Por suerte, otra vez, Cristina Fernández se dirigió al pueblo. ¿Cómo negar que la escena política nos resultaba aburrida sin ella? Llegó, sin embargo, levemente distinta.
Aunque nos había empezado a acostumbrar al ambiente doméstico en las charlas con los periodistas Hernán Brienza y Jorge Rial, en las que ni siquiera se privó de usar un término vulgar (“Dijeron de mí cosas como… puta”), en el regreso de ayer, Cristina optó por un estilo definitivamente intimista y familiar. Desde una sala de estar de la Quinta de Olivos, y dejando bien en claro que quien gobernaba la cámara era su hija Florencia –“por algo es cineasta”–, Cristina agradeció “a todos y a todas” por el cuidado, la contención, la preocupación y los buenos deseos.
Visiblemente emocionada, la presidenta enumeró los regalos (flores, muñequitos, rosarios, etcétera) y recordó los “millones” de cartas que recibió durante esos que “fueron momentos difíciles”, porque no es lo mismo tener un prediagnóstico de cáncer –como el de tiroides hace un par de años– que ir a hacerse un examen de rutina y descubrir que “te tienen que abrir la cabeza”. Una comunicación, en definitiva, que exhibió continuidades y rupturas.
De hecho, no faltaron en esos casi siete minutos de video las expresiones coloquiales a las que nos tiene habituados – “la capocha es la capocha, como decía mi abuelo”–, confirmadas y profundizadas con la presencia del cachorro que le regaló el hermano de Hugo Chávez –“espero que no me haga pis encima” –, ni las “miniclases” de historia, como la del perro de Bolívar, Nevado.
Pero hubo también algunos cambios. Uno, confesado, es que prefirió no usar la Cadena Nacional o un mensaje especial para retomar el intercambio mediático con los argentinos. Otro, silenciado pero evidente, que eligió levantar el luto completo y vistió, después de tres años, una camisa blanca.
Con todo, lo más interesante del mensaje es lo que no dijo. No habló ni de las elecciones ni de los fallos de la Corte; ni mucho menos de los cambios que haría inmediatamente en su gabinete, inclusive la salida de Guillermo Moreno. O de Sergio Massa. Más vale, destacó el comportamiento de dos jóvenes militantes, uno de su partido (que le regaló un enorme muñeco pingüino de peluche) y otro, adversario (del PRO, que le envió una carta emotiva). ¿Será intencional esta faceta conciliadora? Poco importa. En todo caso, no parece un símbolo azaroso: es posible que sea el resultado de una lectura del humor de la gente volcado en las urnas.
Cristina ya volvió a enfrentarse con la cámara. ¿Volverá ahora a ocuparse de Twitter? Ojalá. Sin ella, los domingos por la tarde no son lo mismo.