Por: Vladimir Kislinger
Hoy me siento a escribir en mi habitual escritorio con sentimientos encontrados. Sucede que mis padres luego de mucho esfuerzo, exagerados para mi gusto, lograron venir a visitarme al país que me recibió con los brazos abiertos y que me ha ofrecido las libertades que no logré conseguir en mi propia patria. Y sí, tenerlos conmigo significa mucho, por infinitas razones, aunque sea por un corto plazo de tiempo.
Pero el verles comparar, asombrarse, y convertir nuestro día a día en algo casi cósmico sinceramente me da dolor y pena. El tomar fotografías a las aceras porque se mantienen limpias, o a los anaqueles que tienen productos tan básicos que casi olvidamos que existen y que para ellos es oro en polvo no tiene nombre. No, me niego a que dos venezolanos, profesionales, honestos, de buena fe y que han construido una familia desde cero tengan que pasar por tan miserable situación a estas alturas de la vida. Es increíble escuchar sus discusiones “¿gordo, será que cuando lleguemos a Maiquetía nos van a quitar la Harina Pan que llevamos en la maleta?” “¿será que dejamos algunos desodorantes para que no nos molesten en la aduana?” No, definitivamente no.
Peor aun cuando les toca hacer el tan chocante cambio al “dólar paralelo” porque así les tocó viajar. Querer hacerle una atención a sus nietas, tan básica como llevarlas a una cadena de comida rápida, supone más o menos unos 8.400Bs.F, lo que es igual a un mes y medio de trabajo en Venezuela.
Lo peor es que mientras ellos piensan en cubrir esas necesidades básicas que definitivamente les fueron despojadas a causa del nepotismo, de la corrupción, de la ineptitud, contrabando, acaparamiento y finalmente destrucción del aparato productivo, nosotros rezamos de rodilla porque su regreso no signifique el riesgo a sus vidas, a su seguridad personal.
Nuestro llanto no es por la separación, sino por el miedo que significa recordar que están expuestos a cualquier cosa, a un permanente peligro, mientras luchan por el pan de cada día. Mientras tanto, en su esperanza con amor propio, el desprendimiento que significa ver a sus hijos en otros destinos, seguros, sin importar la separación en sí, la cual se entiende está condicionada a esa tranquilidad que les da el verlos en tierra fértil.
Pero en una realidad como la que vive nuestra nación, nuestro golpeado hogar, la indignación se hace presente, sobre todo porque el deterioro es exponencial. Entonces sobreviene la pregunta ¿qué hacemos? ¿Cómo nos activamos? O dejamos que se coman el país y no dejen ni las migajas o nos apropiamos de lo que siempre ha sido nuestro, exigiendo y aplicando justicia.
A los dormidos es hora de despertar; a los despiertos es hora de actuar; a los dudosos es hora de decidir; a los venezolanos es hora de no dejar pasar. Así que, en la parada, por favor.