Por: Vladimir Kislinger
Desde el inicio de su mandato nos ha acostumbrado a anunciarnos que anunciará algo que luego de anunciado no anuncia nada. Sí, así como suena. Nada. Hemos seguido atentamente sus accidentadas intervenciones por múltiples razones. Algunos por chiste, otros por curiosidad y otros tantos por preocupación genuina.
Y es que nos resulta increíble cómo es posible que en su verbo y discurso no haya absolutamente nada rescatable, ni siquiera con la excusa de haber contado con un predecesor al cual tuvo que escucharlo más que un operador de radio en cabina, y que al menos, sabía cómo distraer a la gente y mantenerlos en permanente expectativa mientras el país se nos iba por el precipicio.
Sí, también me pregunto cómo es posible que mientras nuestro país se despedaza día a día, se empeñe en vivir en permanente negación y no anuncie lo que tanta gente honesta ha esperado que comunique: su renuncia ante el fracaso público y notorio.
Al escucharle hablar de conspiradores siempre pienso en sus “compañeros de lucha”. Lo digo porque es a todas luces un eufemismo argumentar sobre la materia, teniendo experiencia práctica y aplicada en nuestro propio país y en otros tantos de manera indirecta ¿O es que acaso ustedes no fueron unos golpistas y conspiradores?
Peor aún, siguen llevando bien puestos estos calificativos, al enjuiciar alcaldes sin justificación alguna, al cambiar las estructuras institucionales para mantener cuotas de poder, como el caso jefatura del Distrito Capital y las zonas distritales, o de inhabilitar a políticos que antes de entrar en una contienda electoral ya se veían como ganadores. Son unos golpistas, sí.
La rimbombancia heredada y la verborrea sin sentido se curan, mi estimado presidente. No necesita hacer el ridículo para distraer a la opinión pública. Lo que necesita es hacerle frente a los compromisos y fracasos y hacer lo propio, cosa que le vuelvo a recordar, esperamos mucho, su renuncia.
Pero para que mi argumento no se vea tan chocante y “conspirador”, le voy a dar una “ayudaíta” a ver si se anima de una buena vez por todas, dándole a conocer algunos ejemplos de lo que hicieron sus homólogos en otras oportunidades y latitudes, con respecto a la materia:
En agosto de 1974, Richard Nixon renunció a la presidencia de Estados Unidos, por haber sido implicado en el famoso escándalo de Watergate, que consistió fundamentalmente en espionaje interno, obstrucción de la justicia y corrupción.
En febrero de 2012, el presidente alemán Christian Wulff, dimitió tras haber sido acusado formalmente por la fiscalía de ese país por corrupción y tráfico de influencias.
A principios del 2014, el primer ministro de Ucrania, Nikolái Azárov renunció a su cargo “para crear más oportunidades para el compromiso social y político y para que el conflicto tenga una solución pacífica”.
En enero de 2015, el presidente más longevo de la historia italiana, Giorgio Napolitano, renunció a su cargo por su avanzada edad y problemas de salud, siendo el único presidente en la historia de ese país en ser reelecto.
Son solo algunos ejemplos que ilustran las distintas razones por las cuales un presidente en funciones puede y debe renunciar: por acusaciones de corrupción, espionaje, obstrucción a la justicia, tráfico de influencias y enfermedad. Podría agregar otras causas, pero creo que con las primeras cuatro ya tiene buenas excusas para hacerlo. Ande, anímese y haga lo propio.