Por: Vladimir Kislinger
¿Será que la pólvora tiene algún tipo de subsidio por parte del Gobierno? ¿O que la industria de las municiones compra a 6,30? ¿Quizá esta será una de las pocas producciones venezolanas que tiene suficiente mercado como para sortear la profunda crisis económica? Qué dilema, sinceramente.
Hablar de violencia en Venezuela es hablar de tres cosas básicas: balas, asesinos e impunidad. Para el año 2014, según el Observatorio Venezolano de Violencia, teníamos la segunda tasa de muerte por violencia del mundo, ubicándonos en 82 asesinados por cada cien mil habitantes. Ecuador, México, El Salvador, Colombia y Brasil son bebés de pecho al compararse con nosotros.
Las cifras podrían ser mucho más dramáticas, por cuanto ya van once años sin obtener información oficial sobre este tema. La censura gubernamental hace que hasta el más valiente se asuste, dando paso a toda clase de mitos y leyendas para sortear el bloqueo informativo en este tema. Un bloqueo profundamente irresponsable e insostenible.
No son números, son almas. Solo el año pasado se registraron 24.980 fallecidos por violencia en el país más chévere del mundo. Son 25 mil personas con sueños, familia, esperanzas y sentimientos. Mucho peor cuando hablamos de la cifra de asesinatos desde 1999 hasta la fecha. Son más de 160 mil personas las que han muerto por causa de la violencia en Venezuela, mucho más que las que fallecieron en Japón a causa de la bomba atómica en Hiroshima, la cual cobró la vida de 140 mil personas, según las cifras oficiales de la ciudad.
El Gobierno, con sus reiterados planes con la cara de Hugo Chávez estampada y sus interminables horas de exposición en medios, se ha preocupado más por el qué dirán que por la raíz del problema. Un sistema profundamente inútil, contaminado, viciado. Lamentablemente aplican la misma estrategia para atacar la escasez de alimentos, comidas y medicinas. Pañito caliente y encomendarnos a Dios.
Las bandas delictivas controlan el país. No nos engañemos. La impunidad se ha sumado al empoderamiento, producto de las distorsiones del Estado. Hoy día los azotes, los malandros, los sicarios, los asesinos, los delincuentes y los capos se saben con un control supragubernamental, el control del armamento y la política. ¿No están de acuerdo con esta afirmación? ¿Entonces qué hacía el Gordo Bayón, reconocido delincuente y asesino, negociando el contrato colectivo de Sidor en pleno Palacio de Miraflores? Recordemos que Bayón fue asesinado la noche del lunes 2 de junio de 2014, cuando salía del palacio presidencial, en la ciudad de Caracas, aún cuando tenía prohibición expresa de salir del estado Bolívar, por estar imputado por un triple homicidio y porte ilícito de arma de fuego. ¿Consecuencias o responsables por lo sucedido? Ninguna ni nadie.
Todavía esperamos los resultados de los cuadrantes de seguridad de un oficial de la Guardia Nacional por autobús, de los globos aerostáticos de la Alcaldía Mayor de Caracas, de la intervención de casi el 80 % de los cuerpos policiales en Venezuela, de la creación de la Universidad de la Seguridad y de la Policía Nacional Bolivariana, del Plan Cayapa y de las interminables horas tratando de convencernos que la violencia es impulsada por el paramilitarismo colombiano, que obedece a los intereses de la ultraderecha, como si de ser cierto fuera un atenuante ante la profunda ineficiencia de los funcionarios que rigen el destino de nuestro país. Recordemos la infeliz frase expresada por el presidente Nicolás Maduro a finales del año pasado: “¿Qué quieres tú que yo haga?”.
En fin, señor presidente, señor ministro de Interior y Justicia, y demás miembros del Ejecutivo, ¿qué les parece si aplicamos sus espléndidas políticas ante la guerra económica para acabar también con la delincuencia? Cuidado y si termina funcionando.