Por: Adam Dubove
El titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos, Ricardo Echegaray, es uno de los funcionarios públicos que mejor expresa los conceptos que guían a la actual administración. En el anuncio sobre la recaudación impositiva anual que tuvo lugar el miércoles pasado, Echegaray opinó sobre el “cepo cambiario” y consideró que “la felicidad del pueblo argentino no se mide por los dólares en el bolsillo”. Según el criterio del funcionario, “la inclusión social, el acceso a la educación pública e incluso tener la posibilidad de disfrutar de unos días de vacaciones durante la temporada de verano hacen a la felicidad del pueblo argentino”. Más allá de la realidad paralela en la que vive, las declaraciones del jefe de la AFIP hablan mucho más de su concepción del gobierno que del cepo cambiario.
En primer lugar, cuando Echegaray se refiere a “la felicidad” ignora algunas cuestiones fundamentales sobre este concepto. Por un lado, la felicidad es una cuestión subjetiva, una persona es más o menos feliz de acuerdo con su propia escala de valores, que es totalmente subjetiva. Es cada individuo el único que puede determinar asuntos relativos a su satisfacción y felicidad. Que el recaudador de impuestos considere que “la inclusión social, el acceso a la educación pública y disfrutar de unas vacaciones durante la temporada de verano” sean los criterios para medir la felicidad, nos dice mucho de la arrogancia y la omnipotencia con la que se piensa desde el kirchnerismo.
La felicidad, entonces, no puede ser un concepto definido por el funcionario de turno. Es una cuestión íntimamente relacionada con las valoraciones personales. No por ser una cuestión individual implica que no pueda estar asociada al bienestar de los demás. Por ejemplo, si para alguien es importante que haya un pan dulce en cada mesa navideña podrá destinar su tiempo a repartir pan dulce entre los que no tienen; para otros su prioridad será comprar un auto. La característica fundamental de una sociedad libre es el respeto por los diferentes planes de vida que existen, según las diferentes valoraciones que hacen las personas sobre sus fines. Echegaray, por el contrario, es parte de la estructura que interfiere en la libertad de la personas, especialmente confiscando hasta el 50% de los ingresos, según los últimos datos sobre la carga tributaria presentados por el Instituto Argentino de Análisis Fiscal.
Que Echegaray es un totalitario no es novedad. En agosto de 2012, a través de una gacetilla de prensa que pasó desapercibida por los medios, la Administración Federal de Ingresos Públicos comunicó que uno de sus pilares era la “la utilización al máximo de la tecnología disponible”. ¿Olvidó Echegaray que los límites al avance del Estado son establecidos por la Constitución y no por la tecnología disponible? La tecnología disponible permitió a Echegaray ordenar a entidades bancarias, tarjetas de crédito, comercios, encargados de edificios, colegios y empresas de medicina prepaga que informen los datos sobre las transacciones comerciales; afortunadamente, queda un registro de las actividades llevadas adelante en este período, por las que eventualmente deberán ser juzgados los que firmaron y avalaron dichas resoluciones. Para Echegaray, sería ideal la automatización de herramientas que permitan expandir el Estado policial necesario para sostener el “proyecto nacional y popular” y el desarrollo de tecnología que atropelle las garantías constitucionales. Mientras tanto, es tarea de la sociedad civil vigilar su libertad.
Ahora bien, en algo hay que darle la razón a Ricardo Echegaray: la gente no compra dólares porque la hace más feliz. Lo que Echegaray ni ningún funcionario entienden es que la gente compra dólares para proteger su propiedad. El furor por los dólares se da en el marco de una inflación de un 25% anual que no parece tener freno. Mientras el Banco Central siga emitiendo pesos, más la gente va a querer adquirir dólares para escapar de los desastres monetarios que se están llevando adelante. El dólar estadounidense tampoco es la panacea. Desde 1913, año de creación de la Reserva Federal (el Banco Central de Estados Unidos), esa moneda perdió el 98% de su valor. Sin embargo, el dólar se convirtió en una forma sencilla y al alcance de todos para protegerse de la inflación. En definitiva, la inflación es una forma camuflada de robarnos el salario para financiar los fines de otras personas, de Echegaray por ejemplo.
La inmoralidad del llamado “cepo cambiario” (que no se trata de un cepo sobre las monedas sino sobre aquellos que buscan comprar moneda extranjera) quedó expuesta cuando el Partido Liberal Libertario organizó, el año pasado, una venta simbólica de dólares en la calle Florida. Allí, hubo rápidamente un despliegue policial que amenazaba con no dejar que se lleve adelante tal acción. Sin embargo, con la llegada de las cámaras de diferentes medios, el jefe de la AFIP ordenó el repliegue de sus empleados y con ellos se replegó la policía. ¿Por qué lo hizo si estaba llevando adelante el cumplimiento de una norma? La respuesta es sencilla: de haber avanzado con sus inspectores y con la policía mientras un importante número de personas se detuvo a preguntar cómo hacer para comprar un dólar (muchos de ellos nunca habían podido obtener uno) habría quedado expuesto que las medidas de Echegaray, como todas las que interfieren en las decisiones de las personas, son en realidad obstáculos para que puedan ser más felices, en libertad.