Gestos fuertes. Homilías esenciales. Ritos simplificados. Una semana que ha revelado el estilo del nuevo Papa, pero que también ha levantado algunos interrogantes.
Desde ROMA. – La primera Semana Santa del Papa Francisco ha revelado aún más su estilo: en la celebración, en la predicación y en la presencia.
La decisión de celebrar la misa “in coena Domini” del Jueves Santo entre los detenidos de la cárcel de menores de Casal del Marmo, lavando los pies a doce de ellos, entre los cuales una joven musulmana, es probable que haga escuela; por otra parte, se ha realizado en un terreno ya fértil, porque gestos de este tipo no son raros. El Viernes Santo, en Francia, y concretamente en Lyon, el cardenal Philippe Barbarin ha rezado con un grupo de gitanos expulsados de un campamento desmantelado por las autoridades. En Sao Paulo, Brasil, el cardenal Odilo Pedro Scherer ha llevado la pasión de Jesús en procesión por el tristemente célebre barrio de Cracolândia, de mala reputación.
Más bien queda sin respuesta el interrogante sobre dos actitudes en apariencia contrastantes que el Papa Jorge Mario Bergoglio ha tenido al principio de su pontificado.
En Casal del Marmo no ha temido ofrecer también a jóvenes no cristianos la celebración de la misa, “culmen et fons” de la vida de la Iglesia.
Mientras en la audiencia del 16 de marzo con los periodistas se ha abstenido de pronunciar las palabras y de hacer el gesto de la bendición porque “muchos de ustedes – ha dicho – no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes”.
En la predicación, el Papa Francisco ha confirmado que se concentra en pocas palabras esenciales, una forma seguramente más eficaz desde el punto de vista comunicativo.
En la homilía del Domingo de Ramos, el pasaje clave ha sido aquel en el que ha descrito la entrada de Jesús en Jerusalén como la de un rey cuyo “trono regio es el madero de la cruz”.
En la brevísima homilía del Jueves Santo en Casal del Marmo se ha detenido en el significado del servicio del lavatorio de los pies.
En la homilía de la vigilia de Pascua, el pasaje culminante ha sido el siguiente: ”Acepta que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de Él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en Él, ten la seguridad de que Él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como Él quiere”.
En todo caso, la homilía más rica, profunda y sugestiva de las que ha pronunciado el Papa Francisco la pasada Semana Santa ha sido la homilía de la misa crismal del jueves por la mañana.
El “pueblo” litúrgicamente cargado sobre los hombros del sacerdote que celebra; las “periferias” de las ciudades y de los corazones alcanzados por el óleo mesiánico; los pastores que deben tener “olor a oveja”: son todas ellas imágenes que quedan felizmente impresas.
L’Osservatore Romano del 30 de marzo ha revelado que el texto de esta homilía de la misa crismal, “con excepción de algunos añadidos”, era el mismo que Bergoglio había “preparado antes de ser elegido Papa y había entregado a sus colaboradores antes de salir hacia el cónclave”; tanto es así, que ha sido leído también en la misa crismal celebrada en la catedral de Buenos Aires.
En lo que respecta a la “ars celebrandi”, en las liturgias de la Semana Santa en San Pedro se ha notado un respeto de la simbología y del esplendor de los ritos más elevado del que se había visto en la misa de inicio de pontificado. También en este punto, sin embargo, con abreviaciones no siempre comprensibles. En particular, no se ha entendido por qué razón, en la vigilia pascual, después del canto del Exultet, se han reducido al extremo las lecturas bíblicas y se ha literalmente mutilado la primera, con la narración de los seis días de la creación limitado sólo a la creación del hombre.
Esa brevedad, que en algunos contextos puede tener su justificación y está, de hecho, prevista por el misal, no se ha entendido qué sentido ha tenido en una vigilia pascual presidida por el Papa y en la que ha participado – en persona o a través de la retransmisión televisiva – un pueblo fiel altamente motivado, al cual se le ha sustraído la plenitud de esa narración de la “historia salutis” que la liturgia ilumina, en esta noche culminante del año, con la luz del cirio pascual.
En una página suya memorable, Romano Guardini describió la celebración de la liturgia de la Pascua en la basílica de Monreale, en Sicilia, llena de campesinos pobres y en gran parte analfabetos y, sin embargo, encantados por el esplendor del rito: “La sagrada ceremonia duró más de cuatro horas, pero siempre hubo una viva participación en ella”.
Precisamente sobre Guardini escribió el jesuita Bergoglio su tesis de doctorado en teología, en Frankfurt en 1986.