Por: Victoria Donda Pérez
A una semana de las elecciones presidenciales, la estrategia de los candidatos del Frente para la Victoria y de Cambiemos busca convencernos, a través de diversos artilugios discursivos o mediáticos, de que a los ciudadanos que soñamos con un país con igualdad de oportunidades, transparencia institucional y pleno goce de derechos no nos queda otra opción que elegir entre: “El relato de la década ganada” o “La hora del cambio republicano”.
Si por un momento creyéramos legítima esta dicotomía, aquellos que defendemos la educación pública y laica porque es una causa nacional tendríamos que optar entre dos candidatos que se formaron en universidades privadas, que comulgaron con el arancelamiento y las restricciones al ingreso en las universidades nacionales y que apoyaron la ley de educación superior menemista, que intentó desarticular y vaciar la educación pública.
Si los progresistas debiéramos optar por el mal menor, como insinúan, nos veríamos obligados a elegir entre dos candidatos que nacieron y crecieron en familias ricas y privilegiadas, que fueron firmes impulsores de las reformas neoliberales de los noventa, las mismas que destruyeron a la industria nacional y dejaron una herencia de pobreza estructural que aún se sostiene en torno al 30% de la población.
Si tuviéramos que aceptar que votar a uno u otro es un daño colateral para nuestras convicciones, nos enfrentaríamos al dilema de optar entre dos personajes públicos que utilizan al Estado como botín de guerra, haciendo negocios personales y favoreciendo a amigos con el dinero público. Y no sólo eso, deberíamos cerrar los ojos frente a declaraciones juradas “flojas de papeles” y que de ninguna manera justifican patrimonios millonarios.
Así podría seguir enunciando muchas más cosas en común entre Mauricio Macri y Daniel Scioli, como su marcada tendencia a omitir al Parlamento o a la Legislatura en las decisiones de Gobierno, ya sea vetando leyes o gobernando a través de decretos. Sus trayectorias personales ligadas a los negocios y a la farándula; su sospechoso silencio ante el daño ambiental de los emprendimientos megamineros a cielo abierto; su pragmatismo político que les permite cambiar de discurso como de medias, etcétera, etcétera.
Yo quiero decir en esta columna a quienes trabajamos, creemos y soñamos con un país mejor, inclusivo, democrático y transparente que para nosotros, los progresistas de ayer y hoy, lo más importante en estas elecciones es sentar las bases de un proyecto político que mejore la calidad de vida de los argentinos —más allá de los votos que saquemos— y eso es imposible de lograr sin coherencia y honestidad.