las diócesis obispos de alto nivel.
El caso más evidente de una Iglesia resucitada gracias a la capacidad de gobierno de una nueva escuadra de obispos de primera calidad fue dado por Estados Unidos.
El caso China
Los obispos son la imagen viviente de la nueva geografía de la Iglesia Católica. Son cinco mil, de todo pueblo e idioma. La libertad en su nombramiento es una de las conquistas que la Iglesia tiene como más valioso. Aquí se abre en la agenda del nuevo Papa el capítulo China.
Será la superpotencia del futuro, pero en tanto sus autoridades se comportan como las viejas monarquías de antaño, ellas pretenden decidir cuáles obispos han de tomar posesión y cuáles deben deponerse, con el intento de contraponer su Iglesia “patriótica” a la Iglesia universal. La mítica diplomacia vaticana tendrá aquí su campo de prueba más difícil.
Pero la cuestión China es mucho más amplia. Su ascenso como potencia mundial pondrá a prueba la fe cristiana todavía en forma más radical de lo que lo hace el Islam.
La religiosidad china está privada de la fe en un Dios que es persona, que se puede invocar como Padre, que ha enviado a su Hijo como hombre entre los hombres. Es una religiosidad envolvente, es una sabiduría más que una fe. Es la alternativa más temible que el cristianismo puede encontrar en las décadas futuras.
No es casualidad que Asia, donde además de China está la India (también ella con una religiosidad muy “inclusiva”), sea el continente
en el que el cristianismo ha encontrado históricamente más dificultades para expandirse.
Y es también el continente en el que hoy el cristianismo es particularmente hostigado y perseguido, tanto en China como en la India, a pesar del perfil aparentemente pacífico de las religiones budista e hindú.
La prioridad suprema
Aquí se llega al corazón de la agenda del nuevo Papa, porque la que Benedicto XVI definió como “prioridad” de su pontificado será la misma también para su sucesor.
“El verdadero problema en este momento de la historia –escribió el papa Ratzinger en una memorable carta a los obispos– es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y que con el oscurecimiento de la luz que proviene de Dios la humanidad está atrapada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se manifiestan cada vez más. Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del sucesor de Pedro en este tiempo”.
Todo el resto de lo que discutieron los cardenales antes del cónclave, el mal gobierno de la curia y de las finanzas vaticanas, la larga ola
de los escándalos sexuales, las guerras internas entre los eclesiásticos, no es más que el oscuro revés de aquello que es la razón de la vida de la Iglesia: “abrir a los hombres el acceso hacia Dios“.
Es la “suciedad” que deber ser barrida con decisión, si se quiere que la Iglesia pueda dedicarse totalmente, sin sombras que la oscurezcan, a su misión única y verdadera: reavivar la fe cristiana allí donde está a punto de extinguirse y propagarla allí donde no ha llegado todavía.
El hombre nuevo
Antes y durante el cónclave, ninguno de los cardenales se atrevió a tomar distancia del diagnóstico hecho por Benedicto XVI sobre la crisis de fe de este tiempo. Es seguro que el nuevo Papa recorrerá ese mismo surco.
Crisis de fe, pero también mutación radical de la visión del hombre, porque las biociencias son ahora el nuevo verbo de la modernidad. Verbo omnipotente, porque no sólo interpreta al hombre, sino que decide sobre él y lo transforma, y se apropia de su misma generación.
Su último gran discurso programático, en la vigilia de la pasada Navidad, Benedicto XVI lo dedicó a una crítica de la nueva filosofía de la sexualidad en ascenso, la del “género”, con el hombre que suplanta a Dios como creador de la propia individualidad corpórea.
En este mismo discurso el papa Benedicto le confió una consigna a la Iglesia Católica, y en consecuencia en primer lugar a su sucesor: hacerse custodio de la “memoria de ser hombres frente a una civilización del olvido“.
También por esto desearemos en el nuevo Papa un gran “vigor”, en tiempos en los que “dirán toda clase de cosas malas por mi causa” contra los discípulos de Jesús, quienes precisamente por eso serán llamados bienaventurados.
Escrita antes del nombramiento, la agenda del nuevo pontificado está publicada en L’Espresso Nª 11 del 2013, en venta el 15 de marzo.
Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.