Por: Vladimir Kislinger
En esta política de “patoteros de barrio”, esa que funciona a las patadas, a puños y gritos, en la que el bravucón de turno dice y desdice de cualquiera, sosteniendo el uso de la fuerza a discreción y sin temor a un castigo futuro, marcar un escenario relativamente ajustado a la realidad se hace difícil. Y es que con un sistema de gobierno que dejó atrás a la academia, a los libros y a las leyes, que se acostumbró a gobernar y adaptar todo el entorno a su epicentro y no al revés, no quedó otra que convertirse en una máquina generadora de disparates, donde el pudor no tiene espacio alguno.
Por momentos pienso si realmente el dinero y el poder tienen tal capacidad como para llevar a diversos funcionarios a hacer de lo grotesco su forma de vida, como malos comediantes, sin importar su propia identidad, sus valores, su “propio yo”. Les confieso que me da pena ajena lo que veo frecuentemente, y eso que por cuestiones de salud he dosificado la cantidad de horas diarias de medición de información.
Otro elemento que se suma a esta vorágine inverosímil es el relativismo. Todo es discutible, todo depende de cómo lo mires. Nosotros tenemos presos políticos, el gobierno los cataloga de “políticos presos”; nosotros hablamos de torturados, ellos hablan de “mecanismos legales para obtener información”; el estupor es tal que la fabricación de pruebas por parte de los “órganos de inteligencia venezolanos” parece más bien la tarea de un alumno de secundaria para recrear algún episodio de Sherlock Holmes.
Así lo hemos visto con las reiteradas y ya desgastadas denuncias de magnicidio por parte del presidente Nicolás Maduro, que forman parte de una cruzada que desesperadamente busca imitar a su antecesor y crear en él una especie de víctima de los “intereses imperiales”, omitiendo conscientemente que Venezuela en efecto ha sido tomada por el imperio, pero no el americano, sino el chino.
Lo triste es que en cada capítulo de esta novela sin sentido caen muchos venezolanos, donde sus derechos sí son vulnerados. Tal es el caso de nuestros estudiantes y políticos detenidos y a quienes se les ha imputado toda clase de cargos, incluyendo algunos impensables, a la par de entorpecerles el derecho a cualquier defensa, de recibir ataques físicos y psicológicos, incluyendo la propia muerte, y de mantenerles en un “limbo” legal. Tal es la degradación que en casos sonados y “políticamente incorrectos”, muchos jueces asignados a las causas prefieren darse de baja, por las implicaciones de llevar adelante algo que a toda luz será un atropello a los Derechos Humanos.
Misma situación la de los ciudadanos que han sido asesinados en protestas, muchos a causa de la propia violencia de las fuerzas de seguridad del Estado, autores que aun habiendo sido plenamente identificados, en su gran mayoría se mantienen en la calle o salieron del país sin reparo alguno. Aquí ni la Defensoría del Pueblo, ni la Fiscalía han sido realmente diligentes. Solo en los casos de renombre, en los que el escándalo afecta seriamente al gobierno, actúan de una manera meteórica, casi sobrehumana.
Es triste saber que mientras usted lee este artículo y yo me preparo para escribir otro, cientos de venezolanos se encuentran esperando justicia, esa que pareciera no llegar. Otros tantos están siendo detenidos o perseguidos en este preciso momento, sólo para justificar lo injustificable. Por mi parte me mantendré en la lista negra de este autoritarismo anárquico. Pero así como aquella famosa frase que siempre anuncia la presidenta del CNE, el cambio es “irreversible”, sólo es cuestión de tiempo, de ganas y de acciones concretas. Y aunque usted no lo crea, esta es una de ellas.