Por: Adam Dubove
Uno de los temas que predominó en este 2012 que llega a su fin fue el desembarco de La Cámpora en los colegios de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, o al menos la cobertura periodística de estos programas llevados adelante por la agrupación que lidera el hijo de Cristina Fernández, Máximo K.
Rápidamente, estas actividades fueron calificadas como “adoctrinamiento kirchnerista” y repudiadas por gran parte de la oposición. Es que el desembarco de una agrupación política partidaria, que cuenta con todo el apoyo del aparato estatal y cuyos miembros se pudieron adaptar rápidamente a su pertenencia a la clase política con suculentos salarios como directores de empresas estatales, directores en empresas que cotizan en bolsa y de las cuales el Estado es accionista (a través de las acciones que antes estaban en manos de las AFJP) o con distintos cargos públicos, es una clara muestra de la utilización política de los jóvenes realizada por una organización que podría ser fácilmente descripta como paraestatal.
Pero que el árbol no tape al bosque. La oposición ha podido identificar una herramienta tan burda de adoctrinamiento en este caso; sin embargo, nunca pudo todavía asimilar que el propio sistema educativo argentino es una gran máquina de adoctrinar, aunque esta vez no es La Cámpora sino el Ministerio de Educación de la Nación quien tiene a cargo esta tarea.
De esta manera, la oferta educativa existente es sumamente limitada. Aquellos que puedan financiarlo estarán en condiciones de ofrecerles a sus hijos un colegio con más prestaciones, actividades por fuera de la currícula oficial o directamente actividades extraescolares. Para los que tienen menos recursos, en cambio, este abanico de posibilidades se reduce drásticamente y con ellas la posibilidad de elección de los padres acerca de qué educación ofrecerles a sus hijos.
Dejemos un momento el ámbito educativo y supongamos que el mismo sistema que hoy se aplica en materia de contenidos educativos se comenzara a aplicar en las librerías. Todas las librerías estarían obligadas a ofrecer un conjunto de libros, determinado previamente por las autoridades nacionales, y, más allá de poder leer otros libros, sería obligatorio leer ese conjunto de libros. ¿No es al final esto otra forma de adoctrinamiento?
El sistema educativo sigue funcionando bajo la vieja premisa que utilizó Henry Ford para referirse a los colores de los autos que fabricaba: “Podrá elegir el color que quiera, siempre y cuando quiera el negro”. Para peor, las bases del sistema escolar público tal como lo conocemos son aún más perennes que la propia frase de Ford. Su origen se remonta al Estado militar prusiano que tenía dos objetivos claros: formar soldados y formar obreros de fábrica.
La idea de ampliar las alternativas educativas es una cuestión que no ha sido un tema de discusión en los últimos años; sin embargo, su aplicación tendría consecuencias positivas especialmente para los niños, quienes podrían elegir una escuela acorde a las necesidades individuales de cada uno, y así poder desarrollar sus cualidades personales.
Como complemento, y para ampliar aún más las alternativas sin que esto implique una mayor asignación de recursos arbitraria por parte del Estado, la implementación de un sistema de cheques escolares que no condene a las familias de menores recursos a escuelas de menor calidad y, por el contrario, que les permita elegir a qué escuela destinar a sus hijos, mediante la utilización de estos vouchers, promovería una mayor competencia y una elevación de los estándares educativos.
Resulta difícil justificar que una etapa de la vida tan importante para el desarrollo, como es la formación inicial primaria y secundaria, dependa del contexto político y las decisiones que tomen quienes están circunstancialmente en el poder sobre qué orientación deben tener los contenidos impartidos en las escuelas. Tal vez haya llegado el momento de debatir cómo involucrar más a los padres en las decisiones sobre el futuro de sus hijos y un poco menos a los burócratas, que solo piensan en cómo aprovechar políticamente el inmenso poder que hoy ostentan.